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EL CENTRO DEL MOVIMIENTO EUGENÉSICO

Cuando el racismo y el clasismo fueron ciencia en Estados Unidos

Los 'felices años veinte' fueron una época de prosperidad al otro lado del Atlántico, pero también la década en la que tuvieron lugar esterilizaciones masivas, expulsiones de emigrantes y leyes racistas envueltas en una supuesta capa científica que llegó a inspirar a los ideólogos del nazismo.

EEUU rescata uno de los episodios más oscuros de su historia científica

EEUU rescata uno de los episodios más oscuros de su historia científica Asian/Pacific/American Institute at NYU, Gallery

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"Alguna gente ha nacido para ser una carga para los demás", reza un cartel en la exposición sobre el terrible movimiento eugenésico que se puede visitar durante estos meses en EEUU. Puede verse en una colina con vistas al estrecho de Long Island, cerca del Cold Spring Harbor Laboratory, uno de los laboratorios de neurociencia y genética más importantes del mundo.

Lo que ahora es una casa particular en su día albergó la Oficina de Registro Eugenésica, un lugar donde muchos científicos aplicaron dudosos y rudimentarios tests para conocer las razas superiores y degradar a las minorías. Esto suena a idea nazi, pero este laboratorio se gestó mucho antes del ascenso de Hitler.

Quizá por la anterior similitud la sala donde se exponen los archivos y fotografías se parece un centro de detención. Una luz tenue, una máquina de escribir taladrando la cabeza de los visitantes y un reloj antiguo sonando sin cesar es el ambiente con el que se encuentran los visitantes. Es lo más aproximado a lo que  fue el centro en el que se gestaron estudios científicos que pronto fueron desacreditados y que sirvieron para promulgar leyes antiinmigración, campañas de esterilización en muchos Estados y la expulsión de multitud de personas por su raza o condición social.

¿Cómo pudo ser que todo fuera aceptado como ciencia legítima? En primer lugar porque todo este disparate nació en 1910 con la intención de aplicar la genética clásica en la selección de los mejores ciudadanos, todo subvencionado con gran cantidad de dinero de ambientes pseudoprogresistas. Pero pronto se lanzaron a la búsqueda y captura de familias “no aptas” procedentes de los barrios bajos de Manhattan para poder elaborar sus cánones.

En ese momento comenzaron a analizar los “fallos” de esa gente, todo con la connivencia de multitud de instituciones psiquiátricas que enviaron sus expedientes de personas de bajo status social, generalmente de otras razas, para ayudar en la catalogación. Esto le vino blanco y en botella al congreso americano, que en 1921 promulgó las primeras leyes de cuotas raciales. Gracias a la “probada inferioridad de ciertas razas” ya podían cerrar las puertas del sueño americano a mucha gente.

Harry H. Laughlin, biólogo y uno de los principales impulsores de la eugenesia, llegó a testificar en el Hemiciclo para influir en el control migratorio. Allí compareció, con imágenes y huesos craneales con los que dar soporte científico para que el racismo se instalara en las políticas. Según él estaban por un lado los americanos con pedigrí y luego los que eran una carga inútil, como rezaba la frase a la que nos referíamos al principio.

Lo más cruel es que los eugenésicos se valieron de multitud de imágenes para sostener sus teorías, ya con ellas podrían usar sus herramientas de “diagnóstico inmediato”, tal y como relata Jay Dolmage, de la Universidad de Waterloo, en un artículo sobre el movimiento.

El auge de la fotografía fue un arma letal en manos de Laughlin y sus seguidores, que llegaron a crear un nuevo índice visual para ordenar y clasificar a las personas, según sus defectos, rasgos raciales, expresiones o incluso sus presuntas discapacidades. Lo hacían en diversos grados de “idiotez”, “imbecilidad” o “debilidad mental”. El Archivo Eugenésico es accesible desde este enlace.

El filósofo Walter Benjamin decía que uno de los usos primigenios de la fotografía fue como herramienta fisionómica para retratar a las personas, “desde lo más alto de la civilización hasta el último idiota”. Pues bien, estos científicos estadounidenses se lo tomaron al pie de la letra.

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En las fotografías se estudiaban los rasgos físicos que denotaban, según ellos, la falta de inteligencia. La premisa era que con las imágenes “se podía hacer un mapa de la inteligencia”, tal y cómo cuenta Elspeth H. Brown en 'El ojo corporativo'.

Con sólo mirar una cara en el laboratorio sabían quiénes eran “inferiores mentales” y para ayudar en su diagnóstico incluso idearon un aparato para cuantificar el color de la piel.

Por suerte en los años treinta el Instituto Carnegie, que alentó la fundación del centro, se dio cuenta de los grandes sesgos, los prejuicios y la tendencia a lo superficial de estos científicos. Cerró en 1939, con la lección aprendida de que “no se necesita ninguna teoría científica para que la gente odie a los demás”, como cuenta David Micklos, uno de los principales impulsores de la exposición.

Pero el daño en forma de leyes y esterilizaciones contra los “no aptos” ya estaba hecho. Además de la mirada de superioridad contra las otras razas que se instaló en la cultura americana durante décadas por culpa del registro incriminatorio de las miles de instantáneas que se tomaron y se usaron en las instituciones oficiales.

Conociendo esta historia no extraña que el influyente Laughlin recibiera un doctorado honoris causa por su "contribución a la ciencia de la limpieza racial". Lo recibió de una universidad nazi... y fue a recogerlo a Alemania. Y toda esta terrible historia para saber que hay una mínima diferencia genética entre dos humanos distintos.

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