Max Hastings

Traductor: Gonzalo García

Editorial: Crítica

Año de publicación original: 2021

Todos conocemos cómo terminó la Segunda Guerra Mundial, pero en la primavera de 1942, la contienda no iba nada bien para los ingleses. Derrota tras derrota, habían sido arrinconados en su isla por las fuerzas de Hitler. Barridos de la Europa continental que ocupaban los nazis casi en su totalidad, en el mar las cosas no iban mucho mejor.

Con el Atlántico norte controlado por los submarinos alemanes y los cazas de la Luftwaffe, Churchill tuvo que entregar incluso los islotes de Guernsey y Jersey, en el Canal de la Mancha, frente a las costas francesas, incapaz de defenderlos de los nazis.

Derrota tras derrota, los británicos habían sido arrinconados en su isla por los nazis

A principios del verano del 42, La Royal Navy británica sufrió su derrota más dolorosa de toda la guerra. Un convoy que llevaba provisiones a Murmansk, puerto ruso en el Círculo Polar Ártico, junto a la frontera con Finlandia, se dispersó ante la amenaza nazi que destruyó veinticuatro cargueros y mercantes.

Así las cosas, con el Mediterráneo controlado también por los barcos y submarinos italianos y alemanes, solo Gibraltar y la pequeña isla de Malta estaban en manos de los aliados. Y esta última se encontraba en una situación tan precaria que los informes que llegaban desde allí decían que si antes del otoño no llegaban provisiones, armas y combustible, tendrían que rendirse a los nazis.

La importancia de Malta

Arrasada por constantes bombardeos y aislada de casi todo, Malta había perdido valor estratégico en el Mediterráneo. Sus bases estaban inutilizadas y muchos altos mandos del Ejército Británico apostaban por entregarla a los nazis y que ellos se preocuparan de dar de comer a los habitantes de la isla.

Churchill sabía que las guerras no se ganan solo con números y posiciones

Pero Churchill sabía que las guerras no se ganan solo con números y posiciones. Y tras la derrota del Ártico, una nueva capitulación hundiría la moral de los británicos hasta un punto de difícil retorno. Por eso decidió mandar un convoy con municiones, comida y combustible, custodiado por la mayor flota lanzada hasta esa fecha en toda la guerra.

Un petrolero y trece cargueros, acompañados de dos acorazados, cuatro portaviones, siete cruceros, treinta y dos destructores, ocho submarinos, dos dragaminas y un centenar de aviones de cobertura, salieron de Gibraltar el 11 de agosto de 1942 con el objetivo de mantener un enclave innecesario en medio del Mediterráneo.

Desgranando la Historia

Max Hastings se ha ganado a pulso un hueco en el olimpo de los autores de libros históricos. Su profunda y metódica documentación, su talento narrativo y su constante interés en hablar con fuentes directas, con supervivientes de los hechos le han hecho firmar algunos títulos inolvidables en este género, como La crisis de los misiles de Cuba, 1962.

En esta ocasión Hastings viaja por el Mediterráneo junto a la enorme flota desgranando cada suceso, moviendo el foco entre los actores más importantes del suceso y acompañando las explicaciones con una presentación concreta y acertada del contexto histórico social, que permiten una comprensión más amplia de todo lo que ocurría.

'Operación pedestal' tiene elementos de sobra que permiten al lector ser consciente de no estar leyendo una ficción

Fotografías, mapas y esquemas añaden a la lectura de Operación Pedestal elementos que permiten al lector ser totalmente consciente de que no está leyendo una ficción: que las bombas, los muertos y las decenas de barcos hundidos que reposan en el fondo del Mediterráneo ocurrieron de verdad.

Merece especial atención los pasajes que Hastings dedica a explicar el ambiente en los barcos, donde miles de personas trataban de vivir la vida a tope en las horas muertas de la travesía antes de llegar a Gibraltar, conscientes de que su misión era tan arriesgada que muchos de ellos no volverían para contarlo. Y lo hace, el autor, apoyándose en cartas y relatos de los propios protagonistas de la historia. Voces que suman dolor a una historia ya de por sí terrible.

Victoria moral

Los cuatro días que duró el viaje de esta Operación Pedestal fueron frenéticos. Contantemente asediados por cazas, lanchas rápidas y submarinos alemanes, los marineros de los mercantes y de los barcos que los escoltaban no tuvieron un momento de respiro. Quien sobrevivió al viaje, cuenta Hastings, lo hizo con la munición agotada, el armamento desgastado hasta el extremo y terriblemente exhaustos.

Del mismo modo, Operación Pedestal avanza en su ritmo según van pasando las páginas. El relato que presenta Hastings empuja al lector a formar parte de una de las misiones más suicidas de la Segunda Guerra Mundial y se puede sentir el viento en la cara, el ruido de los motores de los cazas nazis y el agua salada en la cara, salpicada por las constantes bombas y torpedos que explotaban alrededor de los barcos.

El relato de Hastings empuja al lector a formar parte de una de las misiones más suicidas de la Segunda Guerra Mundial

El resultado de la operación, por cierto, fue tomado como un éxito por ambas partes de la contienda. Si bien los aliados consideraron una victoria haber llegado a Malta con gran parte del material y los alimentos que habían salido de Gibraltar, para los nazis fue un éxito haber tenido a sus enemigos tan entretenidos y gastando tanta energía en un objetivo tan poco estratégico como ese.

La historia, sin embargo, le dio la razón a Churchill, que sabía que ni sus tropas ni sus compatriotas se podían permitir una derrota más y necesitaban héroes. Pocos meses después de aquella Operación Pedestal, y gracias al apoyo soviético y estadounidense, la guerra giró a su favor.