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Según la información adelantada por el cofundador de la compañía Sergey Brin, el Google Car, descrito por ‘The Verge’ como “una reminiscencia del Fiat 500 mezclado con juguetes de Playmobil”, está conducido completamente por un ordenador que utiliza para ello una amplia variedad de sensores y otros dispositivos de a bordo.
Aun así, al menos de momento, incluye controles manuales por si se produce algún problema y el humano tiene que tomar el control. Además, por cuestiones de seguridad, el vehículo no alcanza más de 40 kilómetros por hora.
El coche, de dos plazas, está ahora mismo en una fase de prototipo, pero la idea es fabricar cien versiones del vehículo, según un comunicado de Google, para probarlas a lo largo de este verano. Estas pruebas se unirían a las ya realizadas en las carreteras de California, donde, al igual que en las del estado de Nevada, este tipo de coches ya tienen permiso para circular.
Como se encargaron de defender Chunka Mui y Paul B. Caroll en unos artículos publicados en la revista ‘Forbes’ y recopilados en ‘Driverless Cars – Trillions Are Up for Grabs’, una de las principales ventajas de los coches inteligentes es su robótico respeto de las normas de tráfico, con la consiguiente reducción de infracciones y multas.
Sin embargo, tiene también sus puntos débiles: se venderían menos coches y se producirían menos accidentes, algo que tal vez no haga mucha gracia a vendedores y aseguradoras. La polémica, como siempre que Google revoluciona un sector tradicional, está servida.
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