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Gastronomía de Occitania: un festín entre historia y paisajes al que se llega en tren
Al suroeste de Europa, la región de Occitania despliega una paleta de sabores tan diversa como sus paisajes.
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Desde las suaves costas mediterráneas hasta las cumbres de los Pirineos y las mesetas del Macizo Central, la región tiene preparado un viaje gastronómico que, con los siglos, han conquistado el mundo. Además, para disfrutar de este delicioso viaje no es necesario que conduzcas (mala idea, además, si quieres maridar tus menús, cosa que sin duda harás porque los vinos de Occitania bien lo merecen) ni tampoco que organices un complicado viaje en avión, basta con que te subas al tren TVG INOUI en Barcelona por la mañana y dejes que te lleve hasta Nîmes o Montpellier, llegarás para comer...
El foie gras, la trufa negra, el queso Roquefort y las ostras de Bouzigues son solo el comienzo de este recorrido. En la costa, las anchoas de Collioure y el arroz de la Camarga te recuerdan el Mediterráneo, mientras en el interior, el cordero de Quercy y los vinos robustos de Cahors celebran la generosidad de la tierra. La cocina de Occitania es una de las razones por la que la gastronomía francesa es reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Sabores históricos
Para entender la cocina de la región, tenemos que conocer su herencia histórica. Desde tiempos prehistóricos, la fertilidad de sus tierras atrajo a civilizaciones que dejaron su huella: los griegos trajeron las primeras técnicas agrícolas y pesqueras, fundando ciudades como Marsella y Agde; los celtas influyeron en la caza, la pesca y las tradiciones rurales, aún vivas en las zonas montañosas; los romanos transformaron el paisaje al introducir el cultivo del olivo, la vid y el trigo, además de consolidar la provincia de la Narbonensis, donde Narbona y Nîmes se convirtieron en centros prósperos; durante la Edad Media, Occitania floreció como un eje cultural y económico, donde la lengua occitana reemplazó al latín en documentos oficiales.
Este mestizaje cultural se traduce en una cocina que combina los sabores mediterráneos con las recetas de interior y montaña, creando platos que, aunque sencillos en origen, son hoy un símbolo de tradición y orgullo local.
Entre el fuegos y cazuelas
El Cassoulet, el Alma del Languedoc
Este plato es todo un símbolo en la región. Originario del Languedoc, este guiso de alubias blancas, cerdo, pato y salchicha de Toulouse se cocina lentamente en una cazuela de barro, de la que toma su nombre. Cada ciudad tiene su versión: Carcasona, le imprime su toque con el cordero. En cambio, en Toulouse, la salchicha local es protagonista. Como decía el gastrónomo Prosper Montagné: «El cassoulet es el Dios de la cocina occitana».
El Aligot, la exquisitez sencilla
En las mesetas de Aubrac, el aligot —una mezcla suntuosa y suave de puré de patatas con queso Tomme fraîche— nació como alimento de peregrinos en el Camino de Santiago. Hoy, su textura cremosa lo convierten en un plato festivo, acompañado de butifarras o embutidos locales. Prepararlo es casi un ritual: necesitas revolver la preparación, pacientemente, con un bastón de madera hasta que la mezcla «hile». Es todo un arte llegar a ese punto tan cremoso y delicioso.
Mar y montaña en la mesa
La bouillabaisse, nacida en Marsella y extendida a lo largo del litoral, es una oda al Mediterráneo. Es una sopa generosa de rape, cigalas, cangrejos y otros pescados frescos, aromatizada con hierbas y acompañada de rouille, una salsa de ajo y pimiento.
Mientras tanto, en Nîmes, la brandada de bacalao se disfruta como una crema suave, donde el pescado desalado se mezcla con aceite de oliva y ajo, recordando a los pescadores que trajeron este pescado desde el Atlántico hasta el puerto de Sète.
Cocina Rústica: Garbure y Cargolada
En los Pirineos, el invierno huele a garbure, una sopa reconfortante que combina col, patatas y carnes saladas, reflejo de la cocina montañesa que aprovecha lo mejor de la despensa rural.
Más al sur, en el Rosellón, la cargolada celebra los caracoles a la brasa, servidos con alioli en reuniones familiares donde la herencia catalana se siente con fuerza.
Quesos y fiambres
Si Occitania tiene una joya gastronómica, esa es su queso. El legendario Roquefort, madurado en las frescas cuevas de Roquefort-sur-Soulzon, es un emblema de la región.
Pero hay más: el delicado Rocamadour es cremoso y aromático. En cambio, el Bleu des Causses, primo del Roquefort pero elaborado con leche de vaca y el Cantal, robusto y de sabor pronunciado, reflejan el alma pastoril de la región.
Junto a los quesos, los fiambres de pato y oca son la otra estrella del campo. El foie gras, el cou farci relleno de trufa y la salchicha de Toulouse ocupan un lugar de honor en los mercados y mesas occitanas, donde cada producto es fruto de siglos de maestría artesanal.
La dulzura de Occitania
En Occitania, cada fruta tiene su momento y su fiesta. La cereza de Céret inaugura el verano en mayo. El melón de Lectoure, jugoso y refrescante, es protagonista de mercados y festivales. Y la uva Chasselas de Moissac deslumbra con su color dorado. En otoño, las castañas asadas perfuman los pueblos del Aveyron, mientras las nueces de Thégra y los higos de Ariège endulzan el cambio de estación.
Para el postre, los dulces occitanos son una celebración del producto local: el clafoutis de cerezas, el nougat de Montélimar y el croquant de Cordes, una galleta crujiente de almendras (parecida a las tejas), son imperdibles. Y no podemos olvidar el pastis gascón, un delicado pastel de manzana marinada en Armagnac, que exige paciencia y habilidad en su preparación.
Los vinos de Occitania
Esta es la principal región vitivinícola de Francia. Recorrer sus viñedos es descubrir una historia que se remonta a los romanos. En Languedoc y Roussillon, la influencia mediterránea da vida a vinos robustos como los de Corbières y frescos como los Côtes du Roussillon. En Gascuña, los Côtes de Gascogne sorprenden con blancos ligeros y aromáticos, mientras el Armagnac, destilado y envejecido, encarna la tradición en su forma más pura. Pero si hay un vino icónico, es el Malbec de Cahors, conocido como el «vino negro». Profundo, potente y lleno de carácter, este tinto ha conquistado mesas desde la Edad Media.
Por otro lado, la Blanquette de Limoux, el primer vino espumoso de la historia, sigue siendo una joya que invita a brindar.
Mar, montaña y campo al plato. Occitania está para comérsela.
¿Lo mejor? Que para gozar de esta rica experiencia no tienes más que subirte al tren Barcelona, concretamente a la línea TGV INOUI Barcelona-París, y bajarte en Montpellier o Nîmes.
Nuestra recomendación es que lo hagas antes del 30 de septiembre del próximo año 2025 porque, hasta esa fecha, está vigente un acuerdo entre las Oficinas de Turismo de Montpellier y Nîmes con TGV INOUI y podrás disfrutar de descuentos exclusivos en monumentos y atracciones turísticas en la City Card de Montpellier y la Nîmes City Pass.
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