¿PUEDE LA VIDA PROPAGARSE DE PLANETA EN PLANETA?
Los organismos que han sido capaces de sobrevivir en el espacio
La hipótesis de que la vida puede propagarse por el espacio, de un planeta a otro, ha despertado el interés y la imaginación de los biólogos desde hace más de un siglo. Aunque estamos aún lejos de contar con pruebas directas que confirmen que este fenómeno puede darse en la realidad, ya disponemos de algunos experimentos puntuales que indican qué organismos serían nuestros aspirantes a astronautas más capaces.
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El origen de la vida en la Tierra sigue siendo un fenómeno lleno de incógnitas científicas. Aunque se han desarrollado distintas hipótesis para explicar cómo podrían haberse originado las primeras formas de vida en nuestro planeta a partir de la interacción de compuestos orgánicos más sencillos (abiogénesis), ni siquiera estamos seguros de que ese proceso tuviese lugar en él.
La alternativa sería que la Tierra fue, en algún momento, colonizada, o inoculada con seres vivos procedentes de otros planetas, y que una vez instalados aquí, evolucionaron para dar lugar a toda la biodiversidad pasada, presente y futura. Aunque este escenario, conocido como panspermia, no explica en sí mismo cómo fue la abiogénesis, sino que la traslada a otro lugar, no deja de ser un campo muy interesante. ¿Puede la vida realmente viajar entre mundos? ¿Es posible sobrevivir al espacio exterior?
Evidentemente, demostrar que la vida en la Tierra llegó del espacio está fuera de nuestro alcance. No lo está el preguntarnos si realmente es una locura pensar que algún ser vivo puede sobrevivir a las condiciones espaciales. Si miramos a nuestro alrededor, ¿Vemos posible que esta hazaña pueda realizarla alguna de nuestras especies nativas?
El espacio es un medio horrible y hostil para cualquier forma de vida conocida. Las condiciones que tendría que soportar un aguerrido “astronauta panspérmico” son muchas y a cual más desagradable: vacío extremo (que provocaría la desecación absoluta de las células del organismo), radiación electromagnética (de todo tipo, incluyendo altas dosis de radiación ultravioleta, de bien conocida capacidad mutagénica incluso tras breves exposiciones), radiación cósmica, temperaturas extremas y, por supuesto, ausencia de gravedad.
Sin embargo, la vida en nuestro planeta también se caracteriza por ser capaz de colonizar ambientes hostiles, si bien a una escala mucho menor. Por eso, cuando se empezaron a plantear los primeros ensayos sobre supervivencia al espacio, no costó encontrar candidatos capaces de aguantar mil y una perrerías, especialmente entre los microorganismos más sencillos: las bacterias.
Desde finales del siglo pasado, se han desarrollado muchos experimentos en estaciones espaciales y satélites no tripulados en los que se han expuesto seres vivos a condiciones espaciales diversas, desde la simple gravedad cero (inocua en sí misma) hasta el “pack completo” de una exposición total al vacío con todas las condiciones mencionadas anteriormente.
Muchas bacterias, como Bacillus subtilis (uno de los organismos modelo favoritos para estos ensayos) forman esporas muy resistentes y se han usado con frecuencia en la Estación Espacial Internacional. Algunos de estos experimentos han llegado a incluir hasta seis años continuados de exposición a distintas condiciones espaciales, y aunque la viabilidad de las esporas a veces se ha reducido mucho (por ejemplo, debido a mutaciones letales provocadas por los rayos ultravioleta), siempre ha sido posible la revitalización de algunas de ellas.
La extrapolación de estos datos a lo que supondría un auténtico viaje interplanetario en un cometa o asteroide no puede hacerse de forma directa, pero no dejan de ser resultados muy a tener en cuenta.
Es difícil pensar en organismos más complejos que puedan realizar hazañas parecidas, pero ciertas comunidades viven precisamente en entornos donde la desecación y la exposición a la radiación son parte de su día a día. Un ejemplo son los líquenes, una simbiosis entre hongos y algas, muchos de ellos capaces de vivir en la roca desnuda e incluso a veces de penetrar en el interior de las mismas (líquenes endolíticos).
Hace algunos años se emplearon fragmentos de roca en la que crecían especies de líquenes como Rhizocarpon geographicum y se sometieron a condiciones espaciales en órbita baja. Los líquenes en general, y los endolíticos en particular, son capaces de sobrevivir tras largas temporadas completamente desecados, y la propia roca en la que crecen debería servir como protección a la radiación. Los resultados fueron espectaculares, ya que de regreso a la superficie de la Tierra después de dos semanas en órbita, los líquenes pudieron ser rehidratados con normalidad y demostraron mantener actividad fotosintética.
En estrecha asociación con los líquenes, viven muchos otros organismos que también están preparados para resistir tiempos prolongados con sus células deshidratadas y expuestos a radiaciones de forma natural.
Muchos invertebrados forman quistes de resistencia capaces de resistir años hasta que las condiciones ambientales vuelvan a ser favorables. Los ensayos realizados con tardígrados, uno de estos grupos de invertebrados muy resistentes, también han demostrado que incluso estos organismos, de mucha mayor complejidad que las bacterias, son capaces de aguantar algunas de las condiciones espaciales.
Sin embargo, en este caso la supervivencia a la radiación ultravioleta fue bastante baja, y la exposición al vacío extremo se hizo en realidad en laboratorios de la Tierra, por lo que no hubo exposición total al espacio, como ocurrió en el caso de los líquenes.
Estos éxitos de la supervivencia espacial son muy relativos y no se pueden extrapolar directamente a lo que sería un viaje en cometa de un planeta a otro, pero no deja de ser interesante comprobar que, incluso en un entorno a primera vista totalmente inaccesible para la vida, ésta podría llegar a sobrevivir. En ausencia de más datos, la imaginación es libre para explorar hasta dónde podría llegar la panspermia.
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