UNA EXPLICACIÓN NEUROCIENTÍFICA
Todo lo que cambia tu coco cuando te da el sol
Seguramente nuestros antepasados cromañones ya lo notaban. Que era bueno salir de las cavernas. Que exponerse a la iluminación natural no solo les permitía contemplar el mundo que les rodeaba. Además, después de un rato bajo la luz del sol algo dentro de ellos empezaba a cambiar. Su ritmo cardíaco se alteraba, se sentían más lúcidos, más alertas, más concentrados, incluso más inteligentes.
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Estaban en lo cierto. Pero hubo que esperar al año 2006 para que Giles Vandewalle y sus colegas de la Universidad de Liège (Bélgica) dieran con la explicación neurocientífica.
Fueron ellos los que demostraron que una exposición matutina breve a la luz brillante del sol (21 minutos solamente) aceleraba la respuesta de la sesera en una serie de pruebas que implicaban atender al sonido.
Para colmo, los escáneres mostraban que varias áreas de la corteza cerebral incrementaban su actividad. Áreas que no estaban relacionadas precisamente con el sentido de la vista.
Y ahí es donde llegamos al quid de la cuestión. Cuando la luz de un día despejado y radiante alcanza la retina, activa el fotopigmento melanopsina, que no tiene nada que ver con la visión.
Las señales que la melanopsina manda al coco sincronizan los ritmos del cuerpo con la salida y la puesta del sol. En otras palabras, gracias a la melanopsina, el reloj biológico central (situado en el hipotálamo) se mantiene en hora. Incluso en individuos ciegos.
De hecho, años después de su primer hito, Vandewalle y sus colegas probaron que es precisamente la activación de la melanopsina por la luz lo que aumenta el rendimiento cognitivo a sol. E incluso mejora la memoria a corto plazo.
Con la luz natural nos espabilamos, pensamos rápido, el coco rinde más y recordamos mejor. Si se compara con la cafeína, la luz azul es incluso más eficaz que el brebaje negro cuando lo que pretendemos es pensar con claridad y concentrarnos en las tareas que nos traemos entre manos.
Que brille el sol o se nuble tampoco le es indiferente a nuestro estado de ánimo. Resulta que independientemente de la temperatura exterior, los días soleados activan en la piel la producción masiva de vitamina D.
Este nutriente esencial que ayuda a absorber el calcio que necesitan los huesos, le carga las pilas al sistema inmune y, encima, está relacionado con la producción de dopamina y serotonina, las hormonas del bienestar. Ahí es nada.
A esto se le suma que exponernos a la luz natural a lo largo del día le para los pies al insomnio. Todo lo contrario a lo que hacen la luz de las bombillas y las pantallas.
Y es que, según, un trabajo del Instituto Politécnico Rensselaer de Nueva York, una exposición de dos horas antes de ir a la cama mengua los niveles de la melatonina –la hormona que regula el sueño- en un 22%, reduciendo el tiempo que pasamos en brazos de Morfeo.
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