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PRODUCTOS NUEVOS CON FALLOS IMPORTANTES

El problema de los robots domésticos: tu privacidad está expuesta con ellos

Cada vez hay más robots domésticos. Han abierto un mercado nuevo y pronto las casas se llenarán de ellos... pero la privacidad de sus usuarios no está ni mucho menos protegida.

Kuri robot

Kuri robotKuri

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En 2015 la empresa iRobot presentó su nuevo Roomba, el primer modelo de sus aspiradores autónomos que se conectaba a internet mediante wifi. De esta forma, el robot podía recoger información sobre el suelo de la casa para después optimizar sus tareas, economizando en la limpieza y ahorrando tiempo. Un progreso maravilloso.

La liebre saltó hace unos meses, cuando se descubrió que iRobot podía disponer de la información que estos aspiradores habían estado reuniendo sobre las casas de sus usuarios. Podían disponer hasta el punto de venderla a terceros.

Es decir, que el mapa interior de la casa de un propietario de un Roomba podía acabar en manos de una tercera empresa sin su conocimiento, incluso sin su consentimiento. Bueno, lo cierto es que los usuarios sí habían consentido a este proceder en los términos de servicio, pero claro la cláusula estaba escondida en un manojo de palabrería legal y nadie tiene paciencia para leer esa literatura...

El caso de Roomba sólo es un ejemplo simbólico de cómo los datos recogidos por robots domésticos pueden reventar la privacidad de los usuarios. Esta categoría de productos crece a velocidad de crucero y lo hace en un entorno donde la regulación parece insuficiente para evitar que las empresas se propasen.

Los humanoides de asistencia en el hogar Pepper o Nao, ambos creados por la francesa Aldebaran -ahora subsidiaria del grupo japonés Softbank-, así como Jibo -una criatura que parece sacada de una película de Pixar destinada a entretener a los más pequeños y echar una mano a los mayores con los fallos de memoria- están en la onda de los robots domésticos. Otros ejemplos son el Asus Zenbo o Kuri, construidos para velar por la seguridad del hogar o entretener a la familia.

Jibo Robot
Jibo Robot | Jibo

Todos ellos, con sus diferencias, están diseñados para hacer compañía, para cuidarnos. Sus sistemas reconocen caras, voces, incluso hacen bromas. Y aprenden, aprenden mucho. Todas las interacciones con sus dueños les hacen aprender. ¿No es maravillo?

Lo es excepto por un detalle. Todos estos robots están fabricados por empresas, que conectan sus creaciones a la Red. Y es que actualmente cualquier muestra de inteligencia artificial -como el reconocimiento facial, la comprensión del lenguaje natural o el aprendizaje automático- requiere una conexión a internet. Sólo la nube puede garantizar la potencia de cálculo necesaria para ejecutar estas tareas. Y este es el germen de toda intranquilidad.

La comunicación con los servidores del fabricante, donde la información se organiza para que el robot se mejore a sí mismo, es lo que centra todas las inquietudes. Normalmente las empresas suelen crear perfiles personales. Esto quiere decir que cada producto, cada unidad, aprende de su entorno y de sus dueños. De esta forma, cada robot adquirirá su propia individualidad, sus rasgos distintivos.

No cabe duda de que para servir mejor a los intereses, necesidades y deseos de los usuarios, los robots tienen que aprender sobre ellos. Están en un estado precocinado, pero los consumidores tienen que calentarlos en el microondas para dejarlos listos y en su punto -todo esto en metáfora, por favor, que nadie meta en el micro a un pobrecillo robot-.

La cuestión es que los usuarios moldean a sus robots a medida que interactúan con ellos. Por así decirlo, les enseñan cosas. En realidad no es muy diferente a lo que ocurre con los teclados predictivos de los móviles: están preconfigurados para todo el mundo igual, pero cuanto más lo utiliza un usuario más se ajusta a su forma de escribir, colocando las tildes con más precisión e incluso adoptando nuevo vocabulario.

La idea es que estos teclados, estos robots, son más útiles cuanto más interaccionan con sus usuarios. Todo esto lo hacen posible los servidores de los fabricantes, donde los estímulos que recibe el robot se procesan, se mastican y se devuelven al muñeco de hardware que ha comprado el usuario.

El problema son todos estos datos, y aquí la imaginación puede soltar amarras: a qué hora desayuna un usuario, cuánto tiempo pasa fuera de casa al día, a qué hora regresa del trabajo, sus horas de sueño, las que ve la televisión, la distribución de su casa, la ubicación de esta, qué tipo de muebles tiene, cómo viste, cómo es su rostro, su voz, cuánta gente vive con él...

Una vez esa información entra en los servidores del fabricante del robot, perdemos el control sobre ella. Bienvenido al presente.

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