No es fácil abordar una entrevista con un asunto tan íntimo en el centro. La muerte del padre de Aura García-Junco articula su último libro, Dios fulmine a la que escriba sobre mí. Una obra escrita alrededor de los más de 10.000 libros que su progenitor le dejó en herencia.
Nada más saludarla tras la pantalla se lo confieso: siento que me voy a meter en su intimidad más íntima, a la que quizá no me ha dado acceso. Y la primera pregunta es obligada:
PREGUNTA. No quiero ni imaginar cómo debe ser transitar el duelo por la muerte de un padre. Pero sí me gustaría saber cómo ha sido para ti este proceso de encarar su muerte en un bellísimo ejercicio literario.
RESPUESTA. Los diez primeros meses de escritura, en los que escribí el 98% del libro, fueron duros. Empecé devastada, no podía escribir sin deshacerme en lágrimas. Gran parte no llegó al libro de lo horrible que era, todo muy visceral, y qué bueno que no llegó porque no tenía ningún valor literario, tenía puro valor catártico.
Pasados esos diez meses me sentí muy diferente. No es que no sintiera tristeza, pero sí creo que muchas cosas cambiaron. Entre ellas, sentir una cercanía mucho más grande con mi papá. Obviamente es imposible no sentir cercanía en cierto sentido con un padre, pero la diferencia sí que era para mí muy notoria. Comencé a sentir que lo entendía más y que me importaba menos lo que había hecho bien o mal. Evidentemente, siempre habrá cosas que te hubiera encantado que fueran distinto, pero ya no pesaban como pesaban al inicio.
P. De tus palabras entiendo que la escritura fue terapéutica.
R. Es muy loco porque me lo he preguntado mucho, con esa palabra. Al principio yo siempre decía que fue como diez años de terapia concentrados en diez meses. Esa manera de relacionarte con la historia así, como un géiser, saliendo todo a la vez, tenía algo catártico.
"Empecé devastada, no podía escribir sin deshacerme en lágrimas"
Pero luego, por otro lado, recuerdo lo que dice Rosa Montero, que somos narración y que es el fundamento de muchas formas de terapia. Siento que la escritura, que siempre ha existido, incluso previa a que la terapia fuera una entidad popularizada y extendida, ha tenido en muchos momentos esa vocación. Pienso en los tratados de la antigüedad, pienso en Cicerón escribiendo sobre la amistad y creo que siempre ha habido esa dimensión que precede la terapia en la escritura.
P. Una cita ya anticipaba ese proceso curativo: "A veces pienso, porque lo siento en mí, que la escritura puede romperte. Pero para que lo haga necesita una herida lista para infectarse". ¿Cómo fue ahondar en esa herida?
R. Tiene una doble resonancia porque implica abrir algo de ti sin importar si es ficción, y en este caso, siendo no ficción, mucho más. ¿Cómo haces que no se desborde?
He visto que en la escritura hay dos dimensiones: por un lado estás tú en la intimidad de la escritura, que es una dimensión muy poderosa y muy dura; y luego, por otro, está el mundo entrando a tu escritura, que es lo que viene después de publicar y es también otra forma de penetrar esa herida que es bien diferente por tener algo íntimo afuera. Y sí, es muy difícil compaginar esas dos cosas porque te das cuenta de que esa primera parte tan rebosante de emociones solo va a ir precedida por otra que sea igual de fuerte pero en otra dirección.
P. Uno de los puntos fuertes del libro es precisamente ese equilibrio que logras entre lo autobiográfico y la (buena) narrativa de no ficción. No sé si ha sido fácil lograr ese balance para que los propios sentimientos y emociones no acaparen el relato como lo hacen tan acertadamente, por ejemplo, Annie Ernaux o Vivian Gornick cuando nos hablan de sus propias vidas.
R. Es de lo más difícil cuando escribes narrativa personal, porque el primer impulso cuando narras tu propia historia es que la historia ya existe, el mundo y los personajes ya existen. Y creo que a mí una de las cosas que me enseñó leer a Vivan Gornick es que nada de eso existe en realidad. Tú tienes una situación pero no tienes una historia. Como dice ella, la historia es algo artificial porque es la manera en la que acomodas esa situación a una serie de posibilidades para un lector o lectora. En este libro, en algún punto, me hice muy consciente de eso.
Empecé a pensarlo como una obra literaria y a partir de ese momento comencé a pensar en una estructura, un arco (que ya veía que se perfilaba), cómo acomodarlo... Y empecé a hacer de esto algo que no sólo me dijera cosas a mí, sino que dijera algo a quien lo pudiera leer, con todo el artificio que eso necesita. Pasa mucho con Annie Ernaux también, sí, que la magia es que el relato parece espontáneo, parece que es alguien que ha pensado mucho en su historia y te la está contando de primer aliento. Pero todos estos libros para mí tienen mucho oficio, muchas escrituras, muchas formas de buscar que esa historia que para ti es ya dada, para la otra persona sea también un mundo que descubrir y una serie de personajes que que conocer.
P. En el libro escribes textualmente: "Te voy a hacer un juramento: voy a tratar de entenderte". ¿Crees que has logrado entender quién fue tu padre con sus claroscuros y que, en consecuencia, has trazado un perfil fiel a la realidad?
R. Quién sabe. Lo que me ha revelado el libro es que cada quien lee como puede. Hay veces que me dicen cosas y yo pienso: di en el clavo, este era mi papá.
Lo más significativo fue cuando me habló mi tío y me dijo un poco entre risa y llanto: ese era tu papá, ese que está ahí, ese era él. Eso para mí fue superespecial. Fue como decir: claro, ese fue mi trabajo, lo pinté desde los dos lados. Lo pinté no solamente como una persona idealista sino también difícil, alegre y generoso.
"Somos también quienes hemos sido para el resto de la gente"
Creo que sí que intenté tener una visión muy poliédrica de quién era, que no incluyera solamente momentos en particular sino momentos de otras personas. Una frase que me gusta muchísimo dice que somos también quienes hemos sido para el resto de la gente. Intenté un poco incorporarla aún sabiendo que este libro era desde mi punto de vista.
P. Has conseguido amortajar el recuerdo de tu padre y a la vez darle "el funeral que no tuvo". ¿Te ha servido para reconciliarte con él?
R. Me encanta la idea de amortajar el recuerdo. Es una imagen muy viva, sí. Yo sinceramente lo creo, porque incluso cuando había cosas que yo ya intuía me encontraba con que estaban envueltas en tantas emociones que necesitaba irlas despejando una por una. Necesitaba ir pelando las capas de una persona y de una relación, solamente así podía llegar a una especie de disección del personaje, como lo haría con un personaje de ficción.
Pero sucede que este personaje no es ficticio. Yo lo vuelvo un personaje de ficción, pero para mí, mientras escribía, era amortajar el recuerdo tal cual. Era como darle un peso, que cayera desde diferentes partes y que pudiera enseñar todos estos ángulos. Me hizo mucho bien verlo por escrito.
P. El hecho de que tu padre fuera también escritor os unió y separó a partes iguales, al punto de que de adolescente dejaste de escribir ante una de sus críticas feroces.
R. Él siempre estaba 'tallereando', siempre poniéndole peros a todo. Era un tallerista incansable de la vida en general, incluyendo de mi cuerpo en la adolescencia, de todas esas cosas que eran muy dolorosas, pero al mismo tiempo era una persona capaz de un gran cariño y generosidad.
Voy a expresarlo fríamente, pero es muy interesante trabajar con un personaje así, es un privilegio poder ver desde todos los ángulos. Creo que encaja mucho con los personajes de los que me gusta leer y escribir. Personajes que tienen ese lado glorioso y terrible y que no hay manera de separar porque ambos lados nacen de la misma semilla.
P. Tu libro es un libro de libros. Un novenario, como esos ancestrales rituales de luto que duraban nueve días, enraizado en nueve capítulos que giran en torno a una obra literaria.
R. Cuando intenté escribir sobre mi papá tras su muerte no lo logré. Quería pensar cómo hacerlo y nunca encontré la respuesta hasta que me topé de manera literal con los libros. Hay una anécdota que cuento mucho. Llegué a mi casa y mi compañero de piso de ese momento había agarrado uno de los libros del librero y le había quitado el plástico. Era Voces de Chernóbil de Svetlana Alexiévich. Me acuerdo perfectamente que enloquecí, le dije: los iba a vender, ¿cómo te atreves a quitarle el plástico sin preguntarme? Se quedó pasmado y le dio una limpiadita. La reacción fue exagerada, simplemente le había quitado el plástico y lo estaba leyendo.
"Empezó poco a poco a fraguarse la idea de que los libros eran ese lugar donde sentía que estaba mi padre"
Y ahí pensé: claro, aquí hay una clave. No estoy vendiendo los libros, no los estoy leyendo, no estoy dejando que nadie los toque. Aquí hay algo que está viviendo, que está teniendo su propia historia. Y a partir de ahí empezó poco a poco a fraguarse la idea de que los libros eran ese lugar donde yo sentía que él estaba. Porque era su herencia, porque era su vida, porque era un enfermo de la literatura, como diría Vila-Matas. Y porque simplemente en nuestra historia no podía no ser protagónica la literatura. Al final fue el descubrimiento más grande, y además me posibilitó el sueño de toda persona enamorada de los libros: escribir un libro sobre libros.
P. Ya nos sorprendiste con un formato novedoso con tu anterior libro, El día que aprendí que no sé amar, tachando algunos párrafos del Ars Amatoria de Ovidio para actualizarlos. En este vuelves a hacer algo distinto: cada capítulo es como un estante de librería con su correspondiente ficha bibliográfica.
R. Eso fue superrico, superinteresante. En algún momento le dije al editor que las fichas bibliográficas podían ser fichas reales, que las escribiera a mano. Luego se veían horribles y no lo hice. Todos los libros que he escrito en El día que aprendí que no sé amar también tiene esto de las citas de Ovidio tachadas. Quería tachonear todo el Arte amatoria y que fuera una sección del libro. Luego vi que era larguísimo y pensé: esto es una estupidez, no tiene sentido, y lo descarté un poco. Y cuando ya estaba terminando la redacción de todo el libro me volví a encontrar con eso, fue divertidísimo.
Realmente me lo pasé superbien tachando todo y encontrando la cita perfecta para cada capítulo. Siempre hay algo del juego con la forma que me gusta mucho. Y en este caso los libros como que me posibilitaron ese detalle, entre los libros y las notas al pie de página fue lo más divertido.
P. El libro está repleto de notas al pie, de definiciones llenas de destellos. Por poner un ejemplo: "Sentimientos: a veces pequeños insectos arrebolados cuya única función es comerte el pecho por dentro. Otras, obsidianas que refractan la luz".
R. Las notas al pie de página tampoco estaban en el plan inicial de la escritura. Nació de manera muy orgánica. Mientras escribía el libro ponía una definición que quedaba metida en el medio, pensaba que no iba en línea con el texto, que rompía la cadencia. La primera fue la del dolor, que la bajé a nota al pie para decidir después qué hacer con ella. Y dije: un momento, ¡ya hice lo que tenía que hacer! Y al bajar todas las definiciones a notas pensé que era increíble, porque me permitía escribir pequeñas digresiones de toda índole.
Hay desde citas a Calderón de la Barca o poemas de mi papá, hasta definiciones poéticas de felicidad. Realmente fue muy bonito tener ese espacio para poder salirme no ya de la rigidez, porque es un libro muy plástico, pero sí de lo que estaba narrando y poder resaltar las emociones, impresiones y chistes, todo lo que se ofreciera.
P. En este libro vuelve a haber una apuesta consciente por el lenguaje inclusivo con fórmulas como nosotres o ellxs.
R. Intenté utilizar al máximo el género neutro. Fue dificilísimo, creo que le dediqué tanto tiempo de edición a neutralizar como a evitar rimas internas. Realmente fue una cosa muy exhaustiva, quería transitar algo que no he logrado hacer cuando escribo ficción, que es preocuparme por que la sonoridad también esté presente. Algunas palabras que sentí que ya están un poco más utilizadas como todes o hijes las puse con 'e' o con 'x'.
Los dos libros (El día que aprendí que no sé amar yDios fulmine a la que escriba sobre mí) están escritos desde convicciones políticas. Creo que son libros con una visión muy feminista del mundo. Aunque yo no me denomine feminista a mí misma, sí creo que es una herramienta crucial para entender la vida. Y especialmente para una historia como esta, que tenía tantos matices de cómo el feminismo fue algo que se habló mucho con mi papá y que causó muchos desencuentros.
Lo que me pareció más duro es que, en el fondo, él sí creía profundamente en esa igualdad, pero era un hombre de su generación. Y una de las vocaciones de este libro era también tener un poco más de comprensión con esta realidad. Cómo poder no juzgarlo tanto por haber sido quién fue cuando no podía haber sido otra persona. A veces pienso qué va a pasar con mi generación cuando envejezcamos, si vamos a seguir entendiendo tan bien como creemos entender el mundo.
P. Me llama la atención que acabas de afirmar que no te denominas feminista. Etiquetas aparte, tu literatura destila perspectiva de género.
R. Yo ya lo había pensado, luego lo leí en Bell Hooks y lo entendí. Decía que para ella ponerse una etiqueta así no funciona, que funciona ver el mundo a través de una herramienta.
"Aunque yo no me denomino feminista a mí misma, sí que creo que es una herramienta crucial para entender la vida"
Lo que no me gusta es esta idea de que tu identidad sea el feminismo, me parece encajonante. A veces incluso no te permite salir de ciertas ideas que se vuelven dogmas, y para pensar con libertad y para seguir pensando el mundo conforme va cambiando, no viene bien. Lo cual no quiere decir que no sea una herramienta esencial para entender el mundo contemporáneo y que no la utilice todo el tiempo. La prueba está en mis libros. Pero eso de autodenominarse feminista como si fuera lo más importante de mi identidad, a mí, en lo personal, no me sirve.
P. Hablemos del feminismo en México. En un viaje reciente a la capital escuché repetidas críticas a las acciones del movimiento feminista interviniendo monumentos con pintadas. Era una descalificación generalizada sobre todo entre hombres ¿Cómo lo vivís desde dentro?
R. El movimiento feminista cada vez crece más, pero la respuesta es igualmente potente, hay mucha resistencia. De pronto la ultraderecha crece, crece y crece en todo el mundo, es superpreocupante, es horrible. Porque conforme va creciendo la idea de igualdad y de emancipación de las mujeres, hay gente que se empieza a enojar. Además, estamos en una sociedad cada vez más cruelmente capitalista en la que la gente vive superprecarizada y de pronto encuentra lugares muy extraños para encaminar sus frustraciones.
Es más fácil decir "estas pinches viejas están rayando los monumentos" en vez de reconocer que hay un problema de machismo tan grande que está derivado en una sociedad brutalmente violenta. Están asesinando a 10 - 11 mujeres al día. Es muy fuerte ver que la gente prefiere enojarse con las feministas antes que ser conscientes del enorme problema que hay, y una cosa es más fácil que la otra.
P. El hecho de que una mujer, Claudia Sheinbaum, vaya a ser presidenta de un país con una alta tasa de feminicidios (3 por cada 100.000 mujeres), no sé si se vive como algo esperanzador.
R. No sé cómo se está viviendo fuera, pero si es la presidenta más votada de la historia hay algo ahí. Sí tiene mucho que ver con el efecto de López Obrador y muchas cosas. A mí también, simbólicamente, me parece muy poderoso. Me molesta muchísimo que el tema de la militarización siga ahí. Todo apunta a que Sheinbaum va a continuar con la militarización del país, no creo que ella vaya a poner un alto. Pero bueno, creo que hay que darle un voto de esperanza, un voto de fe, al menos.
"A veces pienso qué va a pasar con mi generación cuando envejezcamos, si vamos a seguir entendiendo tan bien como creemos entender el mundo"
Al final, para mí Sheinbaum es un enigma, no sé qué tanto es ella y qué tanto es López Obrador sobre su hombro. Hasta que no esté gobernando no sabremos exactamente quién es. Me gustan algunas cosas que ha hecho, algunas secretarías nuevas que ha puesto y algunas personas que ha puesto al mando. También otros son viejos putrefactos políticos, pero hay un balance muy interesante y siempre es mucho mejor que llegue una mujer de izquierdas a que llegue un señor o una señora de derechas al poder. No soy esa persona turboentusiasta por sí misma, pero sí me siento esperanzada.
P. También en vuestro país vecino está Kamala Harris en la carrera presidencial, ¿es doblemente esperanzador?
R. Pues sí, ojalá. También creo que, como siempre, ante una figura poderosa femenina hay una reacción machista de gran proporción. En el caso de Sheinbaum al final sabemos que el voto fue propiciado en gran medida porque Andrés Manuel López Obrador estaba detrás, entonces es como la figura del papá posicionando a su sucesora. Pasito a pasito.
P. Volvamos al libro para terminar, y a los libros que lo inspiraron. El título viene de una frase de J. M. Barrie que contenía uno de esos tomos que heredaste de tu padre. La frase es contundente ¿Qué pensaría tu padre? ¿Pediría a Dios que "fulmine a la que escriba sobre ti"?
R. Me preguntan un chingo eso. La verdad es que es el mundo de la especulación y no tengo ni la menor idea. Si algo he aprendido con este libro es que la gente nunca reacciona de la manera en la que hubiese esperado para bien y para mal, así que ni idea, la respuesta es ni idea.
P. Hace poco reseñamos el libro póstumo del periodista Ramón Lobo. Él hace también un ejercicio literario de reconciliarse con su padre, que estaba en sus antípodas ideológicas. Lobo cuenta que estaba satisfecho de la persona que era, y un amigo le dijo: "Se lo debes a tu padre. Eres exactamente lo contrario de lo que él esperaba. Pero si no hubiese existido él, si no hubiese sido tan severo, hoy serías otro, y no necesariamente mejor". ¿Compartes que le debes a tu padre (y a vuestras diferencias) ser quien eres?
R. Qué maravilla, me resuena mucho. Es muy fuerte, y me ha tocado mucho en clubes de lectura, por ejemplo, platicar con gente que me dice: el libro me resonó mucho pero mi papá es super de derechas, todo lo contrario. Es un tema universal. Cómo te construyes con respecto a quién fue tu padre.
En el libro cito El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, que es un ejemplo de una relación que se siente por cómo está narrada sin fisuras. Mientras que hay otras que son mucho más turbulentas y que se construyen desde la diferencia.
A mí me parece curioso cómo con mi papá, por ejemplo, lo fundamental lo construimos desde lo igual. Pero las cosas que eran diferentes, por más pequeñas que fueran, eran suficientes para hacer que todo estuviera dinamitado. También es muy curioso cómo elegimos con qué pelearnos de nuestros padres, aunque sea algo irracional.