Yukio Mishima

Editorial: Alianza Editorial

Traductores: Rumi Sato y Carlos Rubio

Año de publicación original: 1949

Hay una fuerza telúrica que atrajo en el siglo XX a muchos autores hacia el fascismo y las intentonas golpistas. Gabriele d'Annunzio tuvo su República de Fiume, Marinetti arengó desde el futurismo a Mussolini y Mishima murió intentando devolver a Japón a los años treinta. Ninguno se convirtió en lo que deseaban, en gobernar más allá de su propia ficción.

Un siglo después de su nacimiento, Mishima sigue envuelto en el halo tenebroso de su propia vida y obra, con un legado difícil de integrar en la vida política del Japón contemporáneo. Hoy nos detenemos en uno de sus libros más conocidos y reveladores: Confesiones de una máscara. Se publicó en 1949, cuando el escritor tenía 24 años, y provocó un terremoto en su propio país que propició multitud de sobresaltos a lo largo de las décadas siguientes.

'Confesiones de una máscara' supo capturar el espíritu de un país que sacrificaba su pasado imperial y se acercaba a Occidente

A medio camino entre lo autobiográfico y la novela, Confesiones de una máscara supo capturar el espíritu de un país que sacrificaba su pasado imperial y se acercaba a Occidente. El Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial vivía unos años de profundo cambio que se vieron reflejados en la torturada historia de desencanto de su protagonista, Koo-chan. Una vida que transcurre en paralelo a la del propio Mishima.

Enmascarar la vida

Koo-chan es un joven débil y enfermizo, nacido en el seno de una familia aristocrática en decadencia, donde siguen imperando las tradiciones y normas sociales de un mundo que está a punto de desaparecer. Asistimos junto a él a la destrucción de los valores con los que fue criado después de la rendición japonesa, una de las muchas máscaras que cayeron a lo largo de su vida y que atormentaron también a su autor.

Su protagonista crece torturado por los deseos que empieza a desarrollar por otros hombres, la segunda máscara que deberá ajustar a su vida. Entre una heterosexualidad fingida y una homosexualidad que se empieza a desarrollar alrededor de imágenes de santos lacerados y castigos físicos. Es precisamente la idea del martirio la que vertebra las confesiones de Koo-chan, quien escribe con la esperanza de expiar su propia culpa sin llevar nunca su felicidad a término.

Mishima no reconoció nunca su homosexualidad de forma pública, aunque fue un tema central de muchas de sus obras

La imagen de San Sebastián alcanzado por las flechas puebla sus fantasías. El imaginario cristiano se convierte en una fuente constante de deseos y delirios que no puede manifestar. La vida se convierte para él en una representación constante esperando un desenlace que nunca llega y que el final de la guerra terminará por marcar.

Como su protagonista, Mishima tampoco reconoció nunca su homosexualidad de forma pública, aunque fue un tema central de muchas de sus obras. Es conocido también que acudía a bares de ambiente a pesar de las estrictas y retrógradas normas sociales japonesas. Su historia nos habla desde la ambivalencia de una vida que otro gran escritor japonés, Haruki Murakami, señalaba como "una vida trágica", nunca un símbolo político.

También, para el escritor, su origen aristocrático hizo aún más complicada la asimilación del 'nuevo mundo' en el que de la noche a la mañana entró su país tras la Segunda Guerra Mundial. Los valores que vertebraron su infancia y juventud dejaron de ser relevantes en aquel Japón que se abría al mundo, pero que seguía siendo demasiado conservador como para que otros fuesen realmente libres.

Un Dios que firma su rendición

El 2 de septiembre de 1945, el emperador Hirohito hizo acto de presencia, algo nada habitual entre sus funciones como gobernante, en el acorazado USS Missouri. Aquella imagen convenció a los japoneses de que su representante del poder celestial en la Tierra acababa de convertirse en un mero humano y ellos en una nación que ya no tenía el favor divino de su parte.

El protagonista de Confesiones de una máscara se lamenta de "tener que comenzar la 'vida cotidiana'". El anuncio frustra cualquier tipo de posibilidad de que existiese una "vida nueva", alejada de la que hasta ese momento había llevado. Mishima, en una entrevista a la televisión pública japonesa en 1966, se refirió a ese mismo anuncio de rendición con una "sensación de vacío", una noticia que llegó en un momento de cotidianeidad que el resto de los días no rompió. Simplemente el mundo había terminado y vuelto a empezar.

Se unió a las Fuerzas de Autodefensa donde recibió el entrenamiento militar básico y formó la Tate no Kai o Sociedad del Escudo

Tras la publicación del libro, Mishima decidió cambiar sus hábitos de vida, como si intentase exorcizar al personaje de la novela de su propia vida. Empezó una estricta rutina de ejercicios y dieta, se interesó por el culturismo y las artes marciales. Así empezó a posar en las fotografías ataviado con catanas, atado como San Sebastián a un árbol y martirizado. Una nueva máscara acababa de hacer acto de presencia en su vida.

En 1967 se unió a las Fuerzas de Autodefensa, donde recibió el entrenamiento militar básico, y un año más tarde formó la Tate no Kai o Sociedad del Escudo, un grupo militar juvenil que utilizó como punta de lanza en 1970 para su intento de golpe de Estado y que llegó a contar con 300 milicianos.

Un novelista frente a su ejército

El 25 de noviembre de 1970, Yukio Mishima se dirigió junto a varios miembros de la Tate no Kai al cuartel de las Fuerzas de Autodefensa de Ichigaya, en Tokio. Los miembros de la Sociedad del Escudo se entrenaban en sus instalaciones y su líder era más que conocido por la cúpula militar japonesa. Entraron sin dificultad y se dirigieron hasta el despacho del comandante a cargo del cuartel. Allí atrancaron la puerta y le maniataron mientras el novelista intentaba arengar a una revuelta militar.

Msihima pactó con los cadetes que le acompañaban en su intento de golpe de Estado que, en caso de fracaso, la muerte era la única vía

Ordenó, a cambio de la liberación de su rehén, que las tropas formasen filas bajo el balcón. Desde allí intentó dar un discurso que animase a las tropas a unirse a aquella revolución en un golpe militar. Mishima estaba convencido de que las recientes restricciones que la comunidad internacional había impuesto a las Fuerzas Armadas niponas se materializarían en una ola de indignación que podría, incluso, devolver el trono al emperador y su familia.

Pero no contaba con un megáfono, su voz casi no se escuchaba desde el balcón y los soldados empezaron a burlarse y a gritarle de vuelta. Abatido, Msihima ya había pactado con los cadetes que le acompañaban que, en caso de fracaso, la muerte era la única vía para dar carpetazo a aquel asunto. Frente al comandante maniatado, los cuatro miembros del Tate no Kai se prepararon para aplicar el seppuku a su maestro, un ritual de suicido japonés que incluye la decapitación.

La difícil tarea de decapitar a Mishima

En Confesiones de una máscara, el Koo-chan niño revive una y otra vez un cuento leído durante la infancia que trataba de un príncipe, muerto a manos de un dragón, que más tarde resucitaba dando muerte a la bestia. Koo-chan tapaba con el pulgar las últimas líneas del relato para que se cerrase con la trágica muerte de su protagonista, omitiendo su vuelta a la vida por arte de magia.

Unas líneas después describe el placer que le causaba caer abatido en los juegos infantiles para interpretar el estático papel de "muerto en el campo de batalla". El cadáver de Mishima también acabaría maltrecho por los tajos nerviosos en la espalda de quien no tenía experiencia a la hora de practicar el seppuku y decapitar una cabeza humana.

Las obras de Mishima se venden más entre los jóvenes de 21 a 24 años, que ven en él una inspiración para la ultraderecha

Ese cadáver es el mejor ejemplo de lo que la literatura del escritor representa en nuestra era. A día de hoy se venden productos de merchandising con la imagen del escritor en su intento de golpe de Estado. Es más, sus obras se venden más entre los jóvenes de 21 a 24 años, que ven en él una inspiración para la ultraderecha. En Japón solo uno de sus libros, El rumor del oleaje, aparece como lectura recomendada para los estudiantes y toda una ola reaccionaria ha readaptado su literatura al nuevo siglo.

Sin embargo, son otros los que hoy recomponen sus heridas y colocan una nueva máscara sobre el rostro del escritor. Igual que el joven Koo-chan, omiten las líneas que no quieren leer y quedan con un relato muy distinto que nos habla sobre los peligros que a veces entraña la ficción cuando intenta imponerse sobre nuestra vida o la de los otros.

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