Paula Dapena tiene 24 años y juega al fútbol. Lo hace en un equipo modesto de segunda división nacional, el pontevedrés Viajes InterRías. Es, dicen sus nuevos enemigos, una don nadie, una desconocida en busca de su minuto de oro. Es una mujer con un ego desmedido que no quiso sino dar la nota al negarse a aceptar el minuto de silencio en homenaje a Diego Armando Maradona. Es una vulgar feminazi a la que felicitó el entrenador del equipo rival por su gesto. Un acomplejado, o lo que es peor, un blandengue.
Paula Dapena es alguien absolutamente desconocido para la que escribe. Hasta hace un rato pocos sabían su nombre, su aspecto y lo que le pasa por la cabeza además del fútbol. Paula es una persona valiente que prefirió la coherencia que seguir la corriente, que prefirió dormir tranquila esa y las noches siguientes. "Volvería a hacerlo una mil y veces", ha manifestado después de uno y mil memes con su persona, de uno y mil insultos que prefiero no reproducir y que espero que no haya querido leer.
La imagen de ella sentada dando la espalda es un hilo fabuloso del que tirar. Podría haber gritado y romper así el silencio. O sacar una pancarta o algún artículo de papelería como hacía Albert Rivera en los debates electorales. Pero no.
Hizo una sentada, que es un gesto aprendido desde el colegio para mostrar disconformidad. Le dio la espalda a los que consideraron oportuno esos sesenta segundos por un futbolista en vez de por las cientos de mujeres asesinadas por parejas o expareja. Le dio la espalda a los fotógrafos que inmortalizaban ese momento. También puede que a su propio deporte, empeñado en mantener ese olor a testosterona y que demoniza cualquier salida del armario o gesto políticamente incorrecto. Y frente a la barbarie, la espalda.
Dapena se considera feminista, que es una cosa peligrosísima en estos tiempos porque suele equivaler, para los más modernos del lugar en: alguien feo, muy probablemente sin depilar y comunista, semianalfabeta funcional, sectaria a más no poder y que suele ir por la vida armada con una katana en busca y captura de 'bad' hombres. Y 'bad' hombres significa casi todos.
Tiende uno a ser benevolente con sus ídolos. La mitificación es un ejercicio demasiado habitual en estos tiempos. Basta con que a uno le haya hecho alguien feliz para mirar para otro lado con sus sombras.
Me pasa con Miguel Bosé, por el que he quemado calorías y me he dejado la voz en sus conciertos y al que evito con su nueva voz de balleno, la raya del ojo mejor pintada que la mía y diciendo mamarrachadas negacionistas. Le pasa a Roberto Saviano, que escribía un artículo estos días a propósito del ídolo argentino diciendo que lo que le supuso a los napolitanos de su generación es tan inolvidable que sólo por eso merece un sitio en el cielo de los futbolistas.
Es tan interesante la opinión de Saviano como la de Paula Dapena. Pero es curioso cómo algunos ídolos del deporte o del espectáculo (pasó con Michael Jackson, pasó con Kobe Bryant) tienden a la canonización inmediata y sus más fervientes seguidores se lanzan a la yugular ante los matices. Ya están aquí las malditas feminazis, sacando la pelusa de debajo de las alfombras.
La futbolista ha optado por no separar al personaje público del privado. Como lo hacen tantos otros hombres y mujeres. Y quizá sería interesante escuchar sus motivos antes de ridiculizarlos.
"El otro día fue 25 de noviembre, 25N, se lucha por la eliminación de la violencia machista. Ese mismo día se muere Maradona y veo mucha hipocresía de gente que lucha contra esta violencia, pero a la vez defiende a un maltratador como era él. Hay vídeos suyos pegando a su pareja, imágenes con dos niñas desnudas a su lado…", reflexiona Paula, antes de añadir: "Obviamente, como feminista, no puedo defender eso".
Son declaraciones de Dapena a El Confidencial, que evidencia que a los 24 años quizá aún no sea una estrella del deporte (compagina el fútbol con un máster para ejercer de profesora de Educación Física), pero tiene el coraje del que hemos carecido muchas, más pendientes de no desentonar en más de una ocasión para no ser señaladas. Y silenciarnos ha sido siempre un ejercicio rentabilísimo, como apunta Mary Beard en su manifiesto 'Mujeres y poder'.
Que sigan ladrando, Paula.