Anne Morrow Lindbergh

Traductora: Blanca Gago

Editorial: Nórdica Libros

Año de publicación original: 1935

Cuando Anne Morrow Lindbergh decidió, en 1931, emprender una aventura aérea junto a su marido, Charles Lindbergh, él era el hombre más famoso de Estados Unidos. Un héroe nacional. Cuatro años antes, se convirtió en la primera persona en cruzar en solitario el Atlántico en un vuelo sin escalas de 33 horas.

Lo que Anne no sabía es que fuera a convertirse en protagonista del denominado crimen del siglo: el hijo que acababa de tener con Charles iba a ser secuestrado y asesinado con tan solo veinte meses de edad. Tampoco imaginaba que Charles mostraría simpatía por el régimen nazi ni que ocultaría su relación con otras tres mujeres alemanas.

"Me siento un poco insultada. Mi marido responde preguntas vitales mientras que a mí me preguntan por la ropa"

Por lo tanto, en A Oriente por el norte no hay rastro de la tragedia familiar ni del hombre nazi mujeriego, pero sí del hombre influyente que un día fue y del trato que recibía allá donde iba, muy distinto al de ella: "Me siento un poco insultada. Ahí, justo en el rincón, mi marido responde preguntas vitales y masculinas, agudos y claros tecnicismos o amplias abstracciones, mientras que a mí me preguntan por la ropa y las tarteras", reflexiona Anne minutos antes de despegar.

Hay una gran escritora a bordo

El objetivo era volar de Nueva York a China en línea recta, pasando por Canadá, Alaska y Rusia. Él pilotaba la nave de dos plazas mientras ella se encargaba de establecer conexión con las distintas estaciones antes de los aterrizajes. Aprendió a manejar la radio rápido y corriendo, y perfeccionó sus habilidades durante el trayecto, cuando la naturaleza decidía ponerles en apuros.

En el enorme talento narrativo de la autora reside uno de los puntos fuertes de estas memorias

En el aire hubo dudas e incluso terror. "Ahora sí recordaba lo que era la noche. Era quedarse ciega, perdida, atrapada. Era mirar sin ver, eso era la noche", piensa Anne en uno de esos momentos de tensión. Apenas les quedaba gasolina, nadie respondía a sus mensajes y debían aterrizar cuanto antes. Son varios los pasajes que parecen sacados de una magnífica novela de aventuras. Y ahí reside precisamente uno de los puntos fuertes de estas memorias: en el enorme talento narrativo de la autora.

Anne Morrow Lindbergh es una escritora camaleónica. En apenas 200 páginas tiene la capacidad de convertirse en la mejor novelista, de sacar su vena poética para describir paisajes de la manera más bella y delicada, o de ponerse el traje de cronista para retratar con detalle el día a día de los lugareños con los que Charles y ella se cruzaban.

Cada parada, una historia

Inuits, balleneros y tramperos pueblan los distintos capítulos que funcionan como pequeños relatos, recuerdos fugaces marcados por historias curiosísimas. Como la del diminuto pueblo canadiense aislado del mundo donde los periódicos llegaban con un año de retraso; recibían los 365 a la vez y leían uno cada día.

Son unas memorias íntimas, reflexivas, luminosas y siempre interesantes

También hay momentos emotivos. El que más, sin duda, ocurre en Moscú, cuando dos mujeres le preguntan a Anne si tiene hijos. Ella dice que sí y les muestra una foto. "Cuando nos despedimos, mi hijo me parecía más cercano solo porque ellas habían visto las fotos y hablado de él", escribe Anne, que en el momento de la publicación del libro, en 1935, ya hacía tres años que su niño había sido asesinado.

Además de un magnífico libro de viajes, A Oriente por el norte son unas preciosas memorias. A veces íntimas, a veces reflexivas, a veces luminosas y siempre interesantes. Y de alguna forma sirven también de preludio de la que sería una vida fascinante, la de Anne Morrow Lindbergh.

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