ACELERACIONES BALÍSTICAS EN EL MUNDO VEGETAL
La planta más rápida del mundo
Algunos de los movimientos de origen biológico más rápidos que existen en nuestro planeta los protagonizan simples flores.
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Puede que a la hora de imaginar movimientos fantásticamente fugaces en el mundo vivo inmediatamente nos traiga a la cabeza la imagen de un halcón peregrino haciendo un picado, o el típico guepardo persiguiendo a una gacela hasta darle caza. Posiblemente, lo último en lo que pensemos sea en una planta, pero hoy vamos a rebelarnos contra los pensamientos más intuitivos y a buscar otro tipo de referentes.
Para empezar, hay que recordar que en realidad, todas las plantas se mueven. Si aceleramos cualquier vídeo de hasta la más vulgar de las hierbas que pueda haber en el solar más próximo, verías que incluso a lo largo del día sus tallos y hojas oscilan en función de la luz solar.
Esto nos recuerda que, a su propia escala temporal, las plantas están constantemente reaccionando frente a su entorno. Estos movimientos, sin embargo, son desesperantemente lentos.
Entre las excepciones más conocidas encontramos las llamadas nastias: movimientos puntuales y rápidos de ciertos órganos vegetales, normalmente debido a cambios en la turgencia de determinados órganos (no puede ser de otra forma, ya que las plantas, lógicamente, no tienen sistema nervioso ni muscular). El cierre súbito de las hojas de la mimosa, o la trampa de la Venus atrapamoscas son, hay que reconocerlo, llamativamente rápidos viniendo de una planta.
Sin embargo, ninguno de estos ejemplos está, ni de lejos, próximo a emular los movimientos vegetales más rápidos sobre la faz de la tierra. Las aceleraciones y velocidades récord del mundo vegetal están ligados, curiosamente, a la dispersión de partículas de tamaño microscópico, como el polen y las esporas.
En teoría, las esporas y los granos de polen son tan ligeros que hasta una suave brisa es capaz de arrastrarlos y llevarlos muy lejos (ese es el propósito de su tamaño: la capacidad de transportarse con facilidad). A esas escalas tan diminutas, sin embargo, se da una curiosa paradoja: la masa ínfima de cada una de estas partículas hace que sea muy fácil de acelerar… pero también de frenar.
El aire, para un grano de polen, es más bien como una melaza pringosa, muy difícil de franquear como proyectil. Es muy fácil visualizar esta circunstancia: imagina que quieres hacer llegar un puñado de harina de un extremo a otro de la habitación. Por muy fuerte que seas, por muy rápido que consigas lanzar el puñado de harina, las partículas se frenarán en una distancia muy corta.
Algunas soluciones conocidas por todos es conseguir, por ejemplo, que un insecto transporte el polen por ti. Lo llamativo es que algunas plantas han alcanzado algunas capacidades extraordinarias para catapultar los granos de polen de forma sorprendentemente eficaz.
El cornejo canadiense es un humilde arbusto que produce flores diminutas, de un par de milímetros, agrupadas en cabezuelas. Cada flor está fuertemente comprimida entre sus pétalos, acumulando energía elástica, como un resorte.
Ante el estímulo adecuado, la flor se abre de forma explosiva, y los filamentos de los estambres liberan de un latigazo el polen que contienen. Este vídeo muestra el fenómeno a 10.000 imágenes por segundo.
La apertura explosiva de estas flores tiene lugar en medio milisegundo. Esto significa que los extremos de los estambres experimentan la increíble aceleración de 24.000 m/s2 (unas 2.400 veces la gravedad terrestre). Este mecanismo lanza el polen a una velocidad asombrosa, pero debido a la “viscosidad” con la que se comporta el aire con partículas pequeñas, se frena en algo más de dos centímetros.
Sin embargo, esa distancia puede ser más que suficiente para alcanzar corrientes de aire que lo lleven hasta donde sea necesario, y todo gracias a un trebuchet de un milímetro.
Después de que se publicase este descubrimiento se hicieron pruebas en otras flores con mecanismos explosivos de dispersión del polen. A día de hoy el récord parece ostentarlo la flor de la morera, que también posee unos estambres que acumulan energía elástica y acaban lanzando el polen violentamente.
Este movimiento que aquí veis tremendamente ralentizado tiene lugar más rápido incluso que en el caso del cornejo canadiense: son sólo 25 microsegundos que consiguen que el polen salga eyectado a más de 170 metros por segundo (más de 600 kilómetros por hora, casi la mitad de la velocidad del sonido).
Esta proeza biológica no sólo está cerca del límite teórico del movimiento que puede experimentar una planta, sino que coloca a estas flores diminutas entre la élite de los seres vivos más rápidos del planeta, con aceleraciones y velocidades en los mismos órdenes de magnitud que el puñetazo de los estomatópodos o la mandíbula de ciertas hormigas.
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