SEGÚN UN RECIENTE ESTUDIO
¿El estrés engorda o adelgaza? Depende
Mientras que algunas personas ganan peso en condiciones de tensión psicológica, otras lo pierden. Un reciente estudio sugiere una explicación para estas diferencias que refleja la báscula: en pequeñas dosis, el estrés puede aumentar el consumo de calorías.
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“Tensión provocada por situaciones agobiantes”. Así es como la RAE define el estrés y lo vincula con reacciones psicosomáticas y trastornos psicológicos. Además del malestar y el nerviosismo que provoca, una consecuencia habitual de sufrirlo durante un periodo de tiempo prolongado es la variación de peso.
El efecto no es siempre el mismo: mientras que algunas personas tienen que preocuparse por los kilos de más, otras adelgazan. La primera situación puede explicarse, en parte, porque el incremento de los niveles de la hormona del estrés (el cortisol) modifica el funcionamiento del sistema de recompensa del cerebro, lo que dificulta el autocontrol: cuando estamos bajo presión buscamos recompensas rápidas y fáciles. Y claro, si un dulce nos produce felicidad, vamos a por él.
Aunque, claro, la tensión puede provocar también una pérdida de apetito, un reciente estudio publicado en ‘Experimental Physiology’ apunta una explicación fisiológica para la pérdida de peso.
Así, el cuerpo humano puede reaccionar de diferentes maneras ante el estrés psicológico. Los autores del trabajo creen que una de las estrategias consiste en activar el metabolismo del tejido adiposo pardo o marrón.
Este tipo de grasas son abundantes en el feto y los recién nacidos, ya que solo se consumen para producir calor, pero también están presentes en los adultos, sobre todo en aquellos con un Índice de Masa Corporal (IMC) bajo.
Mientras que las grasas blancas (la otra clase) se acumulan debido al exceso de calorías, el metabolismo de la grasa parda las quema en abundancia, contribuyendo también a la regulación de la glucosa.
“La mayoría de los adultos solo tienen entre 50 y 100 gramos de grasa marrón ya que su capacidad para producir calor es 300 veces mayor que la de cualquier otro tejido”, explica Michael Symonds, coautor del estudio.
Symonds y su equipo pidieron a cinco mujeres con un IMC bajo que resolvieran una serie de problemas matemáticos antes de ver un vídeo relajante. Aunque las cuentas no las estresaron (las matemáticas pueden ser difíciles, pero no tanto), sí lo hizo la idea de ser evaluadas.
Para medir las variaciones de los niveles de cortisol, analizaron muestras de saliva de las voluntarias. Por otro lado, utilizaron técnicas de termografía por infrarrojos para detectar los cambios de temperatura en las zonas de la piel donde la grasa marrón es más abundante en humanos (principalmente el cuello).
Pensar en los test provocó en las participantes tanto un aumento de los niveles de cortisol como un calentamiento en dichas zonas. Por ello, los autores sugieren que el aumento de la concentración de la hormona está vinculado a una mayor actividad en los tejidos de grasa marrón y, por tanto, un mayor consumo de calorías y producción de calor.
A pesar de que admiten que todavía faltan investigaciones que refrenden sus hallazgos, estos podrían servir para diseñar estrategias que prevengan la obesidad y la diabetes. “En el futuro, las técnicas para provocar estrés leve [el severo o prolongado es perjudicial para la salud] podrían incorporarse a los tratamientos basados en la dieta y otras intervenciones”, ha asegurado Symonds.
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