Me gusta pensar que nadie se pasa toda una vida sobre los escenarios siendo mala persona. Me gusta pensarlo, y perfiles como el de Raffaella Carrà me confirman que, efectivamente, nadie mantiene durante décadas su estatus de estrella en solitario, sin la ayuda de todos los que detrás de los focos hacen el trabajo sucio.
Ha nacido una estrella
Locomía, Mónica Naranjo, Miguel Bosé y Raffaella Carrà tienen en común un nombre: José Luis Gil. Productor musical de CBS, Gil siempre demostró tener un talento especial para detectar el éxito. Fue escuchando 'Rumore' cuando se dio cuenta de que aquella mujer era todo lo que no existía en aquel momento. Entonces se la trajo a España. De ese momento a hoy han pasado cincuenta años y toda una vida.
Nos citamos en la plaza de Rafaella Carrà, en Madrid, entre el barrio gay de Chueca y hipster (¿alguien usa hipster en 2024?) de Malasaña con el hombre que más sabe de ella en España. Es Pedro Ángel Sánchez, periodista y coleccionista de productos de la Carrà y la persona que mejor podía haber escrito una biografía sobre ella. Fue a él, después de mucho insistir -"en Italia la conocían como 'la mujer del 'no", bromea Sánchez-, a quien concedió una entrevista en diciembre de 2020, la última que concedería a un medio español.
Acaba de publicar Nada es eterno salvo la Carrà, una biografía editada por la editorial Dos Bigotes que recoge los testimonios de gente que la conoció muy bien, como Pilar Tabares, productora de aquel mítico Hola, Raffaella, Juan Luis Iborra, director de cine que trabajó como redactor en aquel programa y la actriz Loles León, entre muchos otros.
Una mujer comprometida
Todos coinciden en que la italiana era meticulosa, perfeccionista, incansable y, por tanto, exigente con el trabajo de los demás. Se ganaba a pulso cada céntimo que le pagaban y quería eso mismo de los demás. En la RAI fue la primera mujer presentadora que cobró igual que un hombre. Algo así como "si trabajo igual que un hombre, cobro igual que un hombre" parece que le dijo a algún directivo, y su exigencia fue concedida.
En España, su caché le permitió vivir permanentemente en el Hotel Eurobuilding, donde se construyó un apartamento a su medida y en Italia poseía tres casas. A mediados de los 90 cobraba alrededor de dos millones de euros al año. Y votaba al Partido Comunista.
Nos cuenta Sánchez que Carrà era consciente de que aquello podía suponer una contradicción, pero que ella misma reconocía que no podía olvidar sus orígenes humildes y que si ahora vivía bien, quería que el resto también.
Así que un día, durante una de las maratonianas grabaciones de Hola, Raffaella, vio a un joven Juan Luis Iborra y le apremió a que animara el gesto, puesto que a pesar de trabajar mucho también lo cobraban. Su sorpresa fue, como se cuenta en la biografía, que cuando Iborra le confesó cuánto ganaba, al día siguiente ella exigió una subida salarial para él y el otro redactor. "Les subieron el sueldo el doble", cuenta el biógrafo.
Y no es un caso aislado. Era conocida por saberse el nombre de todo el que trabajaba con ella, desde el último técnico hasta las maquilladoras, y preocuparse por sus condiciones laborales.
No era creyente, pero sí respetuosa con las creencias de los demás. Su entrevista a la Madre Teresa es uno de los momentos más celebrados de su carrera. La religiosa concedía pocas entrevistas en televisión y quien tenía enfrente era una Raffaella con trasparencias, minifalda y con una joya inmensa en forma de C con cristales de Swaroski que contrastaba con su voto de pobreza.
Y así era la presentadora, una mujer que, aunque no se callaba, era adorada por todos. Eso sí, el Vaticano censuró durante años su ombligo por escandaloso.
Parece que eso solo hizo aumentar su mito. El de una mujer libre que le cantaba al amor, a la libre elección y a la masturbación femenina, porque "qué fantástica esta fiesta con amigos y sin ti". La Carrà fue de todo menos aburrida y en la España que la recibió con los brazos abiertos era justo lo que necesitaba.