NEUROESTÉTICA
Yonquis de la belleza: ¿por qué nos genera placer algo hermoso?
¿Procesa el cerebro de la misma manera una cara atractiva, un cuadro de O’Keeffe o la cinematografía de Wong Kar Wai?
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Disfrutamos observando la belleza del entorno que nos rodea, ya sea un paisaje natural, una fotografía de Leibovitz, un videoclip de Madonna, o al escuchar la melodía de la canción con la que estamos obsesionados últimamente. Existimos en una constante búsqueda de sublimación, de emociones placenteras, de objetos fetichizables de los que obtener gratificación al contemplarlos. ¿Por qué?
La belleza visual y el placer
Desde la Antigua Grecia, la definición de “lo bello” fue cuestión de debate y reflexión. Aristóteles (384 – 322 a.C.) establecía que la hermosura dependía de la magnitud y el orden. En el Renacimiento, escultores y arquitectos se obcecaron con el redescubrimiento del número áureo y las proporciones rectangulares. Kant (1724 – 1804), dos mil años más tarde que el filósofo griego, aventuró la propuesta de que la belleza produce placer universalmente, sin necesidad de un concepto.
Tras décadas de investigación, la neurociencia moderna ha establecido que la belleza se procesa en el cerebro en las áreas asociadas al placer y la recompensa. Un estímulo que individualmente percibamos como placentero activará la corteza visual y las vías de recompensa localizadas en el córtex orbitofrontal y el núcleo accumbens. Esta acción combinada es la responsable de movilizar diferentes neurotransmisores en el tejido neural: la dopamina, que nos impulsa físicamente a acercarnos a lo que consideramos placentero, el sistema endocannabinoide, cuyos neurotransmisores reducen el estrés, y el sistema opioide, encargado de la liberación de endorfinas asociadas al bienestar y a la reducción del dolor.
Aunque toda percepción que subjetivamente se califique como “atractiva” produzca placer y estimule el sistema nervioso, curiosamente, el cerebro no integra diferentes tipos de belleza en una única región.
Rostros seductores y arte visual
El equipo de investigadores del Instituto Leibniz en Mainz, liderado por el Doctor en Psicología H. Chuan Peng, ha tratado de averiguar si existe un centro de comando en el cerebro donde converge todo tipo de estímulos considerados hermosos: “Seeking the Beauty Center in the Brain”.
El estudio consistió en un metaanálisis de 49 investigaciones empíricas que habían empleado técnicas de neuroimagen para conocer qué centros neurales intervienen en el procesamiento de la belleza. Concretamente, el objetivo era identificar si hay regiones del cerebro comunes a la experiencia del arte visual y de caras humanas atractivas.
La elección particular de estos experimentos se realizó bajo la premisa de escoger aquellos estudios que comparasen rostros humanos con pinturas, patrones visuales provocativos, arquitectura y danza. Se seleccionaron estas dos formas porque ambas representan las categorías típicas de sublimación. Una cara bonita es el epítome de la belleza natural, cuya preferencia está determinada por la evolución de la especie y el entorno. El arte visual es la bellezaartificial más representativa que refleja directamente la preferencia estética subjetiva de los seres humanos históricamente.
El equipo de H. Chuan Peng concluyó que existen especificidades neuronales diferentes para cada tipo. La contemplación de facciones seductoras activa la parte inferior de la corteza prefrontal media, algo que no sucede cuando las facciones no son atractivas. Además, se condensan como estímulos primarios de recompensa. Las imágenes visuales, sin embargo, activan la parte frontal, lo que indica que las obras de arte se procesan a niveles cognitivos superiores.
La subjetivación de las preferencias estéticas: filogenia y cultura
En el minidocumental “Beauty, Explained”, el neurólogo Anjan Chatterjee, especializado en neuroestética, expone que la preferencia por un tipo de objetos u otros viene dada, en parte, por nuestra base filogenética (evolución biológica de la especie). La fascinación que sentimos por las flores, los lugares con agua o paisajes prístinos tienen que ver con la adaptabilidad y la supervivencia de la especie. Las flores señalan la posibilidad de encontrar fruta, por ejemplo, y el agua la abundancia de alimento. Incluso la preferencia por los rostros simétricos viene dada por la percepción de estos individuos como “sanos”, lo que aumentaría el éxito reproductivo.
Si bien la atracción que experimentamos hacia determinadas formas y figuras viene preestablecida en nuestro código genético primitivo, no es suficiente para justificar los cánones de belleza – en constante cambio desde la prehistoria –, la predilección por las pinturas negras de Goya, la cinematografía de Sofia Coppola o las uñas de gel.
En los humanos, entender el placer detrás de la belleza es más complejo porque nos gustan cosas diferentes. Richard Prum, biólogo evolucionista, aclara en el documental que las preferencias estéticas se establecen psicológicamente mediante el desarrollo, la exposición y la innovación individual. Es decir, gran parte de nuestras debilidades estéticas están intrínsecamente condicionadas por nuestro entorno cultural inmediato: somos extraordinariamente maleables. De ahí la decisiva trascendencia que implica fomentar una representación en positivo de otras formas de belleza alejadas de los cánones normativos preestablecidos impuestos por el discurso dominante.
El arte y el sentido del yo
Unas investigadoras de la Universidad de Nueva York que han estudiado el cerebro en momentos de máxima experiencia estética defienden que la primacía de unos gustos sobre otros tiene que ver con una zona del cerebro llamada DMN (Default Mode Network). Es una región que se activa precisamente cuando el cerebro se relaja, se distrae y puede reflexionar. En el experimento se utilizaron técnicas de neuroimagen para medir la actividad de esta área durante la exposición a determinadas pinturas. A los voluntarios se les estimulaba el DMN cuando el cuadro les conmovía.
El estudio concluye que los juicios estéticos son altamente individuales ya que implica la conexión de los sentidos con nuestras emociones. Las imágenes que estimulaban a los participantes eran aquellas que – consciente o inconscientemente – presentaban una relevancia personal, evocaban una conexión con el sentido del yo.
Por tanto, las vicisitudes de cada experiencia vital, que son únicas, adquieren un papel fundamental a la hora de establecer las pasiones individuales, justificando así la innovación, el agente indispensable que ha contribuido a la maravillosa diversidad de expresiones artísticas y estéticas a lo largo de la historia.
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