Grigore Dumitrescu
Traducción: Rafael Pisot
Editorial: Omen
Año de publicación original: 1978
Nunca había escuchado hablar de Pitesti, en Rumanía. Tecleo el nombre en Google. Aparece una fotografía del centro de la ciudad. Un parque sinuoso con un lago artificial recorre una plaza alargada. Alrededor, los edificios destilan ese aire decadente propio de la arquitectura comunista. De uno de ellos cuelga un cartel de Coca-Cola.
La descripción de la Wikipedia, breve, habla de un importante centro industrial, de una planta de fabricación de automóviles y de los excelentes vinos y brandis que se producen en las colinas que rodean la ciudad.
Ni rastro de la cárcel de estudiantes, ni de las torturas que se ejercieron en ella, ni del macabro experimento que se llevó a cabo. Ni rastro de lo ocurrido hace apenas 75 años. Ni rastro de lo que el escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura, llamó "la barbarie más terrible del mundo contemporáneo".
"Un totalitarismo más inhumano"
Grigore Dumitrescu fue uno de los cientos de miles de detenidos políticos del antiguo régimen comunista de Rumanía. Estudiante de derecho, su cruz fue no denunciar a su hermano, acusado de haber llevado a cabo acciones contra el gobierno. En estas memorias, escritas en 1978, cuenta cómo fueron los meses de terror que pasó en la cárcel de Pitesti, entre 1950 y 1951.
"Me he acostumbrado tanto al terror que he perdido el miedo"
Las primeras páginas en las que relata el traslado al penal recuerdan en todo momento a los libros, películas y series que se han hecho –y se siguen haciendo– sobre Auschwitz: detenciones, incertidumbre, miedo, vagones hacinados, un viaje a lo desconocido, un largo camino a pie, un sótano, pijamas de rayas, literas, colchones de paja tirados por todas partes... Imágenes que han quedado grabadas en la memoria popular y que me asaltan mientras leo el testimonio de Dumitrescu.
Pero "el nazismo fue destruido", recuerda el autor. Lo que ocurría es que "otro totalitarismo, mucho más inhumano, vino a sustituirlo". Y él lo vivió en sus propias carnes. Presenció humillaciones, palizas, asesinatos y suicidios. "Me he acostumbrado tanto al terror que he perdido el miedo", escribe, sin saber que, también, estaba siendo protagonista de un siniestro experimento.
Aniquilar el alma y reeducar al hombre nuevo
El objetivo era aniquilar el alma, destruir la personalidad del individuo y reeducar a los presos para dar forma al 'hombre nuevo' tan ansiado por el comunismo.
Un hombre al servicio del régimen, un hombre sin sentimientos ni remordimientos, capaz de torturar a un igual por el bien del pueblo. Así eran los guardias de Pitesti: "Les han destrozado los sentidos. Se han convertido en una especie de robots que, a la primera señal, pasan al ataque".
Parte del plan de reeducación consistía en convertir a las víctimas en futuros verdugos
Lo perverso de todo esto viene cuando descubrimos que esos guardias fueron presos comunes, presos reeducados y despojados de cualquier rastro de humanidad. Porque parte del plan consistía en alcanzar el sometimiento completo de los encarcelados y convertir a las víctimas en futuros verdugos. "Yo me encuentro en este laboratorio de destrucción del alma, de transformación de las personas en robots y me aterra pensar que también a mí me aplicarán este método", dice Dumitrescu.
Un plan organizado desde el Ministerio del Interior que, en el fondo, como explica el historiador Marius Oprea en el prólogo, "no perseguía cambiar la moral del individuo, sino que pretendía obtener, a través de la tortura física, la información que los jóvenes estudiantes detenidos no habían revelado durante los interrogatorios de la Securitate; el objetivo final era provocar nuevas detenciones entre otros ‘enemigos del pueblo".
Contra el olvido
Las memorias, rescatadas por la recién creada editorial Omen, resultan tremendamente interesantes por lo desconocido de la historia. Las palabras de Dumitrescu se mueven entre el horror, la indignación y el lamento de quien sobrevivió al infierno y tuvo que ver, desde el exilio, cómo el totalitarismo arrasaba su país.
"Cuando uno está privado de libertad (...) el único derecho soberano que le queda es el derecho a pensar"
El texto es directo y crudo. Visceral. En ocasiones repetitivo, pero cómo no va a serlo cuando tu día a día consiste en tomarte una sopa por las mañanas, otra por las noches, y sobrevivir a unas palizas que son el pan de cada día. La violencia se convierte en rutina y, página a página, los límites del horror se amplían cada vez más hasta cotas insospechadas.
"Cuando uno está privado de libertad (...) el único derecho soberano que le queda es el derecho a pensar", reflexiona el autor en un texto en el que, como en los relatos de otros supervivientes a barbaridades similares, una idea se eleva por encima de las atrocidades: la esperanza.
"No tener esperanza, aquí, en la cárcel, significa sacrificar tu futuro".
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