Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1979
El Monte Saint-Michel: Una construcción de cuento de hadas a merced de las mareas
El Monte Saint-Michel es una pequeña isla rocosa, situada en la región de Normandía al noroeste de Francia. Su nombre se debe a la abadía consagrada al culto del arcángel San Miguel. Es de una arquitectura tan impresionante y se encuentra en un lugar tan espectacular que es uno de los sitios más visitados de Francia; recibe alrededor de tres millones de visitantes al año. El conjunto y los numerosos edificios que lo rodean están clasificados como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1979.
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El obispo San Auberto fundó el Monte Saint-Michel en el año 708, después de que el Arcángel San Miguel se le apareciera tres veces en sueños y le indicara donde debía de construir su oratorio. El monte se convierte en uno de los centros de peregrinaje medieval más importantes de Europa.
Los monjes benedictinos comenzaron a vivir allí en el año 966 y se dedicaban a la oración y el estudio, traducían los textos de Aristóteles y custodiaban las reliquias de San Miguel Arcángel, lo que atraía a peregrinos de todo el mundo. Sin embargo, su situación estratégica fue objeto de numerosos ataques durante toda la Edad Media, por ello se amplió la abadía y se reforzaron las defensas del islote. Fue un escenario de batallas durante la Guerra de los Cien Años y también fue arrasada por los caballeros bretones en 1204. Siguió siendo habitada por los monjes benedictinos hasta que la abandonaron en 1790.
En el siglo XV, durante el reinado de Luis XI, el Monte Saint-Michel se convirtió en una prisión –la Alcatraz de la época-, albergó reclusos hasta su cierre como prisión en 1860; el gran Victor Hugo fue uno de los más fervorosos impulsores de su cierre.
Es una isla mareal; queda aislada en función de la subida de las mareas que se produce dos veces al día. Las mayores mareas se producen en primavera y el mar sube a una velocidad impresionante; hay una diferencia de 15 metros entre mareas bajas y altas. Cuando la marea es baja el mar se sitúa a 15 kilómetros de la costa y cuando sube el monte queda completamente aislado. Se recomienda llegar allí dos horas antes de la subida de la marea para poder contemplarla en todo su esplendor.
El fenómeno de las mareas se puede observar desde el propio Monte: las murallas y la terraza oeste de la abadía, o bien desde la bahía: la Roche Torin en Courtils, en Grouin del Sur, entre otros sitios privilegiados.
Y además del espectáculo de las mareas, una vez en el Monte Saint-Michel, hay que conocer la abadía, visitar sus calles empedradas y si es posible degustar un cordero “de prés salés”-de paradera salada-, su carne tiene un sabor único por la hierba irrigada de agua de mar, rica en sales, la alimentación que reciben en estas praderas.
Se recomienda hacer una visita guiada que nos enseñará todos los secretos que guarda este monte y sus construcciones; un lugar donde podemos sentirnos insulares por un día.
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