NO SOMOS TAN SOFISTICADOS COMO PARECE
¿Crees que los humanos somos los más evolucionados? Piensa otra vez
La sofisticación puede ser un concepto muy relativo. Estamos demasiado acostumbrados a vernos al final de una supuesta 'cadena evolutiva' (signifique lo que signifique) y en los documentales escucharemos afirmaciones tan osadas como que “el cuerpo humano es la máquina más perfecta que existe”.
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Quizá nos sorprenda la complejidad de nuestra biología, pero estaríamos probablemente equivocados si pensáramos que somos algún tipo de culminación, o la guinda del pastel de la evolución en lo que a sofisticación anatómica se refiere.
La visión lineal de este proceso, reflejada a menudo en esa fila de primates andantes y todas sus variaciones, a veces se inicia con un pez saliendo torpemente del agua. El pez patudo, icono de la evolución y motivo de burla creacionista, representa para muchos esa idea de perfeccionamiento, de dejar atrás unas lodosas e infectas aguas para disfrutar de la buena vida de la tierra firme y de respirar aire como está mandado ¿Cómo no considerar inferiores a esos resbaladizos vertebrados con sus branquias y sus escamas? Todo lo que tenga que ver con los peces debe ser una solución intermedia y chapucera que precede en complejidad y perfección al ser humano ¿O no?
Algunos peces actuales, como los saltarines del fango, son conocidos por poderse pasear por las orillas de los manglares, mientras que otros como los dipnoos, son famosos por tener pulmones y pasar parte del año enterrados en tierra firme. La mayoría de los peces óseos, sin embargo, no tiene pulmones, sino un órgano hueco capaz de hincharse o vaciarse de aire conocida como vejiga natatoria y que contribuye a que el pez controle sus movimientos en la columna de agua (algo parecido a lo que hacen los buceadores con el chaleco hinchable que controla su flotabilidad).
Desde hace siglos los biólogos han reconocido la homología entre los pulmones y la vejiga natatoria, es decir, han interpretado que ambos órganos tienen un mismo origen. Sin embargo, nuestra intuición humana generalmente ha malinterpretado el transcurso de los hechos. Podría parecer que los peces tenían una primitiva vejiga natatoria que evolucionó a un maravilloso pulmón que permitiría a nuestros ancestros respirar el aire puro… y estaríamos equivocados.
Lo cierto es que los pulmones evolucionaron primero como una invaginación del esófago de algunos peces, permitiéndoles controlar su flotabilidad tragando algo de aire de vez en cuando. El 'perfeccionamiento' de este sistema llegaría con ciertos peces óseos (la mayoría de los que hoy pueblan ríos y océanos) que independizaron este pulmón del esófago originando una vejiga natatoria independiente y que pudieron controlar su volumen mediante una sofisticada red de capilares sanguíneos que no por nada se llama 'rete mirabile' (red maravillosa).
Desde cierta perspectiva, los pulmones no son más que la permanencia de un órgano primitivo (una vejiga natatoria a medio hacer) que adquirió un inesperado uso secundario: el de respirar aire. A buen seguro que si fuésemos peces no nos impresionarían demasiado esos sacos respiratorios en comparación con la perfección de la vejiga natatoria.
Puestos a encontrar chapuzas evolutivas, el hecho de que los pulmones empezaran siendo invaginaciones del esófago supuso una limitación que aún hoy padecemos: el riesgo de atragantamiento. El hecho de que nuestra vida dependa de unos órganos que no nacieron inicialmente para respirar y que se insertan en toda la glotis nos pone en riesgo potencial cada vez que bebemos agua.
Imaginemos lo que pensarían unos supuestos peces inteligentes de un problema tan tonto.
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