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TESTARUDOS POR NATURALEZA

Ignoramos la información contraria a nuestras creencias (incluso aunque nos cueste dinero)

Por mucho que nos enseñen pruebas que demuestren que nos equivocamos, nos cuesta mucho recular. Aceptar los argumentos que contradicen nuestras ideas nos hace sentir incómodos emocionalmente. Tanto que muchos renunciarían a una recompensa económica antes que cambiar de opinión.

Un reciente estudio demuestra que nos negamos a cambiar de parecer incluso aunque perdamos dinero

Un reciente estudio demuestra que nos negamos a cambiar de parecer incluso aunque perdamos dineroPixabay

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Hay luces y sombras rodeando al astronauta Buzz Aldrin: unashuellas demasiado marcadas; un módulo extrañamente bien situado sobre la superficie lunar. Estas son algunas de las pruebas que, según algunos escépticos, demuestran que las imágenes de la llegada del hombre a la Luna no fueron tomadas en el satélite terrestre, sino en un estudio de grabación bajo la dirección del mismísimo Stanley Kubrick

A pesar de que existen argumentos científicos para explicar todos esos fenómenos presentes en las imágenes del Apolo 11, los defensores de esta conspiración espacial llevan décadas atrincherados en sus ideas. Es solo un ejemplo de lo testarudos que podemos llegar a ser con nuestras creencias. Pero no hace falta hablar de cosas difíciles de 'tocar', como el cosmos, el cambio climático o las vacunas.

Diferentes estudios han confirmado que, aun tratándose del asunto más irrelevante, somos tan tercos que nos tomamos estupendamente la información que confirma nuestras ideas, pero pasamos por completo de aquella que las pone en duda. Es una tendencia natural que en psicología se conoce como sesgo de confirmación.

La mayoría de estos trabajos se centran en estereotipos que las personas suelen tomar como verdaderos y en probar cómo los participantes en los experimentos siguen en sus trece, aunque se les muestren mil y una evidencias contrarias. No cambiaban de opinión... claro que su empecinamiento no tenía ninguna consecuencia para ellos.

Sin embargo, un equipo de investigadores franceses y británicos han ido un paso más allá: si mantener una creencia errónea tuviera un precio, ¿estaríamos dispuestos a asumir la pérdida antes que ceder y cambiar de idea?

El dinero no lo es todo

Estos expertos -cuyo estudio está recogido en 'PloS Computational Biology'- pusieron a prueba a varias decenas de voluntarios que participaron en dos experimentos en los que aprendían a asociar símbolos con recompensas económicas. En el primero, debían elegir un símbolo entre un par durante varias series y recibían una cantidad en función de su decisión, de forma que, al final, sólo sabían el valor de los que habían seleccionado.

En el segundo experimento, los mismos voluntarios debían elegir de nuevo entre pares de símbolos abstractos. A diferencia de la anterior, esta vez supieron tanto el dinero que recibirían por el que habían elegido como el valor del que no habían seleccionado.

A veces, los argumentos causan el efecto contrario: refuerzan las creencias erróneas
A veces, los argumentos causan el efecto contrario: refuerzan las creencias erróneas | Sharon Mollerus I Flickr

Esta segunda prueba estaba diseñada para que se dieran cuenta de que aquellos objetos que habían ignorado podían valer mucho más que sus elecciones iniciales. Pero les dio exactamente igual: a pesar de ser conscientes de que en algunos casos podían llevarse una recompensa mayor, los participantes prefirieron seguir inclinándose por los mismos símbolos que en el primer test.

Según concluyen los investigadores, este resultado corrobora que, efectivamente, somos unos cabezotas sin remedio que nos mantenemos firmes en nuestras ideas incluso aunque nos salga poco rentable. Así, a pesar de que una persona puede ser consciente de los sesgos presentes en sus pensamientos, es muy difícil que los modifique y cambie de opinión.

Para más inri, se ha demostrado que presentar la información correcta a un grupo defensor de cierta postura puede incluso empeorar la situación, haciendo que se aferren aún más a sus creencias.

Las evidencias nuevas y contrarias a lo que pensamos nos hacen dudar y provocan emociones desagradables. Así que, en lugar de modificar nuestras teorías, preferimos autojustificarnos y rechazar con mayor fuerza los argumentos diferentes, un fenómeno conocido como efecto bumerán. Por eso seguirán existiendo personas que defiendan ideas absurdas, conspiranoicos y esas eternas discusiones familiares o entre amigos en las que nadie entra en razón.

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