“¿Que un inmigrante ilegal atemoriza a nuestras madres y éstas tienen miedo, por ejemplo, a salir de casa tras atardecer?

Cosas de niños para el Gobierno.

¿Que un inmigrante ilegal agrede a nuestro hijo en el parque de nuestro barrio?

Cosas de niños para el Gobierno.

¿Que un inmigrante ilegal atraca a nuestras esposas cuando regresa a casa después de trabajar?

Cosas de niños para el Gobierno”.

Ignacio Garriga, diputado por Vox en el Congreso de los Diputados.

Madrid, 21 de octubre de 2020.

Dicen los que se dedican al noble oficio de hacernos reír que todo es comediable. Que el humor no tiene límites.

Repaso estos versos plagados de racismo y demagogia del excelentísimo señor diputado y me cuesta encontrar la gracia. Bueno, miento. El día que las pronunció me reí al escuchar el pronombre posesivo. Nuestras madres, nuestros hijos, nuestras esposas.

Lo dijo engolando mucho la voz, que es una cosa que utilizan mucho los de su partido, como si estuvieran permanentemente batiéndose en duelo o intentando, qué sé yo, recuperar Flandes y Cuba. Gestas de buenos españoles.

Los malos españoles, como Óscar Camps, se dedican a otro oficio al frente de Open Arms. El de salvar vidas en esa fosa común en la que se ha convertido el mar Mediterráneo. Salvar vidas y dotarlas, en cierta medida, de algo de dignidad. La que le despoja el que cobra demasiado dinero a personas demasiado desesperadas. Ésas que sólo pretenden escapar del infierno.

Hombres y mujeres, nuestros hombres y nuestras mujeres, que han nacido en el lugar equivocado y buscan un presente mejor. Que poco tiene que ver con el de atemorizar a nuestras madres, agredir a nuestros hijos y atracar a nuestras esposas.

Este vídeo se ha hecho viral. Un detalle que a estas alturas de partido no dice mucho. Se viraliza un tik tok del exministro José Bono, la foto de la reina Isabel II con mascarilla negra y la enésima gansada de Juan Carlos Monedero, cuando no Pablo Echenique.

Apenas dura 30 segundos. Una mujer aparece tumbada en una barca hinchable. Lucha por ponerse de pie, por asomarse, aunque sólo acierta a revolcarse por la superficie de la lancha. Lleva un chaleco salvavidas y grita en inglés: “¡Mi bebé! ¡No voy a ver a mi bebé!”. Va vestida con ropa de deporte y lleva trenzas en el pelo.

En la siguiente escena aparecen más personas más en la lancha. Intentan evitar que caiga al agua. Un mar que parece picado, luce color ceniza, haciendo juego con lo nublado del día. El equipo de Open Arms también ayuda a subir a la barca a dos adultos antes de que pase algo. Ella sigue gritando, esta vez acierta a mirar a cámara y dice: “¡He pedido a mi bebé! ¡Ay, mi bebé!”.

Ese día salvaron 111 vidas y rescataron cinco cadáveres. Una de las víctimas es Joseph, el bebé de seis meses de la mujer que grita y llora. Un niño nacido en Guinea Conakry que había sido reanimado por los médicos a bordo y estaba esperando una evacuación de urgencia con otras cuatro personas, entre ellas dos menores y una mujer embarazada. No llegó a tiempo y una parada cardíaca acabó con su vida cerca de Lampedusa.

Joseph, su madre y el resto, viajaban a Italia desde Libia. En una foto que compartió la ONG en redes sociales, una mujer lleva el uniforme de la pandemia: un EPI, mascarilla y pantalla en el rostro. Lleva en el brazo izquierdo el cuerpo de Joseph, envuelto en una manta de aluminio, de las que se utilizan para cubrir los cadáveres.

La historia, como decía hace unos cuantos párrafos, se hizo viral. La historia, como se ve, no salió bien para Joseph. Tampoco fue el final deseado de Aylan, aquel niño que apareció muerto en la playa. Menores a los que se les robó el presente y el futuro.

Más valdría hacer política para que menores como Joseph y Aylan toquen tierra sanos y salvos. Más valdría hacer política para acoger e integrar.

Menos Flandes y más empatía. Y si lo llaman buenismo, que lo llamen. Nuestro buenismo.