El 28 de agosto de 2002 Isabel Pantoja llamó en directo al programa ‘Bravo por la tarde’ de Canal Sur. Entre los improperios y quejas que lanzó a los tertulianos que segundos antes hablaban de ella, gritó: “¡Estoy cansada de la familia Rivera!”.
Una, que tiene este tipo de detalles bien guardados en su memoria, pensó en este momento televisivo cuando acabó la votación del jueves que sacó adelante la reforma laboral. Inmediatamente después, llegó la decepción. Yolanda Díaz es demasiado gallega y exasperadamente amable como para pronunciarla. Pero hubiera sido precioso.
Díaz tiene una risa de niña pequeña, como cuando nos pillaban en algún renuncio leve, nada del otro mundo. Se reconoce ajena del politiqueo, del cotilleo y la trama de pasillo, y tiene algo de ingenua. O quizá sea que es bien pensada.
Dice frases preciosas, un poco sacadas de las postales religiosas que yo compraba en la librería San Pablo para regalar a mis amigas del colegio. “No hay que estar siempre peleando”, afirma. Como si las coaliciones, los pactos, los consensos, tuvieran de fondo música de sala de espera del dentista, angelotes de Murillo tocando el arpa.
“Si quieres ser puro no vas a cambiar nada en la vida”, declara. “No me lo esperaba”, confiesa a Gonzo en la entrevista en ‘Salvados’. Se lo dice antes de la votación, cuando tiene el rostro luminoso y bebe café en una taza de Sargadelos.
“A veces los partidos dificultan las tareas”. “En política, decisiones personales se toman pocas”. “Los políticos se pelean por salir en los medios”. “No se puede estar en una campaña electoral permanente”. Entre sorbo y sorbo, lo cuela. Es una forma sibilina de disparar, porque las balas tienen muchos destinatarios. Los suyos, los vecinos, también los amigos que en ese jueves dejaron de serlo, los enemigos de siempre. Es una forma a la gallega de decir que está cansada de la familia Rivera.
La todavía ministra de Trabajo no será nunca la mejor amiga de Nadia Calviño, pero la ministra de Economía fue la que le sostuvo la mano cuando la votación pareció decir una cosa y luego dijo otra. Y fue precisamente una andaluza la que le sostuvo la otra, la ministra de Hacienda María Jesús Montero.
Dos mujeres que no pertenecen a su partido político, aunque ella diga que está libre de ese pecado. Un partido que tiene cinco ministros sentados en el banco azul y que no consideró que ninguno estuviera presente el día en el que Díaz se la jugaba, pero se la jugaba mucho más un texto que dice devolver a los trabajadores muchos de los
derechos perdidos con la reforma que permanecía en vigor.
Díaz se fajó sola por si se quedaba con el culo al aire. La importancia de los cuidados, dicen. Curiosa forma de demostrarlo.
Apenas media hora después de esa jornada de infarto, la luz de su rostro se había esfumado y sólo asomaba el cansancio, la decepción. Ante los votos de los dos diputados de UPN contrarios a la dirección de su partido, apenas cuatro palabras: “Que la ciudadanía juzgue”. A saber a quién se estaba refiriendo. Porque ella no es Isabel Pantoja.