Dice Lolita que no es feminista. Que se considera un ser humano, que no le gusta que denigren ni a hombres ni a mujeres. Porque hombres agredidos, haberlos, haylos. Pide que todos denuncien. Afirma que a ella no le ha pasado lo del #Metoo, pero que hay que contarlo. Que está claro que es a nosotras a quienes matan. Lolita dice eso de que ella es muy mujer, quizá lo único que me aterra de esta colección de frases.
Dolores González Flores, hija de dos seres irrepetibles como El Pescaílla y Lola, habla muy rápido, con esa melena rizada y frondosa que ha ido aclarándose con el paso de los años. La cosa se lía. Unos la insultan, como si fuera ella portavoz o representante de algo. Otros la apoyan, como si fuera ella portavoz o representante de algo. Como si en ambos casos lo necesitara. Ella abandona Twitter y manda a todo el mundo a la mierda antes de cerrar la puerta. Bienvenidos al enésimo fueguecito tuitero a costa del feminismo.
Mi cada vez más escaso porcentaje angelical dice que bueno, que al menos se habla del asunto, que "está bien que forme parte de la agenda", dije la tarde anterior mientras metía una pizza casera en el horno. Una pedantería insoportable en semejante contexto.
Luego vuelvo a la idea de que en esa palabra tan importante cabemos todos: Ana Patricia Botín, Irene Montero, mi prima Juanita y una señora de la provincia de Cuenca. Luego vuelvo a ser yo y recuerdo lo felices que fuimos mi padre y yo bailando 'Sarandonga' el día de mi boda. Mis ideas están siempre mezcladas, agitadas, y cada vez me cuesta más sacar una conclusión que mantenga con firmeza durante más de 48 horas.
El feminismo, supongo, no debe llevar adjetivos. Porque está el feminismo radical, ése que sigue asustando y que sigo sin saber muy bien qué es. El de Irene Montero, como si fuera la autora de un manual que ordena por decreto ley cómo obrar para que te dejen entrar en tan selecto club. Está el liberal, ése que tanto gusta a una parte de la población que mira con cautela las cuotas, y la brecha salarial. Es un feminismo que huele a ropa bien planchada y manicura impecable. Hay muchos más, y dependiendo de la etiqueta, nos gustan más o menos. Como si pudiera trocearse y así nos quedamos sólo con la parte que nos gusta y que nos sienta bien defender.
Lolita tiene 63 años y un Goya como actriz revelación. Pasea por los platós hablando de su vida, de sus obras de teatro, de la saga familiar que toque en ese momento en los asuntos del corazón. La suya, la de los Pantoja, los Ordóñez o la Jurado, vertebradoras de una España que sigue vibrando con muertos de hace tiempo.
Lolita no se siente feminista y el "no" que le dio a Hilario Pino en laSexta Noche fue redondo y rotundo. Quizá habría que preguntarse por qué parece tenerlo tan claro. O porqué rechaza de pleno definirse como tal antes de salir a morder. Como si los demás no tuviéramos cosas que aprender, que repensar, que eliminar de nuestros comportamientos.
Apenas 24 horas después de su entrevista, las redes se encargaron de señalar a otras mujeres. Una pareja de lesbianas, de nombre 'Devermut', a las que desconocía por completo hasta ese momento. Denunciaron en redes que las habían echado de un pub de Conil de la Frontera por bolleras. El local mostró una grabación en la que se apreciaba más bien poco cualquier tipo de acoso o comportamiento hostil. Una versión contra la otra.
Las tacharon de pijas, de frívolas, de manosear el santo grial del LGTBI, de mercantilistas, contribuyeron a señalarlas porque está bien que así sea. Horas después, lo que no se vio de la grabación, escondidito por parte de los dueños del local, olía a otra cosa. A pelea dentro de un garito en el que probablemente se ha bebido, sudado y gritado de más. A que igual ellas tienen parte de razón en su denuncia. Y en ese giro de los acontecimientos yo, una vez más, escondida detrás, observándolo todo antes de dar una opinión al respecto. Por cobardía, sí; por prudencia también, y sobre todo por pereza.
Entonces me dio por pensar en todos aquellos que linchan y señalan a otras mujeres por el mero hecho de que no te caigan bien, esos que ponen en duda sus palabras o se mofan de ellas porque además de animadversión y tiempo libre, no tienen interés en integrarlas en su selecto y elitista club. Permitidme deciros que igual, igual, tan feministas no sois.