VARÍA ENTRE PERSONAS Y DE AÑO EN AÑO
¿De qué depende la efectividad de la vacuna de la gripe?
Los preparados biológicos que ayudan a combatir el virus de la gripe reducen el riesgo de contraer la enfermedad alrededor de un 60%... pero la cifra puede ser mucho menor. Factores como las técnicas de producción o la respuesta del sistema inmune de cada persona influyen en su funcionamiento.
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Como cada año, con la intensa bajada de las temperaturas llegan los ineludibles resfriados. Se manifiestan en forma de tos, moqueo y dolores de cabeza que pueden llegar a convertir los días en un ir y venir de pañuelos, pastillas y jarabes. Por no hablar de la gripe, cuyas consecuencias van un poco más allá para añadir al cóctel unas décimas de fiebre y un intenso malestar que pueden dejarnos en cama varios días.
Para evitar en lo posible el ataque de esta última, las autoridades sanitarias de muchos países ponen en marcha la tradicional campaña de vacunación destinada a aquellos colectivos de riesgo, entre los que se incluyen ancianos, personas con enfermedades crónicas y profesionales de la salud.
Sin embargo, son numerosos los expertos que, sin declararse ni mucho menos contrarios a esta medida de prevención, alertan sobre su escasa efectividad. El motivo: el nivel de protección de los preparados más habituales suele rondar el 60%, aunque el porcentaje puede caer considerablemente. De hecho, el año pasado la protección en España frente a la cepa predominante (la variedad H3N2) no superó el 25%.
Aunque no se conocen con exactitud todas las causas de su mermada eficacia, sí se han identificado diferentes factores que influyen en el nivel de inmunidad que ofrecen.
La actualización anual de la OMS
El primer motivo del que se podría hablar es la variabilidad, algo muy característico de los virus de la gripe. Su ADN sufre pequeñas mutaciones o cambios genéticos a medida que se reproduce, generando virus ligeramente diferentes pero relacionados entre sí. Cuando estas modificaciones se acumulan o cuando se da una variación mayor, pueden aparecer cepas de virus muy distintas o, incluso, nuevos subtipos.
El problema que eso conlleva es que, dado que las defensas del organismo actúan sobre proteínas localizadas en la superficie de estos invasores -las conocidas como hematoglutininas-, el sistema inmune puede reconocer y responder de esta manera ante virus similares a los que ya ha combatido, pero no ocurre lo mismo cuando difieren mucho.
Es por eso que la Organización Mundial de la Salud (OMS) actualiza anualmente la composición de las vacunas -que contienen los virus inactivos- en base a estudios realizados con anterioridad a las campañas de vacunación y predicciones sobre las posibles variaciones genéticas.
No obstante, nada impide que los pequeños invasores continúen mutando después de este análisis y, por otra parte, no hay que olvidar que se trata sólo de previsiones. Ambos factores explican uno de los motivos por los que se cree que las vacunas pueden resultar menos eficaces algunos años: los virus que circulan en la realidad son distintos a aquellos predichos varios meses antes por la OMS. Por eso el cuerpo de aquellos que reciben la vacuna no está preparado para combatir a un intruso desconocido.
Sin embargo, cada vez son más quienes restan importancia a esta cuestión para señalar otras causas que podrían afectar a su efectividad, como el proceso de producción o la propia respuesta del sistema inmune humano.
Mutaciones imprevistas y el papel del sistema inmune
Algunos investigadores, como la epidemióloga Danuta Skowronski, del Centro para el Control de Enfermedades de la Columbia Británica en Vancouver, culpan a mutaciones que sufren los virus de las propias vacunas, y señalan como segundo factor a los fabricantes.
Según explican, la mayoría de laboratorios dejan que estos diminutos agresores se reproduzcan en huevos para cosecharlos y fabricar el cóctel biológico. Según han comprobado Skowronski y su equipo, los virus pueden experimentar alteraciones dentro de los huevos, por lo que la composición de las vacunas no sería igual a la prevista.
Hay además otro factor relacionado con la técnica utilizada para elegir las cepas óptimas: muchos fabricantes lo hacen exponiendo a hurones a distintos preparados para luego comprobar si son capaces de detener la infección del virus aislado de humanos. Sin embargo, el cuerpo de estos animales no funciona igual que el de las personas ni se infectan de gripe tantas veces a lo largo de su vida.
Pero no toda la culpa es de los fabricantes, porque el funcionamiento del sistema inmune de los humanos también influye en la efectividad de las vacunas. Se sabe, por ejemplo, que las defensas del organismo se debilitan con la edad, pero hay otros factores menos evidentes.
Así, un estudio de la Clínica Mayo detectó una relación entre el nivel de inmunidad desarrollado por personas tras vacunarse y la cantidad de proteína HLA-DR presente en un tipo de células encargadas de coordinar la respuesta inmune. El hallazgo demuestra que las defensas de distintos individuos responden de manera diferente al preparado biológico.
El mismo grupo de investigadores ha revelado además que la actuación del sistema inmune depende de la primera exposición que sufrimos a la gripe de niños. De esa forma, la infección original marcaría el tipo de anticuerpos producidos por el organismo durante el resto de nuestra vida y podría dar lugar a ineficiencias en la respuesta defensiva.
Otros expertos apuntan otra posible causa más: los autores de un metaanálisis publicado el pasado verano han encontrado evidencias de que vacunarnos año tras año puede mermar nuestra capacidad para combatir el virus de la gripe.
Además del creciente número de investigaciones que arrojan luz sobre la baja efectividad de las vacunas y los científicos que advierten sobre la necesidad de realizar cambios, ya hay algunos estudios en marcha para desarrollar vacunas de amplio espectro o universales que no haya que modificar anualmente. Pero, de momento, las existentes siguen siendo la única arma de la que disponemos para luchar mejor o peor contra el virus.
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