No da tiempo a hacer muchas cosas en 72 segundos salvo si eres Pedro Sánchez. En ese caso, es tiempo más que suficiente para bajarte de un Mercedes negro que no conduces, llevar un traje, camisa y corbata que no has lavado ni planchado y zapatos a los que no has sacado brillo. Si eres Sánchez y vives en el Palacio de la Moncloa te da tiempo a caminar, con esos pasos firmes, ese ligero contoneo de caderas, al encuentro de Felipe VI en su residencia de verano.
Una intuye que el rey hoy no tiene buen día. Una lo imagina paseando por Marivent y diciendo aquello de que esto no son vacaciones. Todo el día recibiendo a gente a la que ya no sabe qué decir, porque casi siempre es lo mismo, casi siempre son los mismos. Otro día con el traje, la corbata y los zapatos que tampoco ha lavado, planchado ni sacado brillo. Preguntándose, un año más, dónde hay que firmar para pasar desapercibido y ponerte la camiseta de todos los veranos y de todas las piscinas. Preguntándose, un año después, de quién fue la brillante idea de decidirse por Abu Dhabi entre todos los destinos posibles para la huida de su padre.
El monarca y el presidente del Gobierno posan y se escucha el ruido de los disparos de las cámaras mezclado con el cantar de las chicharras. Suben las escaleras despacio, con la tranquilidad de saber que nadie se fijará en sus poderosos traseros, como sí hicimos con los de la reina Letizia y Carla Bruni en una de esas visitas en las que ellos hablan de sus cosas y ellas hacen lo propio con las suyas.
Son 72 segundos en los que no pasa casi nada, porque lo importante ocurrirá dentro, cuando hablen de esos ligeros asuntos de cada verano. La quinta ola de la pandemia, el despertar de la economía, las vacunas, Cataluña y cómo están las respectivas familias. "Las niñas bien, cada día más mayores", repiten al unísono.
La posterior comparecencia de Pedro Sánchez estaba prevista para las dos de la tarde. Ha salido tres cuartos de hora después, en un escenario y a una hora en la que el sol puede jugarte malas pasadas. Por eso cuando, tras una breve alocución sonriente, exultante, del Pedro más seguro de sí mismo, y empezó el turno de preguntas de la prensa, el sol daba casi de pleno en el rostro presidencial.
Pedro Sánchez lleva unas semanas previsible, cuando a la que escribe lo que le gusta son los bandazos, por el juego que dan. Previsible y aferrado al buen momento en el que nos tiene sumidos a sus queridísimos compatriotas, a los que vacuna, da empleo, fondos europeos. No se parece nada la foto del año pasado con la de éste. "Hace un año resistíamos", dijo. Un año después, nos recuperamos, asegura.
Sánchez está contento, permanentemente bronceado porque los dioses fueron generosos con él cuando hicieron el reparto de melanina. Asegura que la ampliación del aeropuerto del Prat es una buena noticia para Cataluña y para España, porque a la comunidad autónoma le ha ido regular en los últimos tiempos. Aprovecha para recordar que también Barajas recibirá fondos para su ampliación. Está tan contento que se hace un lío con los nombres de los aeropuertos. Josep Tarradellas El Prat, luego Tarradellas y luego Barajas y Adolfo Suárez. Los nombres largos y el sol en la cara, tan traicioneros.
También a nuestro querido presidente le ha dado tiempo a mentir un poco. "No hemos hablado de ese asunto", dijo refiriéndose al primer aniversario del empadronamiento de Juan Carlos I en Abu Dhabi. Que es un poco como cuando preguntan a los familiares de Isabel Pantoja si está triste por no hablarse con sus hijos y aseguran que han hablado de todo con ella menos, oh casualidad, de ese detalle menor de su vida privada.
Pero ya hemos dicho que Pedro hoy sólo tenía ganas de sonreír, de amargarle la comida a los aguafiestas, a los que desean con fervor que las cosas vayan mal. Poco tiempo después de contestar a la última pregunta, y tras dirigirse al coche en el que vino, la selección española de fútbol nos dio otra alegría y jugará la final olímpica frente a Brasil. De la derrota de la de baloncesto, imagino, sí habrán hablado.