En las postrimerías del siglo XIX, el barrio madrileño de Chamberí se había convertido en una barriada que distaba mucho de los alquileres astronómicos que ahora pueblan sus calles. Allí nació Consuelo Vello Cano, hija de una lavandera y un guardia civil. Quizás en sus paseos diarios junto a su madre, camino del Manzanares, donde ambas se afanaban como lavanderas, podía ver el Palacio de Oriente, sin sospechar que años más tarde el rey presidiría sus espectáculos.

Por aquella misma época, los alrededores de la Plaza Mayor eran conocidos por su salones, colmados y tabernas. Lugares oscuros en los que, desde su adolescencia, Cano trabajó como prostituta. Cuando cumplió los 17 años, el azar quiso que pasase a formar parte del plantel de uno de los teatros del centro, dedicados a la representación de piezas musicales con vedettes. Espectáculos mal vistos por el puritanismo patrio, del que incluso Miguel de Unamuno echó pestes, hablando de "la infección del cuplé".

Naturalidad por bandera

Las postales de la época muestran a Consuelo aparentemente desnuda: "Ella en realidad no salía desnuda. Salía con una malla color carne, tan ajustada, tan ceñida al cuerpo que el efecto visual, de lejos, era como que salía desnuda". Un espectáculo que causó el revuelo esperado: aquella anécdota se convertiría en el sino de su propia carrera, provocando ríos de tinta que engrandecieron su leyenda y una legión de admiradores que se mataban por conseguir aquellas fotografías.

"La Fornarina tenía muy claro que ella no iba a depender de ningún hombre"

La autora de La magia de la libélula asegura que el objetivo de Cano siempre fue ser independiente: "Tenía muy claro que ella no iba a depender de ningún hombre". Aunque destaca también una naturalidad que la convirtió en el motivo de los desvelos de una legión de admiradores que abarrotaba teatros y le prodigaba palabras de amor en prensa.

Uno de ellos fue Alejandro Lerroux: "Cuando coincidieron en Londres, el gobierno español y la policía británica ya le seguía", explica la escritora sobre la relación de la artista con el fundador del Partido Radical. "Fue la Fornarina quien habló con las autoridades y al día siguiente retiraron la vigilancia, tal era la influencia que tenía".

Una vida que pasó del anonimato y la miseria a la popularidad más absoluta. En apenas 15 años de carrera, fue capaz de conquistar teatros en todo el mundo, grabar sus canciones en Berlín y amasar una fortuna que siempre le perteneció enteramente a ella, en su deseo de independencia consumado.

Cadenas, sin embargo, fue siempre su gran amor. "En sus últimos días antes de morir, Cadenas no podía subir a verla", comenta la escritora sobre la difícil relación del periodista con los Vello Cano. "Se quedó en la calle para hacerla compañía hasta que se murió, se querían mucho".

Todo por mi muñeco

Todavía resulta chocante escuchar letras como la de 'La Polichinela', uno de sus números más célebres. Cano aparecía en escena con un muñeco que accionaba durante la canción, haciéndole bailar mientras cantaba. Aquella marioneta se convirtió en un fiel compañero, al que la vedette apodó como Tobías.

La cantante falleció con tan solo 31 años. Su funeral fue multitudinario

"Cuando estaban desmantelando el piso de París, se dejó a Tobías allí", nos cuenta Mari Pau Domínguez. Y añade: "A pesar de que todo el mundo le desaconsejó que viajase, porque Europa entera estaba en guerra, ella fue a por el muñeco y regresó a España sana y salva". La determinación de Consuelo la empujó a viajar a la capital francesa que sufría ya las consecuencias de la Gran Guerra, que ardía desde hacía un año ya.

Unos meses más tarde, la cantante falleció con tan solo 31 años y toda la vida por delante. "Las crónicas de la época hablaban de una complicación ginecológica, pero no podemos saber si era algo que arrastró desde su época de prostituta en Madrid". Su funeral fue multitudinario, con miles de personas visitando el féretro y una tumba de lujo.

El propio Mariano Benlliure esculpió un ángel que habría de acompañar a la cantante en su descanso y que, trágicamente, la Guerra Civil despojó de sus alas. Sin embargo, la historia de la Fornarina ha sobrevivido hasta nuestros días con la misma fuerza que sus canciones.