NUESTRO CEREBRO NOS RECOMPENSA CON UN CHUTE DE DOPAMINA
¿Por qué el ser humano tiene la necesidad de coleccionar cosas?
La respuesta a por qué coleccionamos está en la placentera sensación que sentimos a través de la dopamina que nuestro cerebro libera cada vez que conseguimos esa pieza que nos falta o nos acercamos al final de una colección.
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Desde que somos pequeños estamos rodeados de innumerables cosas que pueden convertirse en un objetivo ideal para coleccionar. Quién no recuerda el intercambio de cromos en el patio del colegio, o el empezar a guardar pequeñas cosas que nos llaman la atención y que al cabo de un tiempo han acabado formando parte de una colección, por pequeña que fuera.
Entonces no sabemos por qué lo hacemos, pero tenemos una necesidad innata de ir consiguiéndolo.
Nuestro cerebro necesita marcarnos unos objetivos a conseguir, muy similares a los propósitos que hacemos para Año Nuevo, los retos que nos marcamos para correr una maratón o el prepararnos concienzudamente para escalar hasta la cima de una montaña… En todos esos casos, la recompensa que recibimos al conseguirlo nos resulta altamente placentera. Esto se debe a la condición del ser humano como buscador que hemos heredado de nuestros ancestros.
Hoy en día vivimos en la conocida como sociedad del bienestar, donde casi todo ya nos viene dado o es muy fácil conseguirlo, pero nuestros antepasados -y sobre todo los pueblos nómadas de la antigüedad- estaban en un continuo proceso de búsqueda: dónde cobijarse, qué comer, con quién tener descendencia... Día a día tenían nuevos retos de supervivencia que debían ir superando.
Todo eso quedó grabado en nuestra herencia genética. La mayoría de nosotros no tenemos necesidad de jugarnos la vida para poder comer, tener una propiedad donde vivir o encontrar una pareja, y por tal motivo nuestro cerebro necesita experimentar la sensación de buscar y encontrar, lo que nos aporta un chute extra de dopamina, el neurotransmisor responsable de nuestros estados de alegría, bienestar y placer.
De ahí que sea tan satisfactorio cuando un coleccionista encuentra ese objeto único y que llevaba tanto tiempo buscando, pero que también se puede convertir en algo altamente frustrante cuando no se logra.
Sin embargo, la agradable sensación de ir consiguiendo nuevos elementos para nuestra colección con el tiempo tiende a desaparecer, debido a que se convierte en algo rutinario. De ahí que aparezca esa imperiosa necesidad por conseguir algo cada vez más exclusivo y único.
Y es precisamente esto lo que saben desde hace mucho tiempo las empresas dedicadas a lanzar al mercado los famosos coleccionables –sobre todo a inicios del año o la finalización del periodo vacacional de verano-, sabedores que son época en las que, por naturaleza, las personas nos marcamos nuevos propósitos y somos más vulnerables a ser convencidos.
Los coleccionables, a la caza de víctimas
Muchísimas son las personas que los inician y que al cabo de un tiempo abandonan. Para los más fieles siempre habrá un elemento que costará conseguir o tardará en aparecer, creando en ellos esa sensación de ansiedad que acaba siendo altamente placentera cuando se ha conseguido la pieza que faltaba... -¿quién no recuerda aquel cromo que siempre se resistía para poder acabar la colección?-
Pero ocurren ocasiones en las que una colección no tiene toda la aceptación esperada por parte del público y acaba desapareciendo, creando un complicado conflicto con aquellos que sí la seguían y ven que, de repente, se quedan sin poder completar.
Se calcula que el 75% de las colecciones se realizan individualmente y sin necesidad de que una empresa comercialice explícitamente con esos objetos, lo que convierte a esta afición en algo aún más excitante.
De esta forma, son muchos los casos de coleccionistas que han llegado a pagar auténticas fortunas por conseguir un ansiado objeto –ya sea un cuadro o algo exclusivo que pertenecía a una determinada persona-. En la historia incluso se han dado multitud de ocasiones en las que tras un robo se escondían los intereses de un coleccionista privado que deseaba poseer el objeto robado.
También cabe destacar que, según advierten algunos expertos en psicología, existen casos extremos de coleccionismo que pueden acabar convirtiéndose en peligrosas adicciones al ir a la búsqueda continua de esa sensación placentera que da la liberación de dopamina. Eso podría incluso ser parte de un trastorno obsesivo compulsivo, que llevado al límite puede provocar alguna psicopatología como el conocido síndrome de Diógenes: necesidad de acumular todo tipo de objetos, por inservibles que sean, de un modo irracional y desordenado. Y eso, al final, es todo lo contrario de un coleccionista tipo, que suele ser ordenado y cuidadoso con todo aquello que adquiere.
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