NO ESTABAN DE PARRANDA
Los fundadores confiesan: diez vías rápidas de acabar en el cementerio de las 'startups'
Cobrar por lo que otros dan gratis, tirarse a la piscina sin mirar si hay agua o ponerse el listón demasiado alto son algunos de los errores más comunes que cometen los emprendedores.
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Aunque las noticias que nos llegan desde Silicon Valley parezcan indicar lo contrario, conseguir que una startup despegue y tenga éxito, sobre todo en lo económico, es increíblemente complicado. Es más, la mayoría de las que reciben esas rondas multimillonarias de financiación que acaparan titulares acaban en la quiebra.
A pesar de sus legiones de usuarios, producto de un marketing agresivo, muchas se muestran incapaces de encontrar la forma de ganar dinero. Tener muchos usuarios no implica tener muchos ingresos, y ese paso esencial en la carrera de todo emprendedor está plagado de dificultades y obstáculos que no muchos consiguen superar. Estos son algunos de los errores más habituales que se pueden cometer por el camino, contados por ellos mismos:
Confundir un negocio con una ONG
“La triste realidad es que resulta muy difícil ganar dinero con algo que merece ser gratis. El derecho a la información es un pilar básico de nuestra democracia y algo que no debería ser monetizado”, admitía a toro pasado el responsable de Poliana, una ‘startup’ que intentó cerrar la brecha entre los representantes políticos y sus representados y acabó cerrando sus puertas por falta de un modelo de negocio.
“Si vas a montar un negocio, asegúrate de que se puede ganar dinero [...] No fundes una empresa alrededor de la política a no ser que estés preparado para ser una ONG”.
Cobrar por lo que otros dan gratis
Llegó un año antes que Spotify al mercado que de verdad importa, el estadounidense, pero no supo aprovechar esa ventaja. A pesar de su fama al otro lado del charco, la historia de Rdio no tuvo un final feliz por la razón más sencilla de todas: los usuarios no estaban dispuestos a pagar una suscripción por algo que podían conseguir de forma gratuita en la web de al lado.
El modelo ‘freemium’ de la plataforma sueca (gratis con anuncios, de pago si te quieres deshacer de la publicidad) se impuso como estrategia de marketing.
Pensar que todo vale
No todos los grandes nombres del ‘streaming’ musical cometieron ese error. De hecho, si una plataforma plantó cara al modelo semigratuito de Spotify fue sin duda Grooveshark, que también ha terminado, sin embargo, en el cementerio de las ‘startups’.
¿Su error? No darse cuenta de que los gigantes de internet (Google, Apple, Facebook) no permitirían que campase a sus anchas por las tiendas de apps mientras se saltaba a la torera los derechos de autor. Los tribunales pusieron el último clavo en el ataúd de este servicio que intentó dar alas a la piratería y acabó desplomándose.
Pagar por ser intermediario… y que te quiten del medio
BlaBlaCar, Uber, Airbnb, Glovo… Es innegable el éxito de las aplicaciones de la economía colaborativa (o, mejor, la ‘gig economy’) que tratan de intermediar entre particulares que ofrecen y otros que demandan un servicio, ya sea de transporte, alojamiento o reparto.
Homejoy intentó hacer lo propio con las tareas del hogar (particularmente la limpieza), pero fracasó. Atraer a nuevos usuarios (mediante descuentos y ofertas agresivas) costaba mucho dinero, y para más inri no lograban retenerlos. No repetían, o al menos no a través de la plataforma. De hecho, muchos decidían prescindir del intermediario una vez establecido el contacto.
Creer en el anonimato y pretender que la gente se lo tome en serio
Las aplicaciones que se basan en el cotilleo impune, como la famosa Secret, tienen más en común con un videojuego o cualquier otro producto de entretenimiento que con una red social. La gente entra, se desquita (o fisga un poco) y enseguida se cansa.
El anonimato que sustenta la idea tiene una clara desventaja: no se generan vínculos, amistades, contactos… Además, es fácil que las conversaciones se salgan de madre: la falta de respeto y los insultos suelen proliferar cuando los usuarios no dan la cara. La moderación se vuelve costosa y complicada. Las cosas se van poniendo feas y la gente abandona la app hasta que no queda nadie.
Entrar en un mercado que no existe
“Queríamos que crear y vender ‘hardware’ fuera tan sencillo como escribir y publicar un artículo en un blog”, decía el fundador de Wattage en su ‘post’ de despedida. La idea era magnífica, pero también demasiado ambiciosa en un ámbito, el del ‘hardware’, que ya de por sí se les suele atragantar a los emprendedores.
“Intentábamos crear un nuevo mercado desde cero”, admitía, y eso parecía fantástico porque serían los primeros y los únicos, los reyes absolutos. Sin embargo, los inversores lo vieron de otra forma: ¿por qué iban a invertir muchísimo dinero (el ‘hardware’ es caro) en un producto que apela a un mercado que aún no existe? El poco dinero que pudieron levantar se terminó antes de que consiguieran demostrar que había demanda.
Tirarse a la piscina sin mirar si hay agua
Es la historia de decenas de personas que se dejaron cegar por la brillante luz de las ‘startups’, que pensaron que no sería tan difícil hacer fortuna en un ecosistema que, desde fuera, parece la piscina de monedas del Tío Gilito.
Sin experiencia previa, sin contactos, sin investigar a los competidores ni el mercado, se aventuraron a emprender copiando de forma chapucera a algún gigante extranjero. Y fracasaron, como le sucedió al fundador de Alikolo, la tienda online que quiso ser el Alibaba indonesio y se acabó convirtiendo en toda una lección para cualquiera que se plantee montar un negocio.
Petarlo demasiado
Demasiada repercusión mediática y demasiado dinero: en definitiva, demasiado éxito. A estos improbables factores atribuye el fundador de Monitor110 el descalabro de su empresa, que pasó de salir en la portada de la revista 'Fortune' y levantar rondas de financiación multimillonarias a dar con sus huesos en el cementerio de las ‘startups’.
Tales fueron las expectativas generadas que el perfeccionismo (querían satisfacerlas) y el miedo a fracasar (temían no ser capaces) les paralizó.
Crear un servicio que depende de otra empresa
Son muchas las ‘startups’ que se han ido a la quiebra cuando, de repente, una sola decisión de Facebook, Twitter, Google, Apple o cualquier otro gigante ha cambiado por completo las reglas del juego y ha arrasado su modelo de negocio.
Fue el caso de Lookery, que basó completamente su estrategia en las antiguas apps de Facebook, pero también ha sido el caso de aplicaciones que han sido expulsadas de Google Play o la App Store o de herramientas para gestionar perfiles de Twitter que la red social no vio con buenos ojos.
Confiar en que una crisis durará eternamente
La profunda y devastadora crisis económica que comenzó en 2008 vacío los bolsillos de los consumidores y dejó a las marcas con muchísimo producto que vender y poco cliente dispuesto a comprar. Las webs de descuentos y las ofertas ‘flash’ se convirtieron en la solución para todos: las empresas se deshacían del ‘stock’ o seguían vendiendo (aunque fuera más barato) y los usuarios podían acceder a productos rebajados que mermaban algo menos sus diezmados bolsillos.
No obstante, cuando lo peor de la crisis pasó, las compañías, menos desesperadas, dejaron de ofrecerse en estas páginas y muchas, como la famosa Totsy, se vieron obligadas a echar el cierre.
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