APOCALIPSIS BACTERIANO
Un mundo sin antibióticos en 2050: medidas para frenar la resistencia de las enfermedades
Cuando los escritores de ciencia ficción imaginan futuros distópicos suelen plantear revoluciones robóticas, escenarios postnucleares o cambios climáticos de efectos desastrosos. Todo eso es muy divertido y más o menos probable. Pero hay otro fenómeno, igualmente probable (si no más) del que la ciencia ficción nunca se ha ocupado: la resistencia a los antibióticos.
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Imagina un mundo donde los hospitales fueran un foco de infecciones. Donde los virus y las bacterias camparan alegremente a sus anchas. Donde los cirujanos tuviesen que buscarse otro trabajo porque ni los trasplantes ni las cirugías más complejas fuesen ya viables. Un mundo como el de 1930, sólo que con smartphones y coches autónomos. Estará de acuerdo conmigo en que eso sería una distopía de libro. Según la ONU, también es un peligro muy real.
Hace un mes, los 193 países miembros de la Organización de Naciones Unidas firmaron una declaración según la cual se comprometen a luchar contra la resistencia a los antibióticos. El problema no es nuevo. Hace tiempo que las autoridades médicas vienen avisando de que los microorganismos, los virus y las bacterias, son cada vez más difíciles de matar. Ahora sabemos que, si no revertimos esa tendencia, pronto se convertirá en una crisis sanitaria global.
Si lo piensa, resulta asombroso. Después de todo, los antibióticos son algo muy reciente. Hace menos de un siglo que Alexander Fleming los descubrió por casualidad en su laboratorio, ubicado en el sótano del Hospital St. Mary de Londres. La primera publicación científica al respecto se remonta a 1929, en el 'British Journal of Experimental Pathology', pero no fue hasta la Segunda Guerra Mundial que médicos de todo el mundo comprendieron la enorme importancia del descubrimiento. ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Por qué, en apenas setenta años, los antibióticos han dejado de funcionar?
Un problema explosivo
Lo cierto es que se han juntado varios factores. Hay que tener en cuenta, para empezar, que las bacterias tienen una genética muy peculiar. Muy -digámoslo así- elástica (el término técnico es "trasferencia genética horizontal"). Eso los convierte en unos organismos superadaptativos. Con ellos nunca podemos relajarnos porque, hagamos lo que hagamos, los combatamos como los combatamos, encontrarán la manera de esquivar el ataque. Lo cual nos lleva a la pregunta: ¿nos hemos relajado?
Muchos consideran que sí, y ese sería el segundo factor desencadenante de la crisis. La prueba más tajante al respecto es que la industria farmacéutica no saca un nuevo antibiótico al mercado desde hace diez años. Eso tiene un cierto sentido, al menos si lo observamos desde un prisma exclusivamente capitalista. Ya hay antibióticos de sobra ahí fuera, y la investigación para encontrar nuevos se ha vuelto muy compleja, y por tanto muy cara. ¿Para qué invertir dinero en algo que, en realidad, no se necesita?
Eso es precisamente lo que busca la declaración de la ONU: fomentar las inversiones en investigación y estimular las redes transnacionales. Porque, aunque se trata de un problema global, lo cierto es que hoy por hoy hay países mucho más preocupados con este problema que otros. Y los más preocupados son, lógicamente, los más afectados.
Pero, ¿por qué hay países más afectados que otros? Ni los virus ni las bacterias entienden de fronteras. La clave, por supuesto, está en los sistemas sanitarios. Y es aquí donde encontramos el tercer factor que ha derivado en esta crisis: el mal uso de los antibióticos.
Hace años que las autoridades sanitarias nos vienen advirtiendo de que, primero, no hace falta tomar antibióticos para todo y, segundo, hay que tomarlos únicamente del modo prescrito. Lo cierto es que nadie ha hecho mucho caso a esto, pero el problema es que en algunos sistemas sanitarios no han hecho ningún caso en absoluto. De ahí que en ciertos países más del 50% de su población presente resistencia a un determinado antibiótico, mientras que en otros no llega al 5%.
Hoy, el apocalipsis bacteriano está más cerca que nunca de ser una realidad. Afortunadamente, hay miles de científicos en todo el mundo trabajando para que eso no ocurra. Confiemos en que la industria farmacéutica, como ha hecho en otras ocasiones, dé lo mejor de sí misma. No sería raro. Al fin y al cabo, los muertos no consumen.
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