Han pasado casi diez años desde que Manuel Rivas publicó su última novela. En ese tiempo no ha perdido el tiempo. Desde dos profundos ojos azules, casi minerales, se despliega una historia cercana. Cercana en primer lugar a su tierra, Galicia, pero sobre todo, a sus males. La explotación del hombre por el hombre, la caza (la animal y la de personas) o el caciquismo se encuentra en Detrás del cielo, su nueva novela.
Una historia que arranca con la persecución de un jabalí salvaje, solitario y asesino. Un individuo único, que transita hacia su propia muerte, como muchos de los personajes que se abren paso en esta historia. Escrita primero en gallego y traducida al castellano por el propio autor, Tras do ceo, como reza su título original, será parte de una serie de libros que analicen el poder y sus metamorfosis.
Hablamos con él de la impronta de los libros que conviven en Detrás del cielo y los aires de guerra que recorren Europa. El escritor ha dedicado sus últimos años a la poesía y al ensayo, géneros que reconoce entre risas que le exigen un mayor cuidado que la narrativa. Aunque este nuevo libro promete dejar muy buen sabor de boca a quien se atreva a transitarlo.
PREGUNTA. He creído ver algo de Chirbes en la novela, por momentos estos personajes tan oscuros que nos presentas en Detrás del cielo me han recordado a Purgatorio.
RESPUESTA. Me gusta que me comenten estas cosas. No es algo que ocurra conscientemente, pero es posible que haya algo de eso que comentas. Yo tenía en la cabeza Las ratas de Delibes, que son estas cosas que las lees de pequeño y se quedan para siempre.
Me acuerdo de que una vez fui a una conferencia de un escritor, célebre en ese momento. Cuando le preguntaron que quién le había influenciado empezó a enumerar la literatura francesa, la rusa, Shakespeare, Homero, por supuesto, cuando un compañero le gritó: "¿Y qué culpa tienen ellos de lo que escribió usted?".
P. Pero indudablemente hay algo de Melville. Conocemos a los personajes en plena cacería de un animal asesino, solitario y albino. Es inevitable pensar en Moby Dick. ¿Crees que es más sencillo capturar la psicología masculina cuando está inmersa en la obsesión por perseguir algo?
R. A mí me gusta escribir campo a través. Tienes en la cabeza una serie de mimbres y de intuiciones, pero una cosa es que pienses que los personajes son machistas y otra es cómo realmente se manifiesta eso. Y yo creo que justamente por eso he escrito una novela, porque eso sólo se puede contar como literatura.
"En la sociedad ha tomado riendas esa pulsión de la muerte, de dominio"
Si no habría escrito un discurso, un ensayo, una tesis, un sermón. Es el misterio de lo que somos, lo extraño que es el ser humano. La literatura es lo que te permite entrar en las zonas de sombra, en las zonas oscuras. Estos personajes tienen en común una pulsión de dominar y de destruir. El desafío a la hora de escribir es matizarlos y diferenciarlos.
P. No sé si estás intentando ser más benevolente con los personajes ahora que vas a pasar más tiempo con ellos. He leído que tu idea es hacer ahora una trilogía.
R. Trilogía, lo que sea. Es que la palabra trilogía es desastrosa.
P. Cuando se habla de cacería en la novela, no podía evitar recordar las palabras de la jueza del caso de Samuel Luiz. Estos días hemos escuchado a la jueza tildar de "cacería humana" aquellos hechos.
R. Sí, la batida se convierte en una cacería humana y el poder se desborda y se transforma en algo depredador. Esto ocurre también con el lenguaje, se convierte en algo imperativo, de sumisión y humillación. Es la mirada supremacista. Para mí es un reflejo de una atmósfera en la sociedad en la que parece que ha tomado riendas ese espíritu destructor, esa pulsión de la muerte, de dominio.
P. Esa relación con nuestro mundo es lo que más me perturbaba. Pensar que una cacería organizada contra una persona puede basarse en algo tan arbitrario...
R. Como su condición sexual, eso es. Y se manifiesta en más cosas. Vivimos una expansión del pensamiento bruto, y ese pensamiento contempla el dominio sobre las personas, un intento de controlar sus mentes, y muchas veces convierte la política en una prolongación de la guerra.
P. Desde hace años se oyen tambores de guerra en Europa. Asumimos unos discursos beligerantes con una retórica militar que parece volver. Tú hablas en un momento de la novela de 'La tristeza de Marte', de esta cosa de que por mucho que tú te prepares para la guerra, por mucho que seas el guerrero más pendenciero de todos, hay un momento en que todo ese espejismo se rompe y solo sientes la pena, solo ves una carcasa vacía.
R. La palabra paz ha desaparecido de la conversación. Es alarmante, hay muchísima gente que en teoría debería dedicarse a eso por oficio. Europa representaba un espacio de esperanza con todos los defectos, pero Europa, por lo menos, era una excepción en un mundo dominado por el despotismo. Era un lugar de derechos y un lugar donde se hablaba de bienestar porque había un cierto consenso.
"El barco se ha escorado tanto a la derecha que está hundido"
Cuando pensamos en Angela Merkel y la actitud de acogida que tuvo con los refugiados durante la guerra de Siria, sería imposible que se aplicase ahora. Angela Merkel sería como Rosa Luxemburgo, una revolucionaria. Lo que ha pasado es que el barco se ha escorado tanto a la derecha que se ha hundido. Y hay gente que está en camarotes de primera, como en el Titanic, pensando que viaja hacia el mejor de los mundos.
Esa idea trumpista de atacar, contraatacar y nunca responder es lo que parece dominar a veces en la conversación. Como el tipo que en la barra del bar suelta una burrada e impone un silencio, que es el silencio mudo porque no espera respuesta.
P. Precisamente en el control de esa semántica, este libro ha seguido una elaboración curiosa, pasando primero del gallego al castellano y traducido directamente por ti.
R. No tenía claro si traducir o no. Lo hice con En salvaje compañía, y cuando iba más o menos por la mitad, en un capítulo del pensamiento de un caballo que recordaba su vida llegó un momento que no era capaz de seguir adelante. Es decir, el caballo no recordaba; yo quería traducir pero al caballo no le convencía esa forma de contarlo. Estuve un tiempo parado con la historia y, bueno, trabajosamente acabé.
Pero en esta ocasión digamos que lo vi como esa excitación creativa y fue una experiencia muy gozosa con todas las perturbaciones que tienen los libros. Lo que sí que me preocupaba era mostrar la violencia de una forma explícita. Pensé que sería mejor que el lector la imaginase.
"Me da miedo la falta de comunidad, no se puede ser libre sin sufrir lo que sufre la comunidad"
Reflexioné también sobre el miedo, los muchos que aparecen en la novela y que tienen que ver con la emergencia que vivimos. A mí lo que más miedo me da es la falta de comunidad, porque creo que no se puede ser libre sin sufrir lo que sufre la comunidad. Si hay gente que te rodea que está pasándolo mal, no es fácil ser libre. Por eso creo que para ser escritor hay que ser valiente y escribir sin miedo.
P. Creo que hay que ser muy valiente para enfrentarse a unos personajes como los que aparecen en Detrás del cielo. Dejar que entren en tu propia psicología y que tomen las riendas de cada escena, por cruel que sea. La sensación que me deja la novela es de angustia, de no poder apartar los ojos de las páginas. Diez años después de tu última novela, ¿cómo ha sido enfrentarse junto con esos miedos a esta historia?
R. Hay una frase de Carl Schmitt, ideólogo del nazismo, en la que pensé mucho mientras escribía. Vivió tras el Tercer Reich a la sombra del franquismo, e incluso se le hizo un homenaje en el 62. La frase que me golpeaba dice: "Adán y Eva tuvieron dos hijos, Caín y Abel. Así comienza la historia de la humanidad". Sus libros han sido recuperados en los últimos años precisamente en esa dialéctica de amigo-enemigo.
Lo que percibía es que tomaba las riendas de alguna forma el pesimista que habita dentro de uno, y que da pie a pensar que la historia del mundo es la historia de un crimen. Pero a veces te tienes que parar y recordar que hay otros cuentos.
Eva roba la manzana del Edén en un acto de rebeldía en el que una mujer desafía la prohibición de comer del fruto del conocimiento. Eso es un acto de rebeldía y libertad. ¿Por qué no puede empezar la historia del mundo ahí? Digamos que este libro me tumbó bastantes veces, pero al final uno saca la cabeza.
P. Hay otro detalle que he disfrutado mucho en la novela. Su protagonista trabaja durante un tiempo como actor en recreaciones de batallas y eso le lleva a aficionarse a la historia, especialmente en el Imperio somano. Me recordaba a estos perfiles que existen ahora que utilizan la historia de una forma reaccionaria para sacar lecciones vitales.
R. Hay un intento de conquistar la cultura constantemente. Me parece irónica esa obsesión que tienen algunos con el Imperio romano, que hablan de libros, de referencias, historias... Gente que, además, paradójicamente, es la misma que te dice: "¿Pero para qué sirve esto de la memoria histórica?". Dan la brasa siempre con lo de mirar hacia atrás. "Hay que mirar hacia el futuro", dicen, y después reivindican a los Reyes Católicos.
"La palabra paz ha desaparecido de la conversación"
Muchas veces la memoria también sirve para olvidar. En el libro hay un principio de realidad y hay escenas que pertenecen a mis recuerdos, como la del maestro de los protagonistas. Recuerdo de niño un maestro que un día nos miró y dijo: "¿Qué sería de ustedes si no fuera por el imperio romano?". Y yo me acuerdo que nos quedamos mirando como sintiéndonos culpables de algo.
Y lo cuentas ahora y es tal cual. Las historias, guerras y batallas terribles se convierten en fiestas y momentos de celebración. Efectivamente, no hay una causalidad para preguntarse por qué se desatan esas guerras y qué consecuencias han tenido en las personas y en la propia tierra. Porque cuando hablamos de guerra, no solo se muere la gente, también se muere la naturaleza y también se muere la esperanza.
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