¡RETRASA EL DESPERTADOR!
Por qué el cuerpo de los adolescentes no está hecho para madrugar
El desarrollo y los cambios que experimenta el organismo durante la pubertad causan alteraciones en los ritmos circadianos y la producción de melatonina. Algo que, según demuestran diferentes estudios, hace que les cueste más conciliar el sueño y levantarse pronto.
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Dicen que, dependiendo de su cronotipo, las personas pueden clasificarse como alondras (se activan por las mañanas) o búhos (prefieren las tardes). Sin embargo, ya seas nocturno o diurno, seguro que te pegas a las sábanas como a una segunda piel cuando suena el dichoso despertador. Para sacarnos de ese agradable letargo hace falta algo más que un poco de ruido.
Afortunadamente, una vez hemos empezado la jornada, la cama pasa a un segundo plano. Para casi todos. La falta de sueño en los adolescentes, causada por el madrugón que exige el colegio, ha sido objeto de diferentes investigaciones y debates entre miembros de la comunidad científica durante décadas.
Según algunos de estos trabajos, un descanso insuficiente —de menos de ocho horas al día—puede tener efectos negativos, tanto a nivel de rendimiento académico como de ánimo. Dormir poco aumenta el riesgo de que los jóvenes sufran depresión o que consuman sustancias nocivas como tabaco y alcohol.
De hecho, un reciente trabajo publicado este mes en la revista ‘Sleep’ y firmado por un equipo de neurocientíficos señala que los adolescentes son mucho más productivos en clase si entran más tarde. Sus autores han llegado a esta conclusión analizando los cambios experimentados por los alumnos de un instituto de Singapur que atrasó tres cuartos de hora el inicio de la jornada en 2016.
Mientras que algunos estudiantes llegaban a dormir ocho horas gracias al cambio, otros solo ganaron algunos minutos de sueño. Pero, en cualquier caso, fue suficiente: según aseguraron, se sentían mejor y con más energía.
Cosas de la edad (y del cerebro)
Los expertos comenzaron a hacer recomendaciones sobre el tema en la década de los 80, en base a las primeras investigaciones que indagaban en el misterioso cerebro adolescente y su relación con las pautas de sueño.
Con el objetivo de prepararnos para dormir, este órgano segrega melatonina, una hormona que nos ayuda a conciliar el sueño y permanecer sumidos en él durante toda la noche. En la infancia y la etapa adulta, la producción de este somnífero natural sigue unos patrones flexibles y variables y las horas de mayor activación de cada persona vienen determinadas genéticamente. Sin embargo, la cosa cambia cuando hablamos de los adolescentes debido a los cambios que experimenta su cuerpo y que afectan a los ritmos circadianos —el reloj biológico que marca los procesos fisiológicos del organismo—.
En el caso jóvenes pubescentes, como también ocurre en muchos otros mamíferos, la liberación de melatonina comienza algo más tarde por la noche que en las personas adultas y los niños y también termina más tarde por la mañana. Esto significa que a la mayoría de adolescentes les cuesta conciliar el sueño y les resulta difícil despertarse mientras la hormona continúa haciendo efecto.
Una vez crezcan y superen esta época de cambios, la producción de la hormona retomará a su variabilidad normal y el ADN volverá a dominar sus preferencias horarias.
Sin embargo, a pesar de este componente genético, tanto los patrones de sueño como las necesidades de descanso varían a lo largo de la vida. Mientras que un recién nacido puede pasar hasta 20 horas soñando, a un adulto le basta con unas siete u ocho. Los bebés y los ancianos suelen dormir intermitentemente, mientras que en otras etapas lo hacemos en un solo bloque nocturno.
Basándose en estas particularidades del cerebro adolescente, son numerosos los expertos e instituciones que, como los Centros para Control y Prevención de Enfermedades y la Academia de Medicina del Sueño estadounidenses, aconsejan atrasar la hora de entrada a los institutos. Una medida que, aunque sin respaldo científico, querría también algún que otro adulto trabajador (y algún que otro niño).
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