Émile Verhaeren - Darío de Regoyos
Editorial: José J. de Olañeta, Editor
Año: 1899
Sinopsis: El poeta belga y el pintor asturiano deciden sumergirse en lo más oscuro y tétrico de la piel de toro. Van a lo que van, a buscar el feísmo, el gusto por la muerte, el rostro desdentado del español primitivo y temeroso de Dios. Pero a esta fiesta-funeral se suman ellos eligiendo las peores posadas y las más incómodas carretas para desplazarse porque, lo dejan muy claro, odian el tren, que es como de pijos. Estamos en 1888.
Por qué lo recomendamos: Por todo. Por el prólogo de Baroja, que dibuja a su amigo Regoyos como el personaje desastrado y genial que tuvo que ser. Don Pío cuenta los ratos compartidos con prosa rápida y sin adornos, como si escribiera el texto de pie antes de bajar un rato a su huerto de Itzea. Por los apuntes y dibujos de Regoyos, mezcla de estupefacción, risa y pánico. Regoyos es aquí el paso intermedio entre las pinturas negras y el cómic. Por el texto. Le damos la razón a Baroja: "Regoyos escribía bien", explica, así, a secas. Además de ser cierto, el artista te atrapa con mil detalles sobre lo que ven los ojos del poeta de Flandes. De norte a sur del país explica nuestro gusto por la mortificación en fiestas y celebraciones, nuestros cantares y lamentos salidos de bocas famélicas. Nada de críticas a un país atrasado. Al contrario, esta pequeña joya es un homenaje deslumbrante -y divertido- a nuestras más lúgubres costumbres. Y se lee en una hora. Escasa.