PERJUDICIAL PARA EL MEDIO AMBIENTE

Este hábito común que llevas haciendo toda la vida es una fuente de contaminación plástica

Miles de toneladas de contaminación plástica podrían escaparse al medio ambiente cada año desde nuestras bocas.

Una chica comiendo chucherías

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Seguramente nadie sea consciente de esto, pero este hábito común es una fuente de contaminación plástica. De hecho, seguro que todos lo hemos masticado alguna vez. ¿Sabes ya de qué hablamos?

Efectivamente, de los chicles. Y es que, tal y como recoge el medio The Conversation, según una reciente investigación, lo que aparece en la etiqueta de los chicles como "base de chicle" a menudo contiene materiales como el estireno-butadieno, usado para fabricar neumáticos, o el polietileno, tan habitual en bolsas y botellas de plástico. También pueden contener acetato de polivinilo, empleado en la fabricación de adhesivos. Es decir, todos estos "ingredientes" precisamente son los que le dan esa textura gomosa cuando los masticamos.

Cabe destacar que si comemos todos estos ingredientes como parte de la base de los chicles es porque están en concentraciones permitidas para su consumo. Ahora bien, el hecho de que no venga en la etiqueta resulta bastante engañoso para el consumidor. Si supiéramos que se fabrican a base de plástico, quizás no comeríamos.

Mujer comiendo chicle
Mujer comiendo chicle | iStock

David Jones, profesor en materias de medioambiente de la Universidad de Portsmouth y autor del estudio, examinó varios tipos de chicle y descubrió que el peso más común de una pieza individual es de 1,4 gramos. Esto significa que, a nivel mundial, se produce la asombrosa cifra de 2.436 millones de toneladas de chicle al año. Aproximadamente un tercio (30%) de ese peso, o lo que es lo mismo, algo más de 730.000 toneladas, es base de chicle sintética.

Muchos de chicles suelen acabar pegados al suelo, debajo de los asientos del autobús o bajo los pupitres de algún colegio. También en la suela de nuestros zapatos más a menudo de lo que nos gustaría. Con el tiempo, se endurecen y agrietan, dando lugar a microplásticos que tardarán muchísimo tiempo en descomponerse. Y eso es un verdadero problema medioambiental.

Soluciones

En cuanto a qué podemos hacer, Jones propone que el problema debería abordarse desde todos los ángulos: educación, reducción, alternativas, innovación, responsabilidad del productor y legislación.

Educar a la gente sobre el contenido de los chicles y las consecuencias ambientales de sus ingredientes reducirá su consumo y fomentará mejores hábitos de eliminación; un etiquetado más transparente en los envases permitiría a los compradores tomar decisiones informadas; y unas regulaciones más estrictas pueden exigir responsabilidades a los fabricantes, lo que a su vez incentivaría una mayor inversión en otras alternativas sostenibles.

Y, por si te lo preguntabas: no, comer chicle no es malo para la salud. Si no, no se permitiría su venta. Ahora bien, debemos tener en cuenta que son productos que no están diseñados para ingerirse, sino solo para masticarse.

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