Richard Dannatt y Allen Packwood

Traductor: Gonzalo García

Editorial: Crítica

Año de publicación original: 2024

La historia la mueve el pueblo, pero la escriben unos pocos nombres. Los elegidos, esas personas con el talento, el carisma y la suerte necesarias para ponerse en posiciones de privilegio en los momentos oportunos. Capaces de hacer que mucha gente siga sus palabras, que asuman sus ideas como propias, que actúen convencidos por su oratoria.

Y eso, carisma, talento, oratoria, eran los puntos fuertes de Winston Churchill. Su voz arengando a los británicos a aguantar la ofensiva nazi que amenazaba con ponerle fin a su poderoso imperio, su figura oronda y sonriente paseándose por el norte de África, por Normandía, por los diferentes frentes de la Segunda Guerra Mundial, son recuerdos del mundo libre levantándose contra el fascismo.

Los difíciles comienzos

Pero para llegar a esa posición, para convertirse en uno de los hombres clave en la liberación de Europa, Churchill recorrió un camino bastante largo. Parlamentario desde 1900, llegó a la Primera Guerra Mundial con bastante prestigio político, pero sus ganas por conseguir victorias importantes le llevó a encabezar una operación militar en Turquía que resultó un desastre y que le hundió en su carrera a Downing Street.

Se pasó tres largas décadas trabajando en la política, cumpliendo con diversos cargos dentro del Gobierno y su voz se elevó en los años 30 contra la amenaza de Hitler. Esa terrible premonición, unida a poderosa voz en el Congreso y las desastrosas campañas británicas en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, le llevaron a ocupar el cargo de Primer Ministro en 1940.

Lo único que le quedaba a Churchill para vencer era su oratoria, su capacidad de inspirar a sus compatriotas

Y quien sepa un poco cómo discurrió aquella gran guerra, sabrá que ser Primer Ministro Británico en 1940 no debió de resultar nada sencillo. El poderío alemán apabullaba a una Europa que no había sabido medir el peligro nazi en su justa medida, mal rearmada, con una burocracia lenta que ralentizaba el movimiento de las tropas y la derrota se veía como un horizonte no demasiado lejano.

Lo único que le quedaba a Churchill para vencer era su oratoria, su capacidad de inspirar a sus compatriotas en aquellos malos momentos y su inteligencia sobre qué había que hacer para ganar la guerra. Churchill se preparó y entendió que hacían falta triunfos en el campo de batalla para subir la moral de la gente. Y trabajó desde cerca y con mucha prudencia, para evitar repetir errores antiguos, la estrategia militar.

El día D

Por eso, él fue uno de los mayores escépticos sobre un desembarco masivo en las costas de Normandía en el verano del 44. Lo cuentan con tremenda precisión y detalle Lord Richard Dannatt, un militar retirado que llegó a ser general y antiguo Jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Británicas, y Allen Packwood, el actual director del Churchill Archives Center y miembro del Churchill College de Cambridge.

Los dos aúnan en El día D de Churchill sus conocimientos para trazar un relato de la Segunda Guerra Mundial enfocado en todo momento por la mirada del estadista británico, sus actos y sus reacciones ante el avance de la contienda. Y para trazar ese retrato tan enfocado de Churchill se valen no solo de los hechos históricos, sino de los discursos que dio en el Congreso y la radio, mapas, documentos, telegramas y cartas que enviaba a políticos y familiares.

Este libro es un relato de la Segunda Guerra Mundial enfocado en todo momento por la mirada del estadista británico

Con esas dos caras, la pública y la privada, Dannatt y Packwood levantan un texto exhaustivo y apasionante, aunque en ocasiones pueda resultar algo denso y de avance lento. Sin embargo, la importancia de cada día en esos apasionantes años que van desde la llegada de Churchill al poder hasta su éxito en la contienda hacen de la lectura de El día D de Churchill algo vibrante.

Y aunque queda claro que el Desembarco de Normandía no fue un éxito exclusivamente suyo, queda claro que su obcecación en salvar la mayor cantidad de vidas posibles fue clave. "¿Te das cuenta, Clementine, que mañana cuando despiertes puede que hayan muerto 20.000 hombres?", le dijo a su mujer el 5 de junio por la noche.

Gracias a su presión para que todo quedará atado y bien atado antes de iniciarse la operación militar y a su seguimiento en todo momento del desarrollo de la misma, aquel día D fue el inicio de la Europa libre que ahora conocemos.