SIN TRAUMAS NI DESCONCIERTOS
La mujer que no sentía el miedo
Una dolencia genética ha provocado que una mujer no desarrolle un sentimiento que nos sirve de protección. Y no se trata sólo de lo físico: no percibe ni siquiera una situación de riesgo financiero.
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Calle oscura y desierta, última hora de la tarde. Unos tacones despiertan el instinto criminal de un delincuente escondido en un soportal al acecho de su víctima. El camino a casa de una mujer es interrumpido por un hombre de dos metros de altura, con los ojos inyectados en sangre y en una actitud agresiva. Su mera presencia impone a su propia sombra. La mujer, que apenas levanta la mirada para atisbar el obstáculo, lo evita y sigue su camino. El agresor, incrédulo, se queda pasmado contemplando su indiferencia…
Esto que parece un relato de novela negra es una escena posible con S.M., una mujer de 44 años y madre de tres hijos que padece la enfermedad de Urbach-Wiethe y que, como resultado, ha desarrollado anomalías en el cerebro que le hacen incapaz de sentir el miedo. Una enfermedad degenerativa que ha ido deteriorando su percepción del peligro desde que era una niña.
S.M. ha sido atracada con arma blanca una vez y encañonada otras dos veces. En ninguna tuvo la sensación y necesidad de llamar a la policía. No había trauma. No había desconcierto. Afortunadamente salió airosa de todas.
Tampoco tiene miedo a perder. Toma con frecuencia malas decisiones financieras que le han hecho perder bastante dinero. Su cociente intelectual es normal. Su memoria, habilidades de lenguaje y percepción son buenas. Pero tampoco puede identificar las expresiones faciales de miedo.
Solo hay unos cuatrocientos casos reportados en el mundo de esta enfermedad desde 1929 y no todos los casos desarrollan la misma sintomatología. La mayoría de los pacientes desarrollan lesiones y cicatrices en la piel, debido a que la enfermedad genética afecta a las mucosas y a las membranas basales de la dermis. Pero también pueden afectar (en menos casos) al tejido cerebral en los lóbulos temporales, donde se encuentra la amígdala, y provocar alteraciones neuropsiquiátricas como las de S.M.
La mujer no está identificada por motivos de privacidad y para evitar que la gente que le rodea pueda aprovecharse de ella. Un equipo de científicos de la Universidad del Sur de California y la de Iowa, en Estados Unidos, lleva tratando y estudiando su caso desde hace más de 20 años. La han llevado, por ejemplo, a una tienda de mascotas a tratar con serpientes y tarántulas (sus pesadillas de la infancia) para comprobar cómo responde su cerebro ante viejos estímulos de pánico. Tuvieron que abandonar el experimento por la imprudencia de la paciente y el temor a que los animales le hicieran daño. La curiosidad sin miedo es peligrosa.
También ha sido monitoreada en sesiones de cine de terror para analizar sus estímulos y reacciones. Tras visionar ‘El resplandor’, ‘Seven’ o ‘The ring’ no mostró signos de terror y sí desmedida indiferencia.
La amigdala de S.M no funciona. En una persona normal esta zona cerebral es la encargada de responder y generar estímulos dirigidos a otras partes del cuerpo cuando hay sensación de miedo. Las palmas de las manos se vuelven sudorosas, el latido cardiaco se acelera con la respiración… Esta puede ser la respuesta simple a un evento reciente o convertirse en síntomas enquistados en el tiempo a modo de estrés post-traumático. Al que S.M parece inmune.
Este mismo año y por primera vez se ha hecho pública una entrevista a S.M donde habla de su caso. La documentación sirve para ayudar a la investigación de casos de personas con trastorno de estrés post-traumático. Si los médicos pueden encontrar maneras de aplacar la respuesta defectuosa de la amígdala, se puede encontrar alivio para estos casos.
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