LA PAPELERA CONTROLA UN TERRITORIO MAYOR QUE ISRAEL
No más selvas arrasadas en Indonesia para fabricar papel higiénico para EEUU
Una de las mayores papeleras del mundo, con un historial de deforestación salvaje, promete que no volverá a talar ni un árbol de selva virgen en sus concesiones indonesias, donde gestiona un territorio mayor que el de países como Israel.
Publicidad
En una torre de oficinas del distrito financiero de Yakarta (Indonesia) hay una insólita vitrina, protagonizada por el libro sagrado de los musulmanes, el Corán, y por rollos de papel higiénico. Y están ahí porque tienen una característica en común: ambos están hechos del mismo material.
Es el expositor de la sede central de Asia Pulp & Paper (APP), un imperio asiático que cada año convierte millones de árboles en millones de toneladas de papel. En la misma vitrina, junto al papel higiénico y el Corán, aparecen servilletas, pañuelos, novelas, cómics, bolsas, cuadernos, folios y un sinfín de productos que se consumen en 120 países.
APP nació en 1972. A la par que crecía la población mundial y con ella el hambre de papel, la empresa se convertía en uno de los mayores deforestadores del planeta. Susbulldozers se llevaron por delante cientos de miles de hectáreas de selva virgen en uno de los rincones más delicados del planeta: la isla de Sumatra, hogar de orangutanes, tigres y elefantes, hoy todos en peligro de extinción local.
Pero APP no deforestaba por capricho. Según explica Nazir Foead, director de Conservación de WWF Indonesia, la empresa estadounidense Mattel empaquetaba sus muñecas Barbie con cartón barato procedente de las selvas arrasadas. Lo mismo hacía Lego con sus juguetes. Y también Adidas, Unilever (propietaria de marcas como Frigo, Mimosín, Axe y TRESemmé), Gucci, Nestlé y la española Idisa Papel compraban el papel manchado con la sangre de tigres, orangutanes y elefantes. Hasta National Geographic. E incluso millones de estadounidenses se limpiaban literalmente el culo con la selva deforestada, a través del papel higiénico Paseo.
La Barbie, “asesina en serie”
Pero, según proclama en su despacho de Yakarta la ingeniera forestal Aida Greenbury, aquello ya es historia. En febrero de 2013, APP anunció que no volvería a talar un árbol de selva virgen y que se centraría en sus gigantescas plantaciones de eucaliptos y acacias, que cosecha como si fueran maíz. “En nuestras concesiones hay al menos 400.000 hectáreas de selva virgen. Y vamos a protegerlas”, asegura Greenbury, directora de Sostenibilidad de APP. Es una superficie del tamaño de casi dos países como Luxemburgo.
Lo de APP no es un arrebato de ecologismo, sino un movimiento de supervivencia empresarial. Tras más de una década de denuncias infructuosas de ONG, Greenpeace lanzó en 2012 una impactante campaña internacional en la que llamaba a la muñeca Barbie “asesina en serie” de tigres y orangutanes. Unas 500.000 personas escribieron a Mattel para exigir a la empresa que no comprara más papel de APP, según cifras de Greenpeace. Y Mattel se borró de la lista de clientes de APP, en una muestra del tremendo poder de los consumidores unidos y bien informados.
No sólo fue Mattel. También desaparecieron Adidas, Nestlé, Unilever, la cadena de tiendas de artículos de oficina Office Depot, la empresa de productos alimentarios Kraft (propietaria de marcas como Milka, Suchard y Trident), la multinacional de estilográficas Montblanc, Tesco, Marks & Spencer, Fuji Xerox, Idisa Papel, Lego y Gucci, entre muchas otras, según el recuento del activista de WWF. Fue un goteo de abandonos, hasta que APP se rindió y anunció que ya no talaría ni un árbol de selva más. “Que vuelvan los clientes es exclusivamente su decisión. Yo espero que vuelvan tarde o temprano”, confiesa Greenbury.
Lavado de imagen
APP, con unos 100.000 trabajadores, ha emprendido una campaña de lavado de imagen para intentar convencer al mundo de que ya no es una amenaza para las selvas tropicales, sino un modelo para el resto de deforestadores. En un viaje pagado y organizado por APP, Materia ha visitado las concesiones de la multinacional en la región de Riau, en el corazón de la isla de Sumatra. Sobrevolarlas sirve para entender la complejidad de los últimos reductos de selva virgen del planeta.
Agitadas por las palas del helicóptero de la empresa, inmensas plantaciones de altos eucaliptos a punto de ser cosechados rodean a una gigantesca alfombra de selva virgen con elefantes, tigres, tapires y osos de anteojos: la Reserva de la Biosfera de la Unesco llamada Giam Siak Kecil–Bukit Batu, promovida por APP. En algunos puntos del horizonte brotan columnas de humo. El piloto se acerca a una de ellas para observar una escena dantesca: selva arrasada y quemada para abonar con sus cenizas futuras plantaciones de aceite de palma, ingrediente de chocolates, bollería industrial, cosméticos y biocombustibles. “Esta tierra está fuera de nuestras concesiones. El aceite de palma es el auténtico problema de Indonesia, no el papel”, asegura a gritos dentro del helicóptero un empleado de la papelera.
Empresas como Nestlé y Unilever han sido acusadas de comprar aceite de palma a empresas deforestadoras de la selva tropical. La demanda es voraz. Desde la ventanilla del avión que aterriza en el aeropuerto de Pekanbaru, en el centro de Indonesia, se observa un mar de plantaciones de aceite de palma hasta donde alcanza la vista. APP no tiene este tipo de cultivos, aunque la familia propietaria de la papelera, los Wijaya, de origen chino, sí participa en este negocio a través del Grupo Sinar Mas, el mayor productor de aceite de palma del país.
Cautela entre los ecologistas
APP gestiona 2,6 millones de hectáreas en Indonesia, una superficie mayor que la de países como Israel. Son concesiones del Estado por 40 años o incluso un siglo. “En Indonesia, cualquier tema que tenga que ver con la tierra es complicado. Pero, al margen de pequeñas violaciones, la moratoria de APP se está respetando”, afirma Dejan Lewis, miembro de TFT, una organización sin ánimo de lucro que asesora a la papelera para establecer un plan de gestión sostenible de sus concesiones.
ONG como Greenpeace y WWF han aplaudido con cautela el punto y final a la deforestación anunciado por APP. “Todavía no estamos convencidos del todo de que esta vez la empresa esté preparada para transformarse. Tiene que demostrar sus compromisos con acciones”, declara Nazir Foead, que lleva años en WWF rastreando la actividad de la papelera.
“APP ha dejado un enorme legado de deforestación indiscriminada y a gran escala de nuestro bosque tropical, incluyendo el hábitat clave de tigres de Sumatra, elefantes y orangutanes, y ha estado en conflicto con las comunidades locales”, subraya Foead. “Este legado permanece y desde las ONG esperamos que APP no sólo detenga su deforestación para siempre, sino que deshaga los impactos negativos que sus operaciones han tenido en la población, en la vida salvaje y en el clima, mediante la rehabilitación de los bosques, la reforestación y los programas de compensación que protejan y restauren los valores naturales históricos de Indonesia”, recalca el activista.
El nuevo ‘demonio’ de la selva
Las ONG temen ahora que las grandes marcas que huyeron en su día de APP caigan en los brazos de su competidor, APRIL. Cuando APP anunció su cambio radical de política forestal, Greenpeace canceló su campaña de boicot y anunció que “APRIL es ahora la principal causa de deforestación para producir pasta de papel en Indonesia”. También los directivos de APP en Yakarta denuncian abiertamente presuntas talas salvajes de la selva tropical por parte de APRIL. Sin embargo, las dos empresas rivales comparten certificaciones de gestión sostenible de los bosques.
“En Indonesia, en muchas ocasiones las certificaciones no significan nada. Las auditorías para comprobar que todo está en regla se hacen una vez al año y puedes prepararlas con dos semanas de antelación. El resto del año no importa”, explica el indonesio Arief Perkasa, de la consultora TFT. Además, Indonesia está entre los países más corruptos del mundo y el dinero obtenido con la deforestación ilegal se utiliza incluso para comprar votos, según ha denunciado la ONG Transparencia Internacional.
“Las normas nacionales no definen qué es un bosque natural. Este es el corazón del problema”, reconoce la responsable de Sostenibilidad de APP. “Estamos trabajando para tener una definición”, asegura. Con la ayuda de Greenpeace, la empresa cartografía sus concesiones para definir qué zonas tienen alto valor para la conservación y cuáles acumulan más carbono procedente del CO2 atmosférico. “Vamos a protegerlas”, repite Aida Greenbury.
En la propia sede de la papelera en Yakarta, el británico Phil Aikman, portavoz de la campaña de Bosques de Greenpeace Internacional, afirma que APP “está caminando en la buena dirección”, aunque les recuerda en su propia cara que “han presentado compromisos en otras ocasiones y luego han renegado de ellos”. Tigres, elefantes y orangutanes dependen de que mantengan su palabra.
Publicidad