Rosa Chacel
Editorial: Blatt & Ríos
Año de publicación original: 1982
A Rosa Chacel los sublevados y la Guerra Civil, como a millones de personas en aquella época, le partieron la vida por la mitad. En 1939 tuvo que abandonar nuestro país tras la victoria de Franco. A partir de ahí, su destino estuvo indefectiblemente marcado por el desarraigo. Se sentía demasiado mayor para adaptarse a otro lugar y a otras costumbres.
La vida de Chacel no fue nada fácil siempre intentando huir de la precariedad y las dificultades económicas
Quizás por ordenar esos pensamientos que muchas veces la llevaban al catastrofismo y a darle demasiadas vueltas a las cosas, decidió escribir un diario. La vida de Chacel no fue nada fácil. Intentando huir siempre de la precariedad y las dificultades económicas. Añorando su querido Valladolid de la infancia y su vida en Madrid, Rosa trató de documentar su día a día. No sin dificultad e inconsistencia, porque además de esos documentos que grababan su vida en papel se encontraba también su obra.
Compaginar esas dos vertientes literarias no le resultaba sencillo.
Cambiando de continente
El tiempo fue pasando. Dejó París en 1940 tras vivir allí unos meses y cruzó el charco en barco hasta Brasil. Viviría en América hasta los años 80, cuando culminó su regreso a España tras la muerte de su marido. Además del país carioca, Rosa Chacel se asentó en Argentina o en Nueva York. Pero ninguno fue nunca su hogar. Fueron décadas de muchas penurias y mucha obsesión por su obra. Esas vivencias están en Alcancía. Ida, unos diarios que comprenden 26 años de pensamientos de Chacel plasmados en papel.
Desde el momento en el que dejó España hasta 1966 observamos página a página un paso a la madurez en el que la dificultad, la ansiedad y una autocrítica a su obra casi insana le iban moldeando.
Pero a pesar de los pesares, Rosa Chacel no cejaba en su empeño. El compromiso con su escritura era innegociable. Estaba entregada a ella en cuerpo y alma aunque nunca lo hizo desde una perspectiva equilibrada. Teresa o La sinrazón vieron la luz amenazadas por los pensamientos catastróficos y la (casi) obsesión de que no valían la pena.
Su compromiso con la escritura era innegociable. Estaba entregada a ella en cuerpo y alma
Había pocas cosas que la distrajesen de sus problemas. Solo su pasión por el cine le calmaba y, de paso, le alejaba de una curiosa dicotomía: su deseo de socializar entraba siempre en conflicto con la fobia que sentía hacia la gente que la rodeaba. Quizás por eso, el cine, una actividad eminentemente solitaria, le sacaba la culpa de encima.
Pero también era un arma de doble filo porque ver películas le hacía procrastinar terriblemente y, claro, le provocaba un tremendo sentimiento de culpa al sentirse poco prolífica en cuanto a su obra. Y no solo eso, a su autocrítica por escribir poco se sumaba la duda. Nunca creyó ser buena escritora como reconoce en numerosas ocasiones.
Por ejemplo, en 1960, comparaba un libro que se estaba leyendo con una de sus obras (Estación. Ida y vuelta) y queda patente la animadversión a su propio talento: "Bueno, las coincidencias son innumerables y, por supuesto, este libro es superiorísimo al mío".
Reconocimientos tardíos
Todo este complejo cóctel que formaba el interior de Rosa Chacel desembocó en una obra que solo fue publicada y reconocida en nuestro país tras la llegada de la Transición. Chacel tuvo una larga vida. Murió a los 96 años y, aunque tarde, pudo sentir cómo todos aquellos años tan duros tuvieron una compensación en forma de reconocimiento popular.
Murió a los 96 años y, aunque tarde, pudo sentir como aquellos años tan duros tuvieron un reconocimiento popular
Aunque siempre se le asoció a esa pléyade de genios que fue la Generación del 27, Rosa se jactaba de ir un poquito por libre, pero eso no la eximió de llevarse el Premio de la Crítica en 1976, el Premio Nacional de las Letras en 1987 y la Medalla de Oro en Bellas Artes en 1993. Aunque no fueron los únicos que consiguió si que podemos decir que fueron los más importantes.
Treinta años sin Rosa Chacel son muchos ya. Por eso tenemos de nuevo Alcancía. Ida, reeditada ahora por Blatt & Ríos. Para darle a una de nuestras escritoras más destacadas la importancia que se merece, para celebrarla y para que seamos también conscientes de lo dura que era la vida de una escritora en aquellos años en los que se daba por sentado que los que escribían eran otros.
Y para acabar, el que ha escrito todo esto es oriundo de Valladolid y no le puede producir más ilusión y calorcito que reencontrarse con la obra de una de sus paisanas más ilustres.