NO ES FÁCIL ALETEAR MÁS DE 70 VECES POR SEGUNDO
La maldición del colibrí: estar siempre a una hora de morir
Por su manera única de sostenerse inmóviles en el aire, por sus llamativos colores y otras características exclusivas, los son colibríes una auténtica joya de la evolución. Pero ¿nos hemos parado a pensar alguna vez en la parte negativa? ¿Cuál es el precio de ser un colibrí?
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Para muchos se trata de las aves más excepcionales del planeta, y no faltan razones para pensarlo: cuando hablamos de los colibríes, con unas 330 especies distribuidas principalmente en América tropical, no hay comparaciones que valgan. Los colibríes son los auténticos maestros del vuelo, capaces de aletear hasta más de 70 veces por segundo consiguiendo un dominio absoluto del medio aéreo, donde no hay acrobacia que se les resista.
Este control total de su locomoción en la columna de aire permite a los colibríes permanecer suspendidos en un punto fijo, algo que ningún vertebrado volador es capaz de emular siquiera con un ápice de la precisión que demuestran estos animales privilegiados.
Los colibríes se alimentan del néctar de ciertas flores, y la capacidad de sostenerse en un punto fijo, unido a un pico y lengua que funcionan con una magnífica precisión les garantizan acceder a ese néctar sin necesidad de tocar o apoyarse en la flor, no importa lo delicada o inaccesible que sea para otros animales.
Así contado podría parecernos que estamos ante una adaptación más entre un animal y su fuente de alimento, pero es imposible exagerar la proeza que supone la alimentación cotidiana de un colibrí, especialmente en términos del balance energético.
La 'factura de la luz' que tiene que pagar un colibrí por mover sus alas tan deprisa es astronómica. Tengamos en cuenta en primer lugar que los colibríes deben ser pequeños y ligeros (unos cinco gramos por término medio) Esa es la única manera de que tan particular sistema de vuelo sea viable, ya que si aumentáramos el tamaño del cuerpo y su masa, las alas no podrían moverse a la velocidad suficiente para mantener el vuelo suspendido (otro ejemplo de constricción).
El problema es que a los animales homeotermos (conocidos como “de sangre caliente”) de pequeño tamaño les cuesta mucho más trabajo mantener su temperatura corporal (40ºC en el caso de las aves) por lo que su metabolismo basal, incluso en total reposo, ya es muy alto. Si a esto unimos la cantidad de energía que necesitan sus diminutos músculos para conseguir esas frecuencias de 70 aleteos por segundo, el consumo de energía se dispara de forma escandalosa.
A la vez, para hacer viables esas hazañas musculares, el alimento y el oxígeno debe bombearse a través del sistema circulatorio a un ritmo igualmente espectacular: el corazón de los colibríes bombea sangre a más de 1200 latidos por minuto, el récord absoluto en frecuencia cardíaca de los vertebrados. En conjunto, los colibríes tienen el honor de alcanzar las tasas metabólicas más altas de la biosfera: consumen energía en proporción a su masa corporal a una velocidad que, simplemente, es insuperable por ningún otro organismo.
Inevitablemente, toda esa energía debe reponerse a un ritmo equivalente con la ingesta de alimentos, que como ya hemos dicho, consiste sobre todo en néctar, y en algunos suplementos proteínicos en forma de pequeños insectos. Si bien es cierto que el néctar es muy energético, ¿cuánto debe beber un colibrí simplemente para mantenerse con vida? La asombrosa respuesta es que un colibrí consume diariamente una cantidad de néctar superior al peso de su propio cuerpo (pensemos lo que eso supondría en escala humana para hacernos una idea de la magnitud de su glotonería).
Lo que resulta aún más asombroso es que puedan realizar esta hazaña sin menoscabo de sus capacidades locomotoras, porque recordemos que los colibríes ya se encuentran en los límites de lo que es físicamente capaz de volar siguiendo esa técnica de aleteo frenético, y ciertamente doblar de una sola vez su peso haría inviable ese movimiento (y por lo tanto impediría la alimentación del animal).
En resumen: los colibríes viven constantemente en un delicadísimo equilibrio entre la necesidad de ser ligeros para poder mantener su sistema de vuelo y acceder a las flores, y la necesidad de consumir ingentes cantidades de alimento en relación a su propia masa. Si un colibrí consigue mantenerse con vida es porque, por término medio, cada 15-20 minutos está libando néctar para sobrevivir.
Esta esclavitud constante y sin descanso de una fuente de alimento que a primera vista puede parecernos tan imprevisible como lo son las flores depara aún algunas sorpresas. Las necesidades metabólicas de estas aves son tan altas que en condiciones normales morirían literalmente de hambre durante el sueño, pues no serían capaces de aguantar más de una hora sin alimentarse.
Sin embargo, los colibríes han desarrollado un estado de letargo durante la noche en el que su temperatura se reduce de los habituales 40ºC a la temperatura ambiente, su corazón se ralentiza hasta el centenar de pulsaciones por minuto y sus riñones dejan de funcionar para evitar la muerte por deshidratación del colibrí. Sólo de esta manera sobreviven a este intervalo inevitable de ayuno.
Pero aún hay más.
Que los colibríes prosperen en regiones tropicales, donde puede haber flores todo el año no es tan sorprendente como que algunas osadas especies sean capaces de aventurarse durante los veranos boreales en Estados Unidos y Canadá, donde la floración está mucho más restringida. La consecuencia es que estos animales deben volver a regiones más cálidas en invierno realizando una migración que si ya es asombrosa en aves grandes, resulta espectacular en estos animales que, como hemos visto, son tan dependientes del suministro continuo de energía.
Los colibríes, justo antes de realizar su migración, acumulan alrededor de un gramo de nutrientes en forma de grasa (mucho más ligera que el glucógeno) justo hasta el límite de peso que son capaces de acumular sin pesar demasiado para volar. Es de esta manera como muchos consiguen, de un solo trayecto y sin detenerse, atravesar los cientos de kilómetros de mar que separan Florida de Yucatán. Muchos de ellos mueren cada año en el intento, pero otros regresan a la primavera siguiente en lo que es sin duda una proeza metabólica más que sobresaliente.
La pregunta que queda por hacernos es ¿cómo se llega a esta situación? Desde luego las adaptaciones de los colibríes son perfectas para conseguir alimentarse de la forma en la que lo hacen hoy en día, pero ¿merece la pena? ¿Es intrínsecamente mejor esta forma de vuelo tan cara y costosa?
En los experimentos que se han realizado con colibríes a los que se permite alimentarse posados, estos prefieren hacerlo de esta forma más descansada si se les da la oportunidad. Parece que los colibríes vuelan de esta forma porque no les queda más remedio, porque es la única forma de alcanzar una fuente de alimento muy nutritiva que de otra forma sería inaccesible.
Y es que para acabar de dar forma a esta historia nos queda por considerar cuál es la perspectiva de las plantas.
Desde el punto de vista de la estrategia evolutiva de una planta, las aves son perfectas polinizadoras. Se mueven rápido y son ágiles como muchos insectos, pero a diferencia de ellos, por su metabolismo tan exigente, necesitan alimentarse con muchísima mayor frecuencia que un insecto. Esto significa que si consigues atraer a aves para polinizarte, tendrás una clientela fija y fiel, que visitará tus flores (y transportará tu polen) sin descanso.
Por eso tiene sentido imaginarse a las plantas como las verdaderas escultoras de la portentosa anatomía y fisiología del colibrí en un proceso de coevolución: ofreciendo un néctar muy poco accesible, pero compensándolo con un contenido tan energético que dirige con eficacia la selección natural por caminos que nos parecen a la vez armoniosos y malditos. Armoniosos porque alcanzan una perfección que está en el límite de lo físicamente posible, y a la vez malditos porque sitúan permanentemente a los colibríes a una hora de la muerte por inanición.
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