Hay viajes que construyen relatos, y relatos que constituyen en sí mismos un auténtico viaje. Más aún si viajamos por el mundo deteniéndonos en 26 destinos en busca de sus curiosidades sonoras.
Este libro es una invitación a vibrar con las historias más fascinantes que enraízan en una partitura, instrumento o leyenda. Un pasaporte para descubrir la música que caracteriza a cada confín del planeta.
La música hará de brújula, y como itinerario proponemos una lista de reproducción con algunas de las piezas citadas en el libro. Abróchense los cinturones, porque comienza un intrépido viaje de lectura y disfrute musical a golpe de play.
El concierto más al norte de la historia
En el invierno de 2019 el Ártico marcó un nuevo récord de pérdida de hielo. La temperatura media fue de ocho grados por encima de la media y había que concienciar sobre lo que allí estaba ocurriendo. Un grupo de músicos noruegos viajó hasta el punto más al norte donde nunca antes se había celebrado un recital.
El hielo habló con voz propia, porque la pieza musical se interpretó con instrumentos esculpidos del propio glaciar, ese que estaba desapareciendo preocupantemente. Fue una campaña de Greenpeace para concienciar sobre el calentamiento global. "Ni siquiera tenía letra, pero es capaz de denunciar a la perfección lo que estaba pasando", apunta Víctor Terrazas, periodista musical y autor del Atlas de sonidos remotos.
La música como altavoz para la denuncia
Sus investigaciones sobre músicas remotas y cómo han servido de potentes altavoces de denuncia le han llevado también a Papúa Nueva Guinea. Allí hay una corriente de cantautoras que están usando su música como catalizador para alzar la voz contra la violencia machista. Un 70% de las mujeres del país han sido víctimas de la violencia de género.
Ese país nos lleva también a otra curiosidad sonora. En este punto, en este gramófono con páginas sonaría el hit Here comes the sun de los Beatles . Una canción con acordes que podrían interpretarse como felices, o que invitan a emociones placenteras. Una investigación en Papúa Nueva Guinea tumba esta teoría porque sus habitantes manifestaron que no les sugería felicidad. "Parece que no hay canciones que nos hagan felices a todos". señala el periodista.
Es muy significativo también el caso del hunnu rock de Mongolia. Toda una generación de jóvenes utilizó las canciones para reivindicar sus ideas y llegaron a ser comparados con la revolución de los paraguas de Hong Kong .
Hawái, esa caja de sorpresas sonoras
Fue la isla donde Elvis estrenó la trasmisión por satélite con su Aloha from Hawai. Una retransmisión que siguieron 1.500 millones de espectadores desde 36 países. También un territorio que sufrió los estragos de la colonización cuando se prohibió a sus nativos la danza hula. Era considerada sacrílega por los movimientos de cadera, pero la danza y sus músicas eran una práctica religiosa sagrada.
Además, el hula es considerado un auténtico archivo vivo de su historia y sus relatos. Sus movimientos y letras contaban historias que explicaban temas como los patrones climáticos, las estrellas y el movimiento de la tierra y la lava. Con la llegada del turismo en los años 20, fue visto como un elemento exótico y comenzó una senda que va desde la apropiación cultural al posterior rescate de esa manifestación cultural ancestral.
Su isla más remota, Kualapapa, fue, además, un campo de exterminio de personas con lepra. En los siglos XIX y XX mandaban a los enfermos a morir. "Los nativos recibían a esos enfermos con música y bailes. Canciones con el simple hecho de ocio, de divertirse, en un lugar verdaderamente horrible" cuenta Víctor Terrazas.
Preservar culturas
Una de las investigaciones que más ha sorprendido a Terrazas es la de la remota isla atlántica de Tristán de Acuña. "Solo había un artículo de música de un sociólogo que viajó allí en 1939", relata. "Empezó a descubrir las canciones que cantaban en el único bar que había".
La isla sufrió una erupción volcánica en los 60 y tuvieron que desplazarlos a Londres. Cuando regresaron a la isla, el sociólogo descubrió que había un olvido creativo porque muchas estrofas habían desaparecido o las letras habían cambiado. "Fueron capaces de ver cómo habían cambiado y recuperar las antiguas versiones de esas canciones de marineros gracias al trabajo del sociólogo, y me pareció muy curioso", relata Víctor Terrazas.
También la música fue la tabla salvavidas para la lengua ancestral de las Islas Feroe. El kaebedi estuvo a punto de perderse por el colonialismo. “Las canciones han sido la manera de mantenerlo vivo. Unos 4.000 títulos que recuperaron su lengua en una isla en la que no había ni instrumentos musicales por el aislamiento”, recuerda el periodista.
Pero la música no solo ha salvado lenguas, sino que ha sido un auténtico manual de supervivencia. Si no que se lo pregunten a los aborígenes australianos. Tenían canciones que les guiaban por el desierto a lo largo de 3.000 kilómetros. "Tenías que preguntar a la tribu que allí habitase por el tramo concreto y esas canciones les iban guiando. Es un trayecto equivalente a Madrid - Berlín y las canciones hacían de guía Michelín".
Flamenco a 7.000 kilómetros de Andalucía
Uno de los capítulos más sorprendentes es el que nos lleva a la ciudad más alejada del mundo de cualquier mar. Urumqi, en China, se convirtió décadas atrás en cuna del llamado flamenco uigur. ¿Cómo es posible que a 7.000 kilómetros de Andalucía podamos presenciar bulerías que nos transportan a Andalucía?
Una de las teorías que lo explican es que Paco de Lucía o los Gipsy Kings dieron conciertos en Estambul, donde reside gran parte de la población china represaliada por el gobierno. "Puede que entre esa población se prestasen cintas y descubrieran a estos artistas icónicos. Lo que más me llamó la atención es que la etnia uigur también se reúne en plazas en torno a una guitarra; son muy parecidos a la gente del sur de España".
Es solo un ejemplo de que la música es capaz de acercarnos y de borrar todas las fronteras más allá de lo geográfico.
El libro es una suerte de caleidoscopio para redescubrir el mundo con los ojos y los oídos de culturas diversas
Terrazas despliega estas interesantes historias mientras pasa las páginas de su Atlas de sonidos remotos. Curiosamente hemos quedado en el restaurante Quintoelemento, en Madrid, y tras su silla se proyectan imágenes de distintos lugares del mundo. Cabe destacar que Víctor Terrazas no ha viajado físicamente a ninguno de los destinos.
Y quizá la clave sea esta, que viajar trasciende el desplazamiento físico, y quizá se entienda mejor con esta frase que nos regala desde el prólogo, que en realidad es de Marcel Proust: "El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar otros paisajes, sino en mirarlos con nuevos ojos, en ver el universo con los ojos de otros".
Su libro es una suerte de caleidoscopio para redescubrir el mundo con los ojos y los oídos de culturas diversas.