EFECTOS Y CONSECUENCIAS DEL ÉBOLA
¿Qué le pasa a tu cuerpo cuando tienes ébola?
Un dia cualquiera te levantas con un pequeño dolor de garganta. Te sientes febril y te empieza a doler la cabeza. Estás acostumbrado a esas sensaciones. Conoces tu cuerpo y no necesitas un médico para saber lo que tienes. En el 99% de los casos te autodiagnosticas un catarro o proceso gripal que dejarás que cure el paso del tiempo mientras alivias la sintomatología con la botica de siempre. Pero ¿qué le pasaría a tu cuerpo si en vez del virus de la gripe lo que has pillado es el del ébola?
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Este es un viaje cronológico por los mecanismos y las manifestaciones clínicas de la gravísima enfermedad recogiendo el testimonio de pacientes y doctores que lo han sufrido o tratado.
El segundo o tercer día todavía no hay diferencias de otros virus. La fiebre empieza a subir, aparecen los primeros dolores musculares y el dolor de cabeza se intensifica brutalmente limitando tu actividad. Un pequeño dolor de espalda te avisa de algo no funciona bien en este catarro. El virus está empezando a actuar. Al igual que el VIH, el ébola ataca a los responsables de coordinar la respuesta inmune celular: los linfocitos T o células-T. El problema es que el ébola lo hace infinitamente más rápido que el VIH.
Cuando empiezan estos síntomas es que ya has pasado el periodo de incubación del virus (entre 2 y 21 días). En este periodo el trabajo del ébola es replicarse rápidamente dentro del huésped para tener la suficiente carga viral que produzca los síntomas y así poder encontrar y contagiar a otros huéspedes. No todas las enfermedades contagiosas tienen el mismo periodo de incubación. El del cólera es de uno a tres días y el del kurur, por ejemplo, puede llegar a diez años.
El material genético de cada virus lleva unas instrucciones inviolables para respetar estos tiempos. Un virus que te mate en un día es un virus condenado a la extinción porque no tendrá tiempo de saltar a otro huésped. Por eso la gran mortalidad del ébola juega en contra suya. Es en este periodo inicial de donde tu sistema inmunológico o las ayudas externas más probabilidad tienen de acabar con el intruso.
Entre el día seis y el diez la mayoría de los enfermos se dan cuenta de la gravedad de sus síntomas. Empiezan las fuertes diarreas, la deshidratación y un fuerte dolor abdominal. Las nauseas van acompañadas de fuertes vómitos cargados de sangre. Hay una bajada del número de leucocitos y plaquetas, así como una elevación de las enzimas hepáticas. Tu cuerpo está empezando a sufrir lo que se denomina 'tormenta de citoquinas'. Al destruir los macrófagos y neutrófilos de tu sistema inmunitario el virus deja un reguero de cadáveres que desprenden las famosas citoquinas, un torrente de moléculas inflamatorias que avisa al cuerpo de que hay una batalla muy grande por librar. Y se está perdiendo. Si estas sustancias no se controlan empezarán a romper las paredes de los vasos sanguíneos hasta reventar el órgano correspondiente.
Entramos en la fase exclusiva de la enfermedad. Si has llegado hasta aquí es muy difícil volver atrás. Tus ojos parecerán estallar con la rotura de capilares del globo ocular. Tu nariz y tus oídos no dejan de sangrar. Grandes y dolorosas ampollas de sangre intentan abrirse camino bajo tu piel. Los labios y los genitales se hinchan y se enrojecen. Cualquier parte de tu cuerpo podrá convertirse en una puerta sanguinolenta de salida al virus. Es el momento de mayor carga viral con el huésped vivo. Esas explosiones de sangre intentarán buscar otro organismo sano que parasitar. Tienes fiebre hemorrágica. Estás perdiendo la batalla.
Entre el 25% y 90% de los infectados (dependiendo del brote) no sobreviven. Los pacientes generalmente mueren por fallo multiorgánico a causa de shock que produce la presión arterial baja y la pérdida de sangre.
Pero no siempre es así. Si tu sistema inmunológico era fuerte, si se ha combatido bien la deshidratación inicial y has generado los suficientes anticuerpos, podrás pasar el infierno. Entender cómo algunos pacientes han sobrevivido a las fiebres hemorrágicas es parte activa de la investigación actual. Se cree que la batalla inicial con los primeros linfocios T marca el devenir de la guerra.
Tras 20 días tu cuerpo está destrozado pero has logrado vencer al virus. Puede que tus riñones o tus pulmones tengan secuelas. Los supervivientes pueden presentar también otros problemas poco comunes, como la pérdida de cabello y cambios sensoriales. La recuperación sin carga viral puede ser aún larga en algunos casos. Pero lo que es seguro es que hasta 40 días después de superar la enfermedad tus fluidos podrán contagiar el virus. Hay documentado un caso de virus aislado en el semen hasta 61 días después de la aparición de la enfermedad.
Pero no todo son secuelas. También hay un premio. Los que superen la enfermedad desarrollan anticuerpos para protegerse, al menos, durante los próximos 10 años.
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