EN ARGENTINA

El argentino que diseñó dos laberintos a los pies de los Andes

Jorge Carmona construyó hace doce años en la remota localidad argentina de Malargüe, a los pies de la cordillera de los Andes, dos laberintos enfrentados que se han convertido en un atractivo turístico para la zona.

Imagen de uno de los laberintos de Malargüe

Imagen de uno de los laberintos de MalargüeAgencia EFE

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En el país de Jorge Luis Borges, los laberintos son mucho más que un mero pasatiempo. Jorge Carmona construyó hace doce años en la remota localidad argentina de Malargüe, a los pies de la cordillera de los Andes, dos laberintos enfrentados capaces de desafiar la paciencia de cualquier paseante.

Los planes de Carmona, de 65 años, comenzaron hace dos décadas, cuando ideó, junto a su esposa Raquel, los primeros esbozos de los dos laberintos que pueden visitarse hoy en la provincia de Mendoza (centro-oeste del país), uno redondo y el otro cuadrado.

Recién casados, Carmona y Raquel pasaron su luna de miel en las sierras de la provincia de Córdoba, donde quedaron fascinados por varios laberintos. "Nos encantaron", recuerda emocionado Carmona, que había llegado a Malargüe a los veinte años, buscando la prosperidad económica del petróleo.

Laberintos de Malargüe
Laberintos de Malargüe | EFE

"A los veinte años trabajábamos en la chacra (finca rural), teníamos viñas y frutales. Vinimos mi hermano y yo a buscar trabajo en el petróleo", relata. A 150 kilómetros de esta ciudad se levantan los pozos más septentrionales del yacimiento petrolífero de Vaca Muerta, la segunda mayor reserva mundial de gas natural no convencional y la cuarta de petróleo de este tipo.

"Trabajamos aquí 15 años, es un trabajo muy lindo", rememora el creador de los laberintos, que perdió su puesto de trabajo en la petrolera estatal YPF, cuando esta fue privatizada a principios de la década de los noventa por el Gobierno del peronista Carlos Menem (1989-1999).

"El petróleo se puede terminar, pero el turismo se queda": esas fueron las palabras que le dijo el intendente de la localidad al entonces joven Carmona.

Sin haber cursado la secundaria "porque había que trabajar en la finca", Carmona se apuntó entonces a un curso asociado a la Continental School, una red que ofrecía clases de dibujo por correo. "Todo eso me sirvió para empezar a dibujar, y empecé con los laberintos", dice Carmona, que sigue trabajando "casi a diario" en sus creaciones, pese a haber perdido casi la visión de un ojo.

El primer paso a la hora de diseñar un laberinto es dibujarlo en el suelo. Según Carmona, no es necesario hacerlo a tamaño real. "Me llevaba mucho tiempo porque como no me salía lo borroneaba", recuerda. "Los hacía en cartulinas de esas gigantes (...), buscaba otros laberintos que estaban ya hechos y me gustaban", dice.

La siguiente etapa consistió en desecar los terrenos en los que Carmona y su esposa levantaron sus dos dédalos, compuestos por más de 100.000 árboles.

"Tuvimos varios inconvenientes con faltas de agua, pero hemos instalado un sistema de riego por goteo", explica, lamentando que las últimas lluvias en la zona hayan "estropeado" los setos que conforman los laberintos, algo más agrestes que de costumbre. Carmona recomienda recorrer primero el laberinto circular, más sencillo de resolver.

"Es sólo seguir el camino", asegura. Lo cierto es que, en el primer laberinto, no es necesario tomar ninguna decisión, ya que sólo hay una vía que conduce al centro del rompecabezas, culminado por una pequeña fuente.

La resolución se complica en el laberinto cuadrado, diseñado como un reto mayor para los paseantes.

"Yo me sé de memoria el camino, primero lo podaba y lo regaba yo solo (...) Tanto recorrido se le queda a uno grabado", dice. Aunque Carmona reconoce que no ha tenido la oportunidad de leer muchos de los cuentos de Borges en los que los laberintos son el escenario central de la trama, estos dos argentinos estarán para siempre ligados por su afición a crear enigmas desafiantes.

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