NO VEN DIFERENCIA ENTRE UN ARTÍCULO PATROCINADO DE OTRO INFORMATIVO
Los jóvenes no distinguen los anuncios ni los 'fakes' cuando navegan por la Red
Los nativos digitales no saben juzgar la credibilidad de una fuente, identificar la autoría de una información o comprobar si el perfil de Facebook o Twitter que publica un mensaje está verificado o es un ‘fake’.
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Un año de investigación por parte de académicos de Stanford ha servido para concluir que los chavales en edad escolar y universitaria, por mucho ‘smartphone’ bajo el brazo con el que hayan nacido, son peligrosamente ingenuos cuando pululan por las 'tres uves dobles'.
Según los responsables del estudio, “la habilidad de los jóvenes para razonar sobre la información que encuentran en internet se puede resumir en una palabra: desoladora”. Aunque los nativos digitales dominan el arte de hacerse selfies, compartirlos en Snapchat para conseguir la aprobación de sus amigos y seguir varias conversaciones a través de WhatsApp, todo a la vez, “cuando se trata de evaluar la información que fluye a través de las redes sociales, se dejan engañar fácilmente”.
La investigación, en la que han tomado parte casi 8.000 estudiantes de los cursos equivalente a la ESO, Bachillerato y la universidad en el sistema educativo estadounidense (‘middle school’, ‘high school’ y ‘college’), tenía el objetivo de evaluar la capacidad de los estudiantes para juzgar publicaciones en Facebook o Twitter, comentarios de los lectores en páginas de noticias, artículos de medios y blogs, fotografías y otros contenidos digitales que pueden contribuir a formar la opinión del ciudadano.
“Mucha gente asume que los jóvenes, al ser diestros con las redes sociales, son igualmente perspicaces al evaluar lo que se encuentran allí”, ha resumido Sam Wineburg, autor principal del informe. “Nuestro trabajo demuestra que lo cierto es justo lo contrario”.
Las pruebas que se realizaron buscaban comprobar si los estudiantes cuentan con las aptitudes básicas necesarias para, por ejemplo, determinar la autoría de un artículo (quién lo firma, dónde se publica) y evaluar si la fuente es creíble y objetiva. “En cada caso y en cada nivel, nos sorprendió la falta de preparación de los estudiantes”, se ha lamentado Wineburg.
“Por ejemplo, cabía esperar que los alumnos de la ‘middle school’ [equivalente a la ESO] pudieran distinguir un anuncio de una noticia”, detalla el profesor. “Para los de ‘high school’ [que equivale, más o menos, a Bachillerato], cabía esperar que, al leer sobre tenencia de armas, un estudiante supiera distinguir que un gráfico provenía de un comité de acción política de los partidarios”. Sin embargo, ni siquiera los universitarios demostraron ser capaces de percibir la intención propagandística de un artículo que sólo cuenta la versión de una parte.
Una de las pruebas a las que se sometieron los alumnos de instituto (‘middle school’) consistía en explicar por qué un artículo sobre planificación financiera patrocinado por un banco y escrito por uno de sus ejecutivos podría no ser confiable. Muchos de los jóvenes, tras leer el artículo, no citaron ni el autor ni el patrocinio como argumentos para evaluar su credibilidad.
En otro de los ejercicios para esta franja de edad, el 80% de los estudiantes fue incapaz de distinguir un artículo publicitario de otro periodístico en el medio generalista 'Slate', a pesar de que la publicación lo había indicado abiertamente con un rótulo de “contenido patrocinado”.
Los alumnos de edades que en España equivaldrían a los cursos de Bachillerato no demostraron tener mucho más criterio. En una de las pruebas, se les mostraron dos ‘posts’ de Facebook que anunciaban la candidatura de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, una publicada por el perfil verificado de la cadena de televisión Fox News y otra por una cuenta que simulaba ser la de Fox News pero carecía del ‘tick’ azul que garantiza la procedencia del mensaje. Sólo una cuarta parte de los jóvenes reconoció el símbolo y supo explicar su importancia. Un 30%, sin embargo, defendió que la cuenta ‘fake’ resultaba más creíble por algunos elementos gráficos que incluía.
“Los hallazgos indican que los estudiantes parecen fijarse más en el contenido de las publicaciones en redes sociales que en sus fuentes”, ha indicado Wineburg al respecto. Los ejercicios con chicos y chicas en edad universitaria arrojaron resultados similares. En general, los autores comprobaron que separar el grano de la paja, la información fiable de la manipulación, “es incluso más complicado cuando se trata de temas con una fuerte carga política”.
Los investigadores comenzaron a trabajar en este informe en enero de 2015, mucho antes de que comenzara a debatirse el efecto de las noticias falsas que circulaban a través de Facebook en el resultado de las elecciones norteamericanas que se saldaron con la victoria de Donald Trump.
No obstante, las conclusiones de este grupo de Stanford revelan que el peligro de contaminación ideológica en temas decisivos para el futuro de un país no solo existe, sino que resulta especialmente grave en los nativos digitales, supuestamente más habituados a las peculiaridades del medio ‘online’.
Los autores consideran que el libre tránsito de falsa información por la Red supone una amenaza a la democracia que se debe combatir desde la escuela, educando a los más jóvenes. “Ahora que tenemos tanta información al alcance de la mano, que ésta nos haga más inteligentes y mejor informados o más ignorantes y estrechos de mente dependerá de lo conscientes que seamos de este problema y la respuesta educativa que le demos”.
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