Nahir Gutiérrez e Iván Harón
Editorial: Baobab
Año de publicación original: 2025
Simón es un niño despistado, como casi todos los niños. Tiene muchas cosas en la cabeza, muchas cosas que hacer y no suele mirar atrás. Por eso, cuando sus padres deciden trasladar su viejo armario a su habitación, a Simón le da un poco igual. Su ropa sigue cayendo allá donde se la quita y cuando saca algo del armario no suele cerrar sus puertas.
Lo que no sabe Simón es que su armario tiene nombre. Y no uno cualquiera, no: Robusto Ropero Picaporte
Por resumir, Simón trata a su armario como si fuera un mueble, sin ninguna consideración. Lo que no sabe Simón es que su armario tiene nombre. Y no uno cualquiera, no: Robusto Ropero Picaporte, se llama. El nombre de un señor hecho y derecho. Que se viste por los pies. Ordenado y organizado, como Dios manda.
Por eso, cuando Robusto decide hablar con Simón una noche para pedirle explicaciones, el pequeño alucina. El armario le explica que no puede tratarle así. A fin de cuentas, él es un mueble de alta gama y está equipado con todo lo que necesita un ser humano. Mucho más si se trata de un chaval como Simón.
Un cajón para dejar las cosas atrás
A saber. Robusto tiene un compartimento oscuro y opaco para guardar la tristeza. Un amplio y luminoso espacio, de fácil acceso, donde depositar la alegría. Una esquina oscura y desordenada donde esconder el miedo y un colgador de quita y pon para enganchar la ira.
A Robusto le falta un cajón donde dejar todo lo que ha pasado y no se puede hacer nada o lo que no se pueden cambiar
Lo que no tiene Robusto es un cajón. Uno muy concreto, muy necesario para un niño como Simón. Es el cajón de las cosas que no duelen. Ese espacio donde dejar todas esas cosas que ya han pasado y no se puede hacer nada con ellas. O aquellas de las que uno no es responsable o no las puede cambiar.
Un cajón en el que los niños puedan entender que hay cosas que no hay que meter en la mochila. Que no tenemos que cargar con todo lo que nos pasa. Que vivir no es cargarlo todo, sino que muchas veces no tenemos más que experimentarlo y dejarlo pasar. Y Robusto no piensa quedarse sin ese espacio para Simón.
Palabras y dibujos en una misma dirección
Nahir Gutiérrez demuestra en este divertido El cajón de las cosas que no duelen un par de cosas. La primera es que sabe de la vida más que muchos vendedores de felicidad que hay por ahí. Su descripción de dónde guardamos cada sentimiento es tan acertada y gráfica que reconforta.
La segunda es que su sentido del humor y su facilidad para las metáforas le abren de par en par las mentes de los más pequeños. Se cuela como un duende con sus divertidas descripciones y sus diálogos llenos de verdad e inteligencia. Y una vez dentro, deposita una idea, tan sencilla como útil, para que el pequeño lector sea más inteligente emocionalmente una vez leído el cuento.
Ese tono, entre divertido y amable, lo convierte en imágenes con mucho acierto Iván Harón. Sus ilustraciones son perfectas en cuanto a la paleta de colores y la calidez de las formas. Las expresiones de Robusto y de Simón, los detalles de los dibujos, los segundos planos, están cuidados y son tan divertidos como el texto.
Su estilo, además, es característico. Por eso, quien le conozca de otros álbumes ilustrados, como Chu, chu, silba el tren, de Ángel Carmona o La bailarina sin corazón, que hizo con la propia Nahir, reconocerá esa manera de imaginar con pinceles y jugar con los colores.
El cajón de las cosas que no duelenes un libro perfecto para enseñarles a los más pequeños una valiosa lección: que no tienen que cargar con todo lo que les pase en esta vida. Que está muy bien dejar atrás lo que no duele y poder avanzar sin culpas ni arrepentimientos.
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