LOS CUATRO FINALISTAS SIEMPRE SON AMERICANOS
¿Por qué las universidades de EEUU son las mejores del mundo?
El dinero, el origen de la inversión y también la cultura norteamericana a la hora de vivir el periodo universitario condicionan enormemente el éxito de sus universidades
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Si se repasan los principales rankings de universidades elaborados por instituciones y fuentes de la más distinta índole se puede extrapolar que los mejores centros universitarios científicos (y no científicos) se encuentran en Estados Unidos. Estos rankings no pueden evaluar ecuánimamente la calidad educativa, pero ayudan a generar criterios convergentes ¿Por qué se consideran los mejores? ¿Es el dinero el principal argumento que justifique su calidad?
Una de las fuentes más alejadas de una posible influencia subjetiva en los procedimientos para elaborar estas clasificaciones está en China. Según el Ranking Académico de las Universidades de la Escuela Superior de Educación (anteriormente, el Instituto de Educación Superior) de la Universidad Jiao Tongde Shanghái, las cuatro primeras universidades del ranking mundial de 2014 son norteamericanas: Harvard, Stanford, el Instituto de Tecnología de Massachusetts y la Universidad de California-Berkeley. Más de 300 centros norteamericanos estaban por encima del top 800.
Pero no solo desde China se llega a la misma conclusión. Incluso desde España una clasificación realizada con un criterio tan opuesto como el Webométrico ofrece unos resultados paralelos. El CSIC toma en cuenta el volumen de contenidos publicados en la web y el impacto de estos para ordenar más de 15.000 universidades y 5.000 centros de investigación. Los mismos cuatro finalistas: Stanford, MIT, Berkely y Harvard. Por ese orden.
La primera lectura fácil nos lleva a hacer un estudio económico comparativo. Los mejores centros norteamericanos, Harvard, MIT o Princeton, invierten unos 150.000 euros por estudiante y año. Oxford y Cambridge, ya en Europa, no pasan de los 50.000 euros.
Mientras, en las universidades españolas esta inversión es cinco veces menor de promedio que las británicas, con unos 10.000 euros por estudiante. De ahí su posición más allá de las 200 mejores universidades del ranking mundial, a años luz de las americanas ¿Es el dinero determinante en una educación de calidad? Rotundamente no, pero ayuda a vender esa idea de prestigio asociada al conocimiento.
Hay por tanto un primer factor clave, que no el único, para determinar el éxito en el ranking global ¿De dónde viene ese dinero?
Fundamentalmente de las matrículas y de la inversión privada. La diferencia entre los centros americanos y los nuestros, por ejemplo, es abismal en el precio que tiene que pagar cada alumno. El coste de la matrícula para un alumno de Harvard no baja de los 25.000€, mientras que en la politécnica de Madrid no llega a los 1.900€, según créditos. La diferencia de costes entre matrículas es proporcional a la inversión final de la universidad en cada alumno: allí lo pueden pagar.
La inversión en centros americanos es, además, eminentemente privada. Sólo en el Reino Unido el porcentaje de inversión de iniciativa privada es mayor. Por encima del 74%, por el 63.7% del dinero que viene de manos privadas en EEUU.
El dinero invertido por alumno ayuda a generar cátedras de mayor prestigio y atrae al mejor profesorado (formado normalmente en centros públicos) que a su vez logran un efecto llamada y mediático que retroalimenta la exitosa fórmula de inversión. El éxito de este sistema pasa por convertir la educación en un negocio rentable para quien deposite allí su dinero, comprando educación de calidad con sus réditos.
Las universidades norteamericanas son auténticas empresas con ánimo de lucro desmedido y que funcionan como inversión para las fortunas privadas con unos intereses mayores que cualquier otro fondo y con el prestigio social que supone convertirse en patrocinador del conocimiento. Muchas cátedras o ‘think tanks’ universitarios llevan el nombre (y el ego) de sus orgullosos mecenas.
La Universidad de Harvard, por ejemplo, tiene un patrimonio aproximado de 45.000 millones de dólares (datos del 2010) gracias al rendimiento de las inversiones y de las donaciones. La rentabilidad de este patrimonio es del 16%, frente al 9,4% de media de los grandes fondos. Sólo con el 35% de lo que se sacan con estos fondos se cubren los gastos universitarios. El resto sirve para llamar a más dinero e hinchar la bola de nieve.
Pero no todo es dinero
Hay otros condicionantes muy propios de la cultura norteamericana que han ayudado a generar prestigio y éxito a esos centros y que solo funcionan allí. Es parte del espíritu de la ‘tierra de las oportunidades’.
En Estados Unidos el periodo universitario es una experiencia vital como en ningún país del mundo. El desafío para el alumno es mayor por los costes y porque el cambio de vida es brutal. Vivir esa metamorfosis es parte de la cultura colectiva.
La competencia entre centros hace que la oferta sea más variada y la movilidad interna mucho mayor. En España, por comparar, casi todos ofrecen básicamente lo mismo con programas casi calcados que hacen que los alumnos elijan el centro más cercano para estudiar y minimicen la experiencia vital. En EEUU el criterio es siempre más meditado y la distancia no es condición tan importante, sino más los valores académicos y la ‘marca’ universitaria. Los campus son pequeñas ciudades con todos los servicios asociados y diseñados para hacer inolvidable esa etapa de la vida.
Dentro de esa oferta que funciona también como ventaja competitiva e imán diferenciador están los determinantes programas deportivos y becas asociadas: las universidades se pelean por becar a las futuras estrellas de las principales ligas solo para tenerlas en su orla y atraer con ello a más alumnos.
Tener este sistema tan competitivo y liberal tiene también sus consecuencias y damnificados. Para acceder a esa burbuja universitaria y poder pagar los altísimos gastos de lo estudios universitarios los americanos se endeudan con el Estado a niveles insoportables y muy por encima de los europeos. Dinero que tienen que empezar a pagar con su primer trabajo.
También, parte de ese movimiento proactivo del alumnado se produce para evitar la gran cantidad de centros mediocres. Como dijo una vez el embajador norteamericano Averell Harriman cuando se le preguntó a qué país pertenecían las 100 mejores universidades del mundo: "No tengo ni idea. Muchas están en EEUU, pero lo que es seguro es que las 100 peores están todas aquí".
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