¿TE CUESTA DECIR QUE NO?
Esto es lo que le pasa a tu cuerpo cuando comes sin tener hambre
¿Te cuesta rechazar la comida incluso aunque estés lleno? Pues que sepas que tu cuerpo no digiere igual un trozo de tarta cuando lo engulles con el estómago vacío que cuando lo haces sin apetito.
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Has terminado los entrantes, el primer plato, el segundo y tu estómago ya no puede más. Pero hay un delicioso trozo de tarta de chocolate de postre, ¿quién puede resistirse? Para las personas, comer no siempre tiene como objetivo saciar el hambre: comemos por ansiedad, por compromiso o, sencillamente, por placer.
No obstante, al cuerpo humano no le sientan igual los alimentos que ingiere cuando precisa de ellos que los que tiene que asimilar sin necesidad. Un reciente estudio de la Universidad de Illinois sugiere que comerte ese pedazo de pastel, si ya estás lleno, va a perjudicar a tu salud más de lo que imaginas.
Las personas que participaron en la investigación tenían que describir primero el nivel de hambre que sentían, para luego comer abundantes alimentos ricos en hidratos de carbono. Para analizar cómo afectaban a su cuerpo y relacionarlo con el apetito, David Gal, autor del trabajo, midió el nivel de glucosa en sangre de los voluntarios varias veces después del banquete.
Los resultados revelaron que aquellos individuos que no tenían ganas de comer presentaban niveles de glucosa más elevados que quienes se habían declarado moderadamente hambrientos.
Según Gal, una posible explicación es que cuando no tenemos hambre nuestro cuerpo no está preparado para absorber nutrientes. Sin embargo, cuando tenemos apetito, el sistema digestivo se encuentra dispuesto fisiológicamente para asimilarlos.
Además, se produce otro efecto: nos sentimos somnolientos. Por una parte, los picos de glucosa provocan una disminución en la producción de oxerina, una proteína que se encarga de mantenernos alerta. Por otra, las comidas abundantes en almidón, un tipo de carbohidrato, incrementan la segregación de melatonina en el cerebro.
Claro que esperar a estar muertos de hambre tampoco es la solución: al aumentar la necesidad de energía (principalmente glucosa) del cuerpo, éste pone en marcha mecanismos para impedir que los hidratos de carbono vayan a los músculos y sean consumidos por los órganos. Con lo que, si tenemos mucha hambre, el nivel de glucosa en sangre también puede elevarse considerablemente.
¿Y si sustituimos los trozos extra de tarta por fruta? Aunque disminuirían los efectos negativos para la salud, otro estudio, esta vez de la Universidad de Texas, sugiere que decantarse por alimentos más saludables no termina con los problemas. Sus autores han concluido que ingerir este tipo de productos provoca una menor sensación de saciedad, por lo que podemos terminar comiendo más de la cuenta.
Gal también encontró una clara relación entre el nivel de hambre de los participantes en su estudio y cuánto disfrutaban de la comida. “Este hallazgo es consistente con la idea de que el estado fisiológico del cuerpo influye en el placer que se recibe de un estímulo”, asegura en el estudio. Aquí radica el motivo por el que resulta difícil negarse: las tomes cuando las tomes, las comidas ricas en hidratos de carbono activan el centro de recompensa del cerebro, es decir, provocan placer.
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