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NO MANDAMOS SOBRE NUESTRO CUERPO TODO LO QUE CREEMOS

Cosas que controlas de tu cuerpo.. y cosas que no

Aunque digan lo contrario, no controlamos ni de lejos todos los procesos de nuestro cuerpo. Lo hace nuestro cerebro, y no siempre somete todo a nuestra voluntad. De hecho, él manda... y tú y tu cuerpo obedecéis.

Muchos procesos están fuera de control, al menos en parte, como el digestivo o el respiratorio

Muchos procesos están fuera de control, al menos en parte, como el digestivo o el respiratorio CC

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Nuestro cuerpo es una máquina fantástica que, normalmente, tenemos bajo control. Ese "normalmente" viene a que hay algunos mecanismos que no controlamos y suceden aunque no nos demos cuenta. Es como conducir un coche: tú decides dónde va y lo rápido que lo hace, pero no controlas la combustión, el movimiento de las poleas o la activación del sistema de seguridad de frenado.

Por eso, aunque eres dueño de todas las posibilidades motoras del 'coche', hay procesos que no controlas. No eres consciente de que tu hígado esté en marcha, o de que tus riñones estén depurando tu sangre. Sin embargo sí te das cuenta cuando tu estómago está en funcionamiento (o te demanda que lo pongas en marcha)

A grandes rasgos controlamos las funciones motoras, al menos si todo está en orden en nuestro cuerpo: coger un objeto, mirar en una dirección, hacer un gesto, saltar, tumbarse... Todo eso lo hacemos cuando queremos.

El 'piloto automático'

Hay, sin embargo, una serie de cosas que controlamos hasta que nuestro cuerpo o nosotros mismos decidimos que no queremos controlar. Es el caso de la respiración. Tú puedes tomar los mandos y forzar una respiración más pausada y profunda, o incluso dejar de respirar por un tiempo. Pero si dejas de pensar en respirar automáticamente se enciende el 'piloto automático', activa el diafragma -un músculo transversal ubicado bajo los pulmones- y empezamos a respirar sin darnos cuenta. Por eso, por ejemplo, es complicado ahogarnos sin ayudas externas: si dejas de respirar, aunque estés inconsciente, tu cuerpo se activará para volver a hacerlo... si nada se lo impide.

Nuestro sistema nervioso tiene esas cosas: manda órdenes, queramos o no, para salvarnos la vida. Son estímulos eléctricos que nos activan, nos ponen en guardia o nos impulsan a hacer cosas. Por ejemplo, ante una situación de riesgo ¿Te has dado cuenta alguna vez de que cuando algo te asusta, de pronto se te agita la respiración, te mueves de forma compulsiva, casi involuntaria, y el corazón te va más rápido?

Eso no es del susto. Bueno, sí, pero es una consecuencia física del chute químico que tu sistema nervioso ordena a tu cuerpo segregar para afrontar una situación de riesgo. La respiración agitada multiplica el flujo de oxígeno en sangre, que pasa a ser bombeada a toda velocidad por tu corazón, dopado por ese chute químico, e irriga a tus músculos para moverse de forma brusca y alejarte del peligro. Por eso alguien con fobia a las arañas puede dar un brinco sin dudarlo, o salir despavorido arrasando con lo que tenga delante. El 'peligro', claro, a veces es subjetivo.

El miedo no es voluntario, ni su reacción controlable ¿O sí? Es lo que muchos intentan, a través de cierto grado de autocontrol, bajo la premisa de que no dejan de ser órdenes de tu cerebro a tu sistema nervioso: si eres capaz de controlar tu cerebro, serás capaz de controlar la reacción.

Un ejemplo de eso sería el dolor. El dolor, como tal, no es real: las cosas no duelen, sino que es tu cerebro quien te causa el dolor para que retires rápidamente tu mano de esa sartén caliente, o te des cuenta de que te has cortado y estás sangrando. Por eso una disfunción nerviosa (una parálisis por una lesión, por ejemplo) hace que alguien no sienta dolor. Y, ante esa teoría, algunos intentan controlar el dolor controlando al emisor del mismo, el cerebro.

Aprendiendo a controlar y a aprovechar

Más fácil es controlar músculos como los esfínteres. Sí, eso que aprendemos de pequeños para no hacernos nuestras cosas encima. Es un control voluntario y básico para no deponer continuamente, como pasa cuando somos bebés. Otra cosa es que existan lesiones en dichos músculos (parálisis, secuelas de un parto...), o problemas severos en el sistema central, el cerebro. Eso sí, ante una inconsciencia profunda, aunque seremos capaces de controlar los músculos, podemos tener determinadas 'fugas'. Porque sí, tus intestinos funcionan de noche y a veces, mientras duermes, algunos aires pueden decidir escaparse sin tu permiso.

De hecho, el sistema digestivo es una gran fuente -con perdón por lo visual de la expresión- de descontroles: igual que se puede escapar un aire por un movimiento brusco del intestino, puede haber un eructo. O, en caso de que tengamos una indigestión, un vómito. O, en caso de diarrea... bueno, no sigo que creo que tenemos la idea clara.

Por esa zona, justo entre los pulmones y el aparato digestivo, es donde está el diafragma que hace de 'piloto automático' de la respiración. El mismo que hará que hipes con fuerza y de forma incontrolada. Y si eres mujer, otro músculo, el uterino (que en una embarazada a término llega bastante arriba), se contraerá y relajará de forma intensa para empujar llegado el momento del parto. Y no, no se puede controlar, lo más que puedes hacer es calmar el dolor que provoca el sobreesfuerzo con fármacos y sumarse a la ola: si hay contracción, llegado el momento adecuado, únete a ella empujando.

Lo que no controlamos

Hay otras reacciones corporales que son directamente imposibles de controlar, como respirar y tragar. Decidimos cuándo tragar, y podemos decidir cuándo respirar, pero un músculo hace imposible que podamos hacer ambas cosas a la vez. Es algo lógico, porque el tracto digestivo y el respiratorio son comunes en su primera etapa (la boca y la garganta), y si pudiéramos hacer ambas cosas podríamos morir ahogados por comida o líquido en los pulmones.

Tampoco puedes controlar cuándo estornudar, aunque puedes ayudar a provocártelo. Y tampoco puedes estornudar y mantener tus ojos abiertos a la vez. De hecho, igual que el sistema digestivo nos puede dar disgustos si estamos con gente, los ojos tienen una especial protección por parte de nuestro cerebro. Por eso también controlamos si abrirlos o cerrarlos, incluso el pestañeo, pero cerraremos los ojos y fruciremos el ceño incluso para aumentar su protección con los músculos de la cara si detectamos alguna amenaza, o mucha luz.

¿Te has planteado alguna vez que, de hecho, los ojos nunca dejan de ver? Tú puedes cerrar los párpados para dormir, pero si dejas la persiana subida y no estás habituado, lo más normal es que la luz te despierte. O, si estás en la playa tomando el sol y te da la luz en la cara, aunque cierres los ojos verás en color rojo, por la intensidad solar. Al dormir, eso sí, el cerebro 'desconecta', pero los ojos siguen ahí, a lo suyo, tapados por tus párpados.

Y como te tienen que durar toda la vida, ahora que el sol aprieta con fuerza, mejor ayúdales a protegerse con unas buenas gafas de sol. Y que sean bonitas, que eso sí puedes controlarlo tú.

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