YO, ROBOT
El límite de la biología: ¿pueden los implantes dotarnos de un cuerpo cibernético?
Somos carne, nervios y hueso. Siempre lo hemos sido, pero el avance de las tecnologías sanitarias presenta dudas. ¿Hasta cuándo lo seremos?
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Un hospital puede ser el lugar más terrible del mundo, pero también puede ser el sitio más fascinante del universo. De hecho, a menudo, el miedo, la esperanza y la ciencia conviven en la misma habitación.
Entre prótesis, trasplantes y operaciones, empiezan a ser factibles cosas que no creeríais: con la tecnología actual, ¿hasta qué punto podríamos reemplazar partes del cuerpo humano de tal forma que 'siguiera funcionando'? ¿Podemos crear el "hombre bicentenario" de Asimov?
Esta historia empieza el 23 de diciembre de 1954, como si de un regalo de navidad anticipado se tratase: ese día se realizó el primer trasplante de un órgano con éxito. Era un riñón. Desde entonces, el mundo médico ha conseguido llevar cada vez más allá estas tecnologías.
Pero, lamentablemente, no es suficiente. Por poner un ejemplo: en Estados Unidos mueren 12 personas al día esperando un trasplante de riñón. La cada vez mayor escasez de órganos, los problemas de compatibilidad, las complicaciones del transporte, los riesgos de la operación y sus posibles complicaciones hacen que todo sistema de trasplantes sea por definición un rompecabezas muy complejo de resolver.
Uno, de hecho, que se desmonta cada día y que tenemos que volver a recomponer. Por eso, los médicos y los investigadores han intentado (insistentemente) crear 'órganos artificiales'. Podríamos decir que los bastones, las muletas y las gafas oftalmológicas fueron uno de los primeros (y rudimentarios) instrumentos artificiales de uso sanitario. Más tarde, la cosa se hizo más compleja.
A día de hoy, las prótesis óseas son el pan nuestro de cada día. Tenemos algunas que son metálicas (las de titanio, por ejemplo), pero hay otras que se fabrican con ciertos materiales que ayudan a la osificación 'natural'. De esta forma, estamos haciendo operaciones de cadera que tienen duraciones larguísimas sin producir ningún tipo de rechazo. También estamos haciendo grandes avances en el campo de las extremidades protésicas; es decir, extremidades con movilidad (y, por qué no, sensibilidad) completa. En este caso, la verdad es que no están lo suficientemente finas como para sustituir de forma real a los brazos y las piernas.
Sí tenemos válvulas cardiacas mecánicas y otro tipo de cacharros, pero nada es capaz de emular los órganos reales. Quizá el 'estándar de oro' son los implantes cocleares que ayudan a muchas personas con sordera a mejorar sus capacidades auditivas. No obstante, están muy lejos de ser la panacea. Como lejos están los sistemas que permitan devolver la visión tras lesiones en los ojos, algo que llevamos buscando desde el siglo XVIII. Hay avances interesantes, pero no lo suficiente.
Si somos realistas, en general y por ahora, la mayor parte de dispositivos ayudan a mejorar el funcionamiento de órganos con problemas (como los marcapasos o las lentes que se introducen en algunas operaciones oftalmológicas): en realidad no sustituimos al órgano.
Aunque eso no quiere decir que no se haga, ni que no se investigue. Es el caso por ejemplo de Carmat, una empresa francesa que se dedicada a crear corazones completamente artificiales. Los prototipos son interesantes (y muy prometedores), aunque aún se encuentran en medio de unos (muy accidentados y complejos) ensayos clínicos.
También se está trabajando en otros órganos de todo tipo. En el caso de los riños no parece complejo, porque las funciones del órgano se llevan 'supliendo' desde hace años con la diálisis. Sin embargo, hasta ahora no hay ningún riñón artificial disponible. Aunque, todo hay que decirlo, este año se ha comenzado también un ensayo clínico.
Lo que nos dicen los expertos es que el hombre bicentenario está muy lejos de ser una realidad. No sólo porque no tengamos aún la tecnología necesaria, sino porque el cuerpo humano tiene limitaciones físicas fundamentales. Un ser humano normal no sería capaz de soportar el shock de las intervenciones que son necesarias hoy en día para llevar a cabo ese proyecto. Y si lo soportara, la calidad de vida sería francamente peor.
Lo único que justifica el cuerpo artificial es el dolor y la muerte. Pero quién sabe si no queda poco tiempo para 'liberar' al ser humano de las servidumbres de la biología.
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