España era este lunes un sinvivir entre dos mujeres. Una es Giorgia Meloni, la otra es marquesa de Griñón. Y España llora más por la segunda que por la primera. Teme a la ganadora de las elecciones en Italia, pero le queda un poco lejos. Y le duele Tamara Falcó, que podría ser nuestra hermana, amiga, hija, nieta o nosotras mismas.
Enamorada de un chulángano al que se le ve venir desde Barbate. Guapo, canallita, que te hace reír y ante el que, para que no te haga llorar, giras la cabeza de vez en cuando. Y haces como que no ves, como que no escuchas, dices que eres desde siempre muy lenta de reflejos. Tus padres te avisan porque intuyen el batacazo. Y no escuchas. Y te la pegas. Pero tu dolor no se retransmite en televisión. Pero no te dedican especiales. Y llevas el luto por dentro. Y sales de ese agujero como puedes.
Con la hija de Isabel Preysler, protagonista involuntaria del fin de semana -no hace falta que disimulen, todos hemos visto el video de su novio morreándose con otra- nos han asomado algunas actitudes inquietantes. Está la paternalista, que dista mucho de la empática. Ésa que en el fondo proyecta que todos lo sabían menos ella, cuando hablamos de una mujer que ya cumplió los 40 años hace meses. Es entonces cuando salen los listos de clase y auguran su futuro a corto plazo en un convento porque ya es tarde no solo para el tren del amor, sino el del arroz. Dónde irá, si ya todo es tarde para ella.
No saben que Tamara, aunque ella nunca le pondría ese nombre, se ha empoderado toda. Que se ha echado a las espaldas, con esa voz atiplada y esa dicción entre cómica e ininteligible, una historia por la que solo ella apostaba. Y qué si quiso jugar al cuento de hadas. Y qué si pensó en ligarse a uno más joven y de buena percha para procrear bellas criaturas. Y qué si aceptó un anillo y aplicar en la salud y en la enfermedad su propio manual de resistencia. Escucho reacciones de propios, ajenos, compañeros de oficio y parroquianos de barra de bar a los que ahora también tenemos que aguantar en twitter. España no deja de sorprenderme, y no siempre para bien.
La marquesa de Griñón, conocida desde el mismo momento de su gestación, tuvo el viernes que enfrentarse a preguntas desagradables después de que, a la hora de comer, supiéramos que su novio le había puesto los toriles en un festival celebrado en el desierto de Nevada. Un vídeo publicado apenas 24 horas de que la pareja anunciara su compromiso, ella hablara de abandonar toda cosa mundana y citara la carta de San Pablo que se lee en bodas mainstream como la mía y que parece que ya no se leerá en la suya. Fue un ejercicio de contención verbal y gestual del que sale regular parada.
Y ya sé que hay cosas peores. Una guerra en Ucrania, un ciclón en Canarias, una inflación galopante, una fascista presidiendo Italia. Pero es de esto de lo que habla hoy España, de lo que se lamenta y de lo que se burla. Un tema en el que sacamos al experto y al conservador que llevamos dentro. Un asunto que demuestra las malas artes del periodismo, que se llena la boca con la importancia de la salud mental pero que se planta en la puerta de las casas de los protagonistas a hacer guardia. Que no les permiten salir a tomar el aire porque ahí estaremos para preguntar. Con un poco de suerte igual dice algo. Con un poco más de suerte igual llora.
Quizá no tenga ganas de nada. Quizá quiera salir a bailar sin que la molesten. Quizá esté preparando una entrevista en la que lo cuente todo. Cada una se venga como puede o como le viene en gana. Estamos nosotros para decir qué tiene que hacer una mujer que está a punto de cumplir 41 años.