Servando Rocha
Editorial: Alianza Editorial
Año de publicación original: 2024
Así, tal y como lo leen. Madrid no solo es esa ciudad que Dámaso Alonso decía que tenía "más de un millón de cadáveres". Las últimas estadísticas apuntan a que podrían ser muchos más, acumulados a lo largo y ancho de la geografía secreta que Servando Rocha propone en su último libro, De fuego cercada.
A través de la historia de la desaparición del doctor Villalta en plenos años 20, Rocha emprende un camino de una sola dirección desde el centro de la ciudad hasta sus márgenes. Un camino desde el que poder descifrar el relato de la ciudad, el oficial y el secreto. A través de todas sus épocas, escrito con la misma urgencia con la que desaparecen los edificios y barrios que cuentan su historia.
Un doctor desaparecido
Un prometedor oftalmólogo desaparece en extrañas circunstancias dejando por escrito una última voluntad de atravesar todo Madrid a pie, desde el kilómetro cero hasta sus confines. De aquel empeño quedan solo unas fotografías y un cuaderno que su autor se encuentra por casualidad en un anticuario. Sin saber si cumplió su cometido, Servando Rocha se lanzó a imaginar y recomponer aquel camino. Transitando por un paisaje en permanente cambio desde hace siglos.
En los años 20, aquel viaje hacia el exterior de la ciudad terminaría en el Hotel del Negro, el último edificio antes de una nada que ahora está compuesta por Plaza Castilla y la silueta de sus cuatro torres. Hasta ahí se propone Rocha seguir sus pasos, exorcizando por el camino los muchos cementerios que han quedado adheridos a muros y cimientos por toda la ciudad.
Huesos en el metro
El 28 de octubre de 1994, durante unas obras en la calle Arapiles, aparecieron 650 cadáveres sumergidos en el pavimento. Los dos operarios que dieron con los restos pensaron inmediatamente que se trataba de una fosa de la Guerra Civil. Sin embargo, el estrecho habitáculo que se extendía ante sus ojos formaba parte del olvidado Cementerio General del Norte. Del suelo de Madrid volvían a aflorar los restos de un pasado que pugnaba por pisarle los talones al presente.
A finales del siglo XIX, las tumbas se extendían por los márgenes de aquella ciudad, minúscula en comparación con la urbe actual. De aquel camposanto solo queda la tapia exterior y el recuerdo de los tres cementerios municipales que José Bonaparte mandó levantar sobre una de las zonas más caras del Madrid actual.
En 1994, durante unas obras en la calle Arapiles, aparecieron 650 cadáveres sumergidos en el pavimento
Aquellos huesos no eran los únicos que se escondían bajo el pavimento. Durante las obras de excavación de la estación de metro de El Progreso (Tirso de Molina en la actualidad), apareció el osario de los monjes del antiguo convento donde el dramaturgo que ahora da nombre a la plaza vivió en el siglo XVII.
Servando Rocha explica que los mismos obreros que dieron con los restos los volvieron reubicar detrás de los azulejos de la estación. Un lugar de descanso más conveniente que el que le dieron los falsos milicianos de la CNT a los monjes enterrados bajo la Iglesia del Carmen durante los primeros días de la Guerra Civil.
Momias en la Puerta del Sol
La postal resulta extraña. Son 14 hombres y una mujer que posan en lo que a primera vista podría parecer una comparsa de carnaval. Si ajustamos la vista empezamos a ver las calaveras y huesos que se extienden frente al grupo. La imagen se tomó durante el verano de 1936. Mientras la ciudad organizaba la resistencia contra los golpistas, unos milicianos con carnets falsificados de la CNT accedieron al templo y saquearon los nichos del interior.
Durante varios días, por unos pocos reales, los madrileños podían acceder al interior y ver las momias y demás parafernalia litúrgica. La noticia dio la vuelta al mundo y resultó en una publicidad muy negativa para la República. Unas semanas después el museo fue clausurado y todos los fotografiados quedaron detenidos.
Sobre las paredes del centro seguimos viendo los impactos de la metralla y las bombas que cayeron durante los tres años de guerra
En el exterior, con la luz adecuada que cuela desde la vecina calle Preciados, podemos observar un 'memento mori'. Un recuerdo funerario en forma de una calavera y dos huesos que el autor especula en el libro que podría tratarse de los vestigios del enterramiento posterior. Después del hallazgo, los huesos tuvieron que volver a ser sacralizados y aquella cicatriz sobre la roca podría indicar dónde se realizó el improvisado sepelio.
Pero no son las únicas muescas que encontramos a nuestro paso. Sobre las paredes del centro seguimos viendo los impactos de la metralla y las bombas que cayeron incesantemente sobre la capital durante los tres años de guerra. Mientras el fascismo soñaba con desfilar por el centro de la ciudad, también surgieron grandes planes para reconvertir la Villa una vez que los fuegos se apagasen.
Madrid ciudad del fascismo
Si Hitler soñaba con un nuevo Berlín y Nerón hizo lo propio con la Roma de su tiempo, Franco no podía ser menos. Al final de la guerra se llenaron de planes magnánimos las oficinas del franquismo. De entre los proyectos que buscaban acabar con el rojerío y el republicanismo de su centro, destacaba el de uno de los principales arquitectos civiles de la ciudad tanto por sus aspiraciones como por su profundo idealismo.
Antonio Palacios diseñó el Palacio de Correos, el Hospital de Jornaleros y un largo etcétera de edificios de inspiración histórica que todavía forman parte del imaginario madrileño. Lo que es menos conocido es su proyecto 'Viar', una especie de ciudad futurista levantada para gloria del Caudillo y soñada por el arquitecto durante el agobiante asedio de Madrid por las tropas golpistas.
Antonio Palacios diseñó una especie de Madrid futurista levantada para gloria del Caudillo que no se pudo llevar a cabo
El sueño de Palacios incluía una reconversión total del centro, en especial de la Puerta del Sol, de la que el fascio renegaba por su vinculación con la izquierda. Contaba con una vía elevada de 40 kilómetros que uniría El Escorial y el Valle de los Caídos, y que terminaría de engalanar el skyline madrileño, arrasado por aquel entonces por la artillería nazi.
Sin embargo, los sueños del gallego se quedaron en eso, desvelos. No había dinero suficiente en un país en la más absoluta ruina después del armisticio y los planes de un nuevo Madrid se pospusieron, priorizando así la retirada de escombros y muertos que conformaban el paisaje general de aquel 1939.
De fuego cercada
El viaje que Servando Rocha nos propone no tiene una dirección clara. El oftalmólogo Ribalta es solo una excusa para atravesar la ciudad. Lo hacemos armados con los rayos X de una memoria que desaparece a cada paso, que cambia de mirada en función de la municipalidad, de los encargados de redirigir su foco. Los vestigios que quedan, sin embargo, resultan aún más valiosos así, supervivientes gracias a la casualidad o la falta de atención.
A lo largo de De fuego cercada nos encontramos un libro de profunda inspiración situacionista, poseído de los mismos espíritus que edita La Felguera, la editorial que fundó el escritor y que todavía dirige.
Iain Sinclair o Greil Marcus conviven entre unas páginas a las que nos lanzamos como si de un secreto se tratase. Con la misma excitación de quien está a punto de hacer un descubrimiento, con la cautela de quien sabe que el terreno puede ceder en cualquier momento y que nos adentramos en lo desconocido.
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