Durante una semana en 1990, las calles del barrio de Cerro Belmonte, lo que es hoy Valdezarza, en Madrid, vivieron una revolución.
"Un territorio independiente que duró siete días y puso en jaque a todo un ayuntamiento", resume David Martínez Álvarez, a quien es más probable que conozcan por el nombre artístico de Rayden.
El contexto
A finales de los 80 el ayuntamiento de la capital vio su futuro en forma de ladrillo, y barrios como el de Jauja y Cerro Belmonte, junto al Paseo de la Castellana, cerca de Plaza de Castilla, y otros más repartidos alrededor de toda la ciudad, eran una piedra en ese camino.
"A ojos de Agustín Rodríguez Sahagún", recuerda David Martínez Álvarez, "eran una bolsa de pobreza porque los habitantes, que en su mayoría eran población envejecida, lo habían construido con sus propias manos".
Les propusieron expropiarles sus casas a 5.018 pesetas el metro cuadrado, mientras que en la zona se pagaba ya a 200.000.
Los vecinos le echaron entonces un pulso al Ayuntamiento. Se manifestaron, hicieron huelgas de hambre y encierros. Hasta que la abogada Esther Castellanos, vecina del barrio, planeó una estrategia que les llevaría al éxito: aprovechando el empeoramiento de la relación entre Felipe González y Fidel Castro pidieron ayuda al cubano, que no perdió la oportunidad de hacer suya la causa y el caso dio la vuelta al mundo.
Algunos vecinos viajaron incluso a Cuba para reunirse con Castro que les invitó a quedarse a vivir allí, oferta que rechazaron.
En Madrid, los vecinos amenazaron con independizarse si el plan de expropiación seguía adelante y por 212 votos a favor en un referéndum ilegal que se celebró en casa de una vecina, se constituyó el Reino de Cerro Belmonte, que tuvo su constitución, bandera y fronteras formadas por las calles Sinesio Delgado, Villaamil y Peña Chica. También su moneda y su himno.
Votos en contra
Hoy, esta historia es el origen de Votos en contra, la nueva novela de David Martínez Álvarez tras El acercamiento de la mujer cáctus y el hombre globo. Una de esas novelas que se lee con una sonrisa y en la que se intuye que el autor ha dejado mucho de sí mismo. "Una de las cosas que me dicen es lo bien construido que está el personaje del pequeño Olivín", dice, "claro, es una calcamonía de mi hijo".
Y es que qué inspiradora puede ser la realidad cuando se sabe mirar.