Es la noche de los 57 escaños. La sede de Ciudadanos huele a victoria aplastante, a final del Mundial, de la Champions y de la Europa League a la vez. A Albert Rivera la sonrisa no le cabe en la cara y el pecho no le cabe en la chaqueta. La autoestima está por las nubes y el sorpasso está cada vez más cerca. Pero de todas las caras, hay una que permanece no tanto seria, sino pensativa. Es la cara de un hombre que asiente a todo lo que dice el jefe, con un gesto que parece querer decir: 2Eso lo habría dicho yo exactamente igual, que conste".
Ignacio Aguado anunció ayer que abandona la política, después de ésa y otras noches, en la sede de su partido y en la de la Asamblea de Madrid. Después de haber sido un tipo tranquilo, sin una personalidad arrolladora, que fue objeto de meme y al que al inicio de su ascenso le creció el pelo de una manera notable.
No tuvo el ex vicepresidente de la comunidad de Madrid, purgado por su socia Isabel Díaz Ayuso tras el terremoto murciano, protagonismo alguno en el programa que 'Salvados' le dedicó al partido de ¿centro? Sí lo tuvo la mujer a la que ha dejado los trastos de torear en Madrid, Begoña Villacís.
La vicealcaldesa de Madrid queda, digamos, como Cagancho en Almagro en ese programa. Afirma cosas que desmienten compañeros con los que compartió sensatez naranja. Sonríe mucho mientras desgrana, una a una, las palabras de un argumentario con el que pretende quedar bien con el mundo y salir indemne. Sólo hace un mohín cuando se refiere, claro, al sanchismo, la plaga bíblica que nos asola desde aquel día en el que nos gobernó durante unas horas un bolso. Villacís no huele a leche como Lucas, aquel perrete que sostenía un Albert Rivera hipervitaminado; pero huele a PP desde hace mucho.
El programa es una delicia y comprime el auge y el descalabro de Rivera, aquel al que abrieron las puertas y las alfombras mullidas de Madrid pensando que podrían hacer de él su Monchito de turno. Él se dejó querer aún más porque ya llegó con un alto concepto de sí mismo. Un poco sobrado, que diría Rafael Hernando, que tiene intervenciones gloriosas delante de Gonzo y que se parece cada vez más al Hugh Grant de 'A very british scandal'. En el físico y en el sarcasmo.
Pero el guapo de cara, el que posaba para 'Vanity Fair' pensando que podría ser presidente del Gobierno y Maverick en 'Top Gun', se topó con dos hombres más horneados y cínicos que él. Uno pasota, Mariano Rajoy, ese hombre que sobrevivió a casi todo sin hipertensión arterial y con el tinte violín siempre a punto. Otro más villano y astuto, Pedro Sánchez, ése al que tomaron por tonto y que le robó la cartera al catalán mientras éste se miraba al espejo.
El programa muestra a un Toni Roldán y a un Luis Garicano haciendo de Pepito Grillo, un "yoyalodije" en toda regla, que advirtieron a sus mayores de que la bisagra se escoraba descaradamente a un lado y que igual había que centrarse. También muestra a un irreconocible Juan Carlos Girauta, cuyo look revela que es ahora más Girauta que nunca, ése invitado fijo a las fiestas, el que cierra los bares, el que anima el cotarro, el que echa gasolina al fuego. "Yo no vine a la política para hacer presidente del Gobierno a Albert Rivera", dice Roldán. "Le acabas de regalar el centro a Pedro Sánchez", escribió Garicano a su presidente después de verle, de nuevo con el pecho hinchado como palomo, posando en Colón con sus amigos de sábado. Lo que pasó después ya se sabe.
'Salvados' muestra la fuerza desmedida de las emociones en política. Cómo una mala relación personal entre dos personas, Sánchez y Rivera, puede ser determinante en el juego de la política. Cómo el odio y el desprecio son pegamentos mucho más fuertes que la gobernabilidad, el consenso, la concordia y el bien de España, esa serie de paparruchas que algunos se sacan de la chistera cuando quieren quedar bien en el salón de los pasos perdidos del Congreso. El que quería ser Suárez y aún espera la llamada para heredar el PP.